EL PAíS › POR LA PAZ, EN CONVOCATORIA VARIADA

La Argentina dice NO

“Un señor que se atraganta con una galletita no puede ordenar una guerra”, dijo sobre Bush Cristina, 48, profesora. Fue una de las miles de manifestantes argentinas contra el conflicto.

 Por Martín Piqué

Una multitud heterogénea, colorida y ruidosa expresó ayer su repudio a la guerra contra Irak. La desordenada caravana de vecinos, asambleístas y piqueteros atravesó la ciudad hacia el norte, primero por Las Heras hasta Plaza Italia y luego por Sarmiento hasta la embajada de Estados Unidos. Eran decenas de miles de manifestantes. Muchos se acercaron solos, en pareja o en pequeños grupos –padres con hijos en brazos, viejos hippies pacifistas, adolescentes con trencitas bahianas y signos de la paz– y otros tantos, al menos la mitad, marcharon organizados en columnas bastante numerosas de piqueteros, partidos políticos de izquierda y organizaciones políticas casi desconocidas. “Bush, fascista, ¡vos sos el terrorista!”, fue uno de los gritos más compartidos. Que fueron pocos, porque cada agrupación hizo sonar sus consignas, casi todas muy creativas.
Fue la segunda marcha contra la guerra en Buenos Aires, y se realizó dos días antes del vencimiento del ultimátum con que George Bush (h) amenazó a Saddam Hussein y a la ONU. La convocatoria confirmó que el fenómeno que la prensa mundial descubrió en las últimas semanas –la aparición de la opinión pública internacional como nuevo protagonista de la agenda pública– no es tan novedoso para la Argentina. Por lo que se vio ayer, la mayoría de los manifestantes por la paz participaron de asambleas, de cacerolazos por la incautación de los ahorros, o estuvieron en las protestas que terminaron con el gobierno de Fernando de la Rúa. También se pudo observar a muchos desocupados que marchaban detrás de las pancartas de movimientos piqueteros como el Polo Obrero, el MTL, el FTC y la Corriente Clasista y Combativa (CCC).
La avenida Las Heras era el escenario que separaba a protagonistas de testigos. A ambos lados, los vecinos distraídos, poco informados o indiferentes se sorprendían por la marcha o se quejaban por el corte de calles y el natural congestionamiento de tránsito. Sobre la avenida, en una desordenada fila que avanzaba lenta y ocupaba la mitad de la calzada, se codeaban ahorristas y militantes, vecinos de la zona y desocupados que habían llegado del conurbano. Entre ellos caminaba Cristina, de 48 años, madre de seis hijos, profesora de educación no formal e integrante de la asamblea de Ramos Mejía. “No queremos que los negociadores del mundo hagan la guerra en el único planeta habitable de la galaxia. Un señor que se atraganta con una galletita (por Bush) no puede ordenar una guerra”, aseguró a Página/12 mientras se acomodaba con la mano una improvisada corona de cartón que decía “No a la guerra por petróleo”.
Desde los balcones y las veredas se podían escuchar los cantitos que surgían del asfalto. “El mundo está creciendo un sentimiento/el sistema no lo puede tolerar/son millones los que gritan por la calle/No a la guerra para construir la paz/Y ahora estoy aquí marchando/con trabajo y autoorganización/es mi pasión...la revolución/para derrotar la guerra y el terror”, cantaban afónicos, pero con mucho entusiasmo los militantes del Socialismo Libertario. Muchos eran estudiantes universitarios o ya graduados, como Claudio, de 40 años, que estudió en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA y es profesor universitario. “El problema es que la paz es necesaria para la revolución –dijo a Página/12 con estilo docente–. La guerra es un momento oscuro para la humanidad, porque produce una devastación material y moral, como decía Rosa Luxemburgo.”
Las columnas más grandes eran las de Izquierda Unida, el Polo Obrero, la Federación de Trabajadores Combativos (FTC) y la CCC. Avanzaban lentamente y separados del resto con los habituales cordones de seguridad que usan los piqueteros. Entre los más entusiastas estaban los primeros militantes del Polo Obrero, que acompañaban sus gritos alzando palos y caños de metal. “Para que el mundo se entere/de la Argentina rebelde/ de este pueblo que se hizo piquetero/y enfrentó la represión/luchamos contra la guerra/la consigna es que se vayan/Fuera Bush y el Cabezón”, gritaban lospiqueteros del PO. Muchos llevaban carteles que usaban como escudos, al estilo de los soldados a pie de la Edad Media.
Aunque no sólo era simbología guerrera lo que mostraban las columnas de piqueteros y partidos políticos. Ni mucho menos. Los desocupados caminaban con despreocupación, mientras recordaban partes de la ciudad que reconocían de otro tiempo, de años más felices: Plaza Italia, el zoológico, la Rural. Por ejemplo Mabel, de Moreno, que caminaba con ojotas rojas y una pechera blanca con la sigla rojinegra del MTL. “Estamos en contra de la guerra porque no queremos niños muertos. Para nosotros lo principal es la paz y el trabajo”, dijo a Página/12 mientras tomaba una torta frita de la provisión que habían llevado “los compañeros”.
Los preocupación por los niños fue una constante de la jornada. Ya en la desconcentración, cuando la multitud se retiraba por la avenida Sarmiento, un grupo de mujeres del FTC se separó de su columna y colgó varios carteles en la reja del zoológico. Estaban hechos al estilo collage, con letras de todos colores y decían “Save the children” y “Que el petróleo no sea sangre”. Muchos manifestantes con hijos compartían el mismo sentimiento. Como el abogado Ernesto Merino, de 33 años, quien llevaba alzado a su hijo Iñaki, de 10 meses. “El lunes o martes empieza el bombardeo de Irak y va a ser terrible. Ahora que soy papá eso me toca mucho más, porque uno piensa en su hijo y en los chicos que están allá”, dijo Merino, que portaba en su solapa un prendedor que decía “Target, no a la guerra imperialista en Irak”.
Banderas se vieron pocas. Antes de llegar a la embajada norteamericana -custodiada por tres hileras de policías antimotines, con policías a caballo y un helicóptero sobrevolando la zona– flamearon unas cuantas banderas de Estados Unidos. Pero eran de papel y estaban destinadas al fuego. La sorpresa la aportaron un solitario pabellón del Líbano y una pequeñita bandera de Irak. El propietario del estandarte iraquí era David Acevedo, 24 años, artista plástico, que había heredado la banderita de su abuela jubilada, descendiente de sirio-libaneses. “Me la hizo mi abuela -contó David agitando la insignia blanca verde y roja–. Ella iba siempre con la bandera de Irak a las marchas de los jubilados. Se murió y ahora soy yo el que va a las marchas.”
Cerca de las vallas convivían militantes de distintas pertenencias, creencias y países. Los pacíficos simpatizantes del PH, identificados por el estridente naranja y el lema “salud, educación, calidad de vida”, miraban con reprobación a los militantes de izquierda que quemaban banderas e insultaban a la policía. “Aplaudan, aplaudan, no dejen de aplaudir, los yanquis y los ingleses se tienen que morir”, cantaban los piqueteros del PC. A un costado, Pilar, 32 años, actriz de pelo ensortijado, los criticaba ante su hermana menor, Laura, de 16. “Estoy en contra de la guerra, pero tampoco estoy a favor de quemar banderas y gritar ‘que se mueran todos’. Es una falta de respeto hacia otras personas”, explicó. Unos metros más allá se veía una bandera norteamericana, pero no se hallaba quemada ni por ser prendida fuego. Estaba pintada en la remera de Joseph Huff, donde se leía “un yanqui contra la guerra”. Huff, de 23 años, trabaja en Buenos Aires con “un equipo de documentalistas sobre las fábricas tomadas”. “Sé que ahora mismo, en mi ciudad, Washington, hay una marcha contra la guerra. Y que prendan fuego la bandera (de Estados Unidos) no me gusta, pero lo entiendo.” Paradojas de la resistencia global.

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“La guerra es un momento oscuro para la humanidad”, opinó uno de los manifestantes.
“Produce una devastación material y moral”, dijo, abundando en argumentación.
 
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