EL PAíS › LAS PROPUESTAS ECONOMICAS Y EL VOTO

No apto para audaces

La gestión de Lavagna durante la transición traccionó votos para Kirchner. Pero Menem también atrajo electorado recordando sus “logros” económicos. Ausencias de la memoria y un voto conservador.

 Por Raúl Dellatorre

“Yo voté por Lavagna.” La respuesta de una joven votante de Kirchner, estudiante universitaria, se contrapone a la de un robusto albañil. “Por Carlos, papá, ¿por quién más?”, responde enfático y canchero. Otro que “vive” de las propinas que recibe por abrir las puertas de los taxis frente a la Estación Constitución festeja a su lado la respuesta, acompaña con sonrisa cómplice y entona con ritmo bailantero: “Que vuelva Carlos...”. ¿Qué relación hay entre las consecuencias del modelo económico de la década del ‘90 y la política económica del gobierno de transición de Duhalde y lo que la gente votó ayer?
“Visto desde lo económico, el voto es muy conservador tanto en uno como en otro caso: unos votan que ‘no hagan olas’, que todo siga como está, porque Lavagna es sinónimo de que ‘no nos fue tan mal’ después de los pronósticos apocalípticos que se hacían a principios del año pasado. Otros votan por la supuesta estabilidad que había durante la década menemista. En un caso o en otro, son votos con escasas o nulas pretensiones”, desbroza un analista económico que participó desde la función pública tanto en el proceso menemista como en la transición duhaldista. No obstante, mantiene una curiosa independencia de criterio: razón más que atendible para pedir a este periodista que respete su anonimato.
La virtud de haber logrado domar la crisis, Lavagna arrastró preferencias hacia el candidato ungido por Eduardo Duhalde, aportando lo suyo al pase a segunda vuelta de Néstor Kirchner. Sobre todo, después de la decisión de campaña de anunciar que el actual ministro de Economía permanecerá en el cargo en un eventual gobierno del patagónico. Con ello logró convocar al voto por Kirchner a los que alientan el statu quo, a los que prefieren que la economía siga “haciendo la plancha” antes de arriesgarse a alguna maniobra que pueda precipitarla al fondo del océano.
¿Y por qué un desocupado o un obrero mal pago o precarizado podrían votar por la vuelta al neoliberalismo? En la memoria colectiva, los diez años de menemismo están vinculados a la estabilidad económica. Aun entre aquellos que han padecido un retroceso en materia laboral, la “sensación” es de que “a uno le iba mal, pero el país crecía”. En el imaginario popular, si “algunos” viajaban al exterior y podían vestirse y consumir productos de las mejores marcas internacionales, significa que aquél era “un país de oportunidades”, y no la representación de la violenta concentración del ingreso en favor de unos pocos y la marginalidad para muchos.
La “memoria económica” no vincula los diez años del menemismo con la desocupación, la desnutrición y miseria que tuvo por consecuencia el modelo aplicado. En gran parte, el gobierno de Fernando de la Rúa se ocupó de borrar la responsabilidad del turno anterior en la Casa Rosada y, con inhabilidad manifiesta, cargó sobre sus propias espaldas la responsabilidad por las consecuencias sociales que empezaron a saltar a la vista.
Pero el voto masivo no decide en función de modelos económicos –tampoco la dirigencia política plantea esa discusión–, sino en base a ese imaginario colectivo sobre las experiencias pasadas. No son las opciones por un cambio hacia algo nuevo –si las hubo– lo que atrapó la atención del electorado. Los elegidos para competir en segunda vuelta son los exponentes de dos momentos del pasado: la década menemista y la transición duhaldista.
Las propuestas económicas del menemismo –profundamente neoliberal– y del lavagnismo –pretendidamente neokeynesiana– tienen en común que ninguna de ellas expone ante la sociedad un debate de ideas, sino que se reivindican a través de lo hecho. La campaña “Menem lo hizo” estuvo claramente asentada sobre los “logros” económicos de su gestión anterior. Con un esquema de exposición similar, Lavagna exhibió sus propios logros: sacar al país de las llamas que amenazaban devorarse todo apenas un añoatrás. Ni uno ni otro discurso apunta a las ideas, sino directamente a las sensaciones vividas en determinado momento del pasado inmediato. La pretensión es arrancarle al votante una reflexión del tipo “fui feliz, pero no lo sabía”.
Muchos aspectos de la política económica que desarrollaría Menem Presidente difieren de los que impulsaría la gestión de Néstor Kirchner. No sería la misma la estrategia de negociación de la deuda, la relación con el FMI, ni probablemente el alineamiento internacional en materia de integración de bloques comerciales. Tampoco se asemejan las estrategias de crecimiento –o lo que es lo mismo, la salida de la recesión– que se plantean uno y otro. Mientras que Menem y sus asesores económicos vuelven a apostar a la inversión externa como motor de la economía, el nombre puesto para la conducción económica de Kirchner habla de fortalecer el salario para reactivar el consumo. La viabilidad de una u otra propuesta, sin embargo, no será tema de debate público ni a ser exhibido en campaña.
Reducida a dos candidatos, la competencia por el voto volverá a repetir el esquema de la primera vuelta: cada uno intentará mostrarse como el más confiable para garantizar la estabilidad y mantener o restablecer el estatus quo, según como se mire. El modelo económico, el profundo cambio estructural sufrido por el país y el origen de las actuales consecuencias sociales volverán a ser dejados de lado. Es el tema central, los que están en campaña lo saben. Pero “de eso no se habla”.

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Roberto Lavagna, en primer plano. Detrás, el candidato a vicepresidente, Daniel Scioli.
 
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