EL PAíS › OPINION

Lavagna doppo Lavagna

 Por Julio Nudler

Roberto Lavagna seguirá en el Ministerio de Economía después del 25 de mayo. Este sería, en principio, el resultado más claro y conciso de las elecciones, anticipando incluso la muy probable derrota de Carlos Menem en la segunda vuelta porque le costará mucho más que a Kirchner ampliar su caudal. Por tanto, la incertidumbre, de la cual se ha venido hablando tanto, queda reducida al mínimo. Lo que les espera a los argentinos es nada más que lo que Lavagna se ha mostrado capaz de hacer, pero tampoco nada menos. Sus características como ministro, cargo que asumió hace exactamente un año, podrían resumirse en pocos puntos.
- Obsesión por preservar cierto equilibrio macroeconómico para que, incluso en una situación de default, nada se tornase inmanejable. La tarea se le presentaba delicada pero no imposible porque llegó después de que con Jorge Remes Lenicov se sobredisparase el dólar. La debacle ya había tocado fondo. Lavagna tuvo la necesaria cuota de astucia y prolijidad para beneficiarse con el reflujo, a medida que se agotaba la salida de capitales.
Manejo digno y hasta firme en la negociación de posiciones frente a intereses muy poderosos. Lo mostró con el Fondo Monetario, con la banca (su negativa al bono compulsivo), con las privatizadas (por las tarifas), con las empresas endeudadas con el exterior (rechazo al seguro de cambio a cargo del Estado), con los ruralistas (negativa a eliminar las retenciones y a admitir el ajuste por inflación). Para el gusto de muchos se habrá quedado corto, pero hubiese sido poco realista esperar más. En definitiva, su firmeza hizo posible mantener bajo control las cuentas fiscales y la política monetaria. Esto no fue poco en una situación en que cada aumento del dólar y de los precios internos multiplicaba la miseria.
- Frialdad ante las urgencias sociales y el extremo empobrecimiento de buena parte de los empleados públicos y de los jubilados. Lo mismo vale para los magros subsidios a los desocupados. Nada pudo apartarlo de su decisión de congelar en términos nominales el gasto público, a pesar del salto inflacionario. Tampoco se dejó conmover por la penuria en que se debaten amplias áreas del Estado y que sufren los más débiles.
Es cierto por otro lado que, más allá de los cambios espontáneos a que dio lugar el brusco realineamiento de los precios relativos, devaluación mediante, el año de Lavagna en Hipólito Yrigoyen 250 no trajo ninguna reorientación de fondo. Es más, hasta el martes último su equipo nunca se había reunido para hablar del mediano y largo plazo. ¿El carácter provisional del gobierno de Eduardo Duhalde era suficiente justificación para operar sólo sobre la coyuntura? La gestión de Lavagna se destacó por la administración de la crisis y no por el comienzo de las reformas imprescindibles para lograr el crecimiento. Estas cuestiones cruciales están pendientes.
Lo hecho por Lavagna bastó, sin embargo, para que Néstor Kirchner, una figura apenas conocida, opaca y poco carismática, ascendiese con la propulsión del duhaldismo, beneficiándose de la baja del dólar y la gradual reactivación, tras disiparse las negras nubes agolpadas sobre el futuro. Kirchner va así al ballottage gracias a un electorado en el que predominó la actitud defensiva, la de refugiarse en lo conocido, atravesado de desconfianza tras la enorme decepción causada por la Alianza y de prudencia y aprensión al haber basculado durante muchos meses sobre el abismo.
Con estas bazas Kirchner debió enfrentarse, dificultosamente, con la implícita promesa menemista de retornar a las delicias pasadas, aunque no fuese posible restablecer el 1 a 1. Pero las añoranzas evocan años en los que, comparativamente, se vivía mejor que en los últimos (siempre sucede cuando se está cayendo) y en los que el país disfrutó de una rápidamodernización gracias a la apertura y a la baratura del dólar y, por ende, de los bienes de capital. Fue el estallido de las comunicaciones, las autopistas, los shoppings, los hipermercados, sepultando los vetustos engranajes del torpe Estado argentino.
¿Que esa burbuja se financió con venta de activos y explosivo endeudamiento? ¿Que era insustentable? ¿Que el esquema económico carecía de flexibilidad para adaptarse a un mundo siempre cambiante? No todos los votantes tienen acceso al análisis fino, por lo que los destellos de la década menemista fueron suficientes para que el riojano pudiera afrontar exitosamente esta primera vuelta ante la dispersión del electorado. Sin embargo, la hipercorrupción, la triplicación del desempleo y la enorme brecha social generada hunden a Menem como candidato para una segunda vuelta por el repudio de la mayoría.
Heredándose a sí mismo, Lavagna no tendrá más remedio que levantar la alfombra y ocuparse de todo lo que barrió bajo ella. Está aún por verse hasta dónde llega su voluntad de combatir los tremendos vicios del capitalismo argentino, y en qué medida obtendría el respaldo del santacruceño y del duhaldismo para reformar en serio la economía.

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