EL PAíS › OPINION

Escrito en minúscula

Las internas, una necesidad con mala prensa. Movidas del kirchnerismo bonaerense, mientras esperan decisiones de Cristina. Scioli y Massa, vidas bastante paralelas. Las fantasías del tigrense versus la realidad. La lógica de los intendentes, cálculos. Y un paseo por los pasillos vaticanos.

 Por Mario Wainfeld

Ocurrió durante la campaña de 2005, elección de medio término en la que la actual presidenta Cristina Fernández de Kirchner se lanzó como candidata a senadora por la provincia de Buenos Aires. Enfrentaba a Hilda González de Duhalde, desataba un cisma en el peronismo. Los resultados fueron tajantes pero al inicio había incertidumbre. Algunos dirigentes justicialistas se definieron prestamente, otros trataban de demorar su decisión, visteando las encuestas. El entonces presidente Néstor Kirchner “pasaba lista” en uno de los primeros actos en el conurbano. Detectó, entre otras, la ausencia de quien era titular de la Anses, Sergio Massa. Dio una orden a un operador que activó su celular. El hombre le preguntó a Massa dónde estaba. Era un giro retórico: lo importante era dónde no estaba. El operador agregó: “Néstor te quiere tener aquí”. Massa, que tiene un ethos deportivo, llegó a toda velocidad y dejó de flotar a dos aguas.

La anécdota tiene una moraleja, que mantiene pleno vigor. La lealtad a ultranza no es, por decirlo con delicadeza, la característica más notoria de la mayoría de los compañeros dirigentes. Pero hay que saber cuándo pegar el salto, no apresurarse, tener un buen timing. Medir los incentivos, toda una ciencia que regirá también para las elecciones de octubre. Muchos deberán calcular sus pasos, entre ellos (ricorsi de la historia) el propio Massa, que esa vez optó con sagacidad.

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No tan minúsculas: Cientos de kilos de asado o de choris, hectolitros de mate o café, “encuentros de la militancia” con debates o como fachada para un par de discursos, reuniones masivas o reducidas, con fanfarria o “reservadas”. Dirigentes, funcionarios o legisladores del Frente para la Victoria (FpV) trajinan “la provincia” (ya se sabe cuál) tramando “armados”, buscando información, demostrando poder de convocatoria.

Para un puntero haber hablado con el intendente es un bonus. Un intendente o el líder de una agrupación gana ascendiente si habló con Carlos Zannini o con Máximo Kirchner. Si los vio personalmente, doble bonus. Algunos lo lograron, otros se mandan la parte porque esos encuentros no son fáciles de corroborar. Traducido a lenguaje llano y profesional: se opera, se arman roscas, se trenza, se negocia en mesas de arena.

Nada definitivo se cerrará en estos días, nada serio llegará mientras no medie la decisión de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner.

“Política con minúscula” apodan-denigran muchos a esa faz de la actividad. Académicos, periodistas, opineitors varios lamentan ese enjambre de personas y de acciones que son empero, imprescindibles.

Los críticos, que a menudo ignoran el abecé de la actividad, deploran que los dirigentes no se dediquen a “hacer política con mayúscula”. Ocuparse de los grandes objetivos, promover el bien común, obrar como santos, por añadidura eficientes. Para esa lectura entre tecnocrática y derechosa, la “política con mayúscula” se expresa en dos vertientes básicas: urdir Pactos de La Moncloa o imponer sacrificios a los sectores populares. Según esa Vulgata, el estadista que escribe la historia con mayúsculas, no conjuga la realidad en tiempo presente.

El cronista piensa distinto, en dos facetas al menos. La primera es que, sin la disputa del poder y los cargos, la política no existe. Y que adaptarse (y más prevalecer) en tan dura competencia es parte de la formación de los cuadros. La convalidación final, bueno es subrayarlo, no la dan las elites políticas sino el pueblo con su voto soberano.

La segunda, más personal y opinable, es que esas instancias lo atraen y le divierten.

Habrá académicos, periodistas, opineitors que renegarán del enfoque. Muchos de ellos, sin embargo, compiten en sus respectivos ámbitos. Hacen roscas, trenzan, serruchan pisos o arrojan cáscaras de banana por cargos, cátedras, otorgamiento de becas, posibilidad de hacer nombramientos, por ser el número uno en su ámbito de actuación. En sus ratos libres detectan la viga en el ojo ajeno.

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GPS activados: Las secciones electorales, sus referentes, los barrios populares, altos o de clases medias, los feudos de un puntero o “referente”. El mapa de la provincia de Buenos Aires es un laberinto que los elegidos saben transitar con ojos cerrados. Cada protagonista tiene un GPS en la cabeza, aunque de alcance limitado. La competencia de la mayoría se confina en el partido que habita. Los más sonados se proyectan a la provincia toda. “Ascender” a lo nacional le cabe a muy pocos, el gobernador Daniel Scioli el primero.

“Daniel” se mueve a su modo, bastante solitario. Su séquito y circuito de aliados se concentran en La Plata. Pocos intendentes, si es que los hay, se alinean con él. Acusan: el gobernador no ayuda, “juega” solo para él mismo, hace más política en los medios que con “el territorio” (imagen de simple poética usada para designar a los referentes locales). Rematan fulminando a la gestión: a su ver es mala o mediocre. La coparticipación entre provincia y municipios, apostrofan los alcaldes, no es más munificente que la de Nación-provincias.

Todo esto dicho, la dirigencia bonaerense está pendiente de Scioli, trata de traducir sus gestos, especula acerca de qué hará en los comicios nacionales. Predominan quienes suponen que no formará rancho aparte, que no armará listas alternativas como sueñan (e impulsan) sectores de la oposición y los medios dominantes. Una regla de conducta de Scioli ha sido no romper: trepó en la escala política sin pelearse con nadie. El kirchnerismo piensa que eso es un defecto, el gobernador proclama que es una virtud y que sus enemigos son la droga y el delito. Scioli hace un culto de la no beligerancia, su primo José lo compara con Nelson Mandela, en una de las interpretaciones históricas más psicodélicas de los últimos años.

Todo peronista activo es un peronólogo. Todo bonaerense cursa una maestría como “danielsciólogo”. La mayoría cree que Scioli perseverará en lo que fue su modus operandi básico. No confrontó ni se rebeló cuando lo maltrataron siendo vice, ni cuando el escenario se ensombreció en 2008, ni cuando le pidieron ser candidato testimonial el año siguiente.

En su torno, no afirman ni niegan nada enfático (tributan a un estilo político, después de todo) pero sugieren que esta vez Scioli no admitirá quedarse muy relegado en el reparto de la lista de diputados nacionales. En 2011 le dieron migajas y, ya se comentó, no pateó el tablero. Memoriosos de La Plata evocan que en ese momento le negaron (desde el vértice superior del poder) que su esposa, Karina Rabollini, estuviera tercera en la boleta respectiva. Ahora, chimentan, la ecuación puede invertirse: el kirchnerismo duro insinúa sumar a la primera dama provincial para involucrar a Scioli, sin darle mucho espacio más. Una prueba de amor, digamos. Así no vale, protestan en La Plata aunque reconocen que todo lo que se conversa son especulaciones, dibujos, virtualidades.

“¿Para qué van a romper si nunca lo hicieron y les fue bien?”, analiza un varón del conurbano, macizo y agudo él. El plural entrevera a Scioli y a Massa, ahora intendente de Tigre.

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Parecidos pero con diferencias: Massa se parece mucho a Scioli, a trazos gruesos. Cuenta con una ventaja táctica nada menor: al gobernador, si aspira a ascender en 2015 sólo le queda enfilar hacia la presidencia. Massa puede escalar a la gobernación, un destino cuesta arriba pero más de cabotaje. La diferencia de edad es otro factor digno de mención: Massa tiene cuarenta años, mucho tiempo por delante. Scioli ya cumplió 55 añitos.

“Massita se reúne con todos”, dicen, si no todos, muchos de los actores de este relato. “Le dice a cada uno lo que el otro quiere oír”, simplifica, sin atisbo de escandalizarse, un referente de un movimiento social kirchnerista, situado bien a la izquierda de Massa (lo que no es tan difícil). Massa sería, entonces, una suerte de Zelig conurbano, de una clase media no muy refinada, con pocos complejos, sin pudor por vivir bien. Un cultor de la política sin desbordes verbales, de la palabra-clave “gestión”, con un estilo cool que tiene su dosis de ideológico.

En la maraña de promesas o medias palabras sus interlocutores traducen que el tigrense quiere promover que el FpV tenga competencia interna en las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO), que deben ocurrir en agosto. Alega que se tiene fe para ganarle a cualquiera, incluida la ministra de Desarrollo Social Alicia Kirchner. Si se diera esa redoblona podría quedar en un sitial notable. Vencer al kirchnerismo con sus propios colores y quedar posicionado para una eventual secesión futura o para seguir en la escudería K, según le pinte o convenga. Si se desmalezan detalles, ese fue el derrotero de Scioli. Claro que sin confrontar, menuda diferencia.

El problema imponente para el plan de Massa es que todo indica que el kirchnerismo se inclinará por la lista única o cuando menos por una muy aglutinante contra la cual sea un suicidio competir. El ufano optimismo de Massa es casi imposible de compartir o de contagiar. Tal vez se trate de un rebusque para negociar espacios “por adentro”.

Así las cosas, Massa puede esperar su tiempo, no lanzarse con todo. E ir haciendo pie en las elecciones distritales en las que las listas crecen como hongos. Nada lo apura, salvo el pressing de los medios dominantes.

Agencias encuestadoras y ciertos medios le atribuyen un altísimo nivel de imagen positiva, potenciado por un formidable porcentaje de conocimiento público. Es arriesgado discutir con expertos pero cuesta un cachito creerles. Los intendentes son taitas en sus fronteras, que “alambran” con tesón y fiereza. Los cercos dificultan mucho que los desalojen del poder o incursionen en su terreno pero también obstan a que salgan del campo propio. Hasta entorpece la visibilidad desde afuera.

Claro que Massa es muy vivaracho para hacerse ver. Megaencuentros de tenis, presencia activa cuando juega Tigre y difusión mediática por doble vía. Una es la más convencional: reportajes cariñosos, muchos concretados mientras Roger Federer se luce en los courts de Tigre.

La otra es la propagación de logros de cámaras de seguridad de su distrito, presuntamente híper eficaces, la panacea en la lucha contra el delito. Los hechos se difunden en formato noticioso aunque tienen olor a “chivo” encubierto. Canales de cable muy atentos divulgan el arresto de un arrebatador o la llegada policial tempestiva para separar a dos pibes pasados. El relato y las imágenes describen una epopeya, transforman escenas triviales en un curso sobre cómo debe gerenciarse la seguridad.

Massa no es, para nada, el único intendente que se vale de esos recursos. Es habitual ver, camufladas en los informativos, carreras de autos antiguos, recitales masivos, cine a cielo abierto promovidos por los alcaldes. Estos describen las virtudes de la convocatoria, siempre ligada a “la familia”, el rescate de nobles tradiciones y, ya que estamos, la contención de los jóvenes. Difícil es ponderar la eficacia de tales mensajes, lo cabal es que son muy utilizados.

Massa no goza del favor de la Casa de Gobierno. Dirigió la Anses, Cristina Kirchner lo nombró jefe de Gabinete, cargo del cual lo despidió muy defraudada. Desde entonces, primó la distancia. Testigos presenciales cuentan que durante el sepelio del ex presidente Néstor Kirchner la Presidenta trató muy fríamente al intendente cuando éste se acercó a saludarla.

Con esas referencias, sus pares imaginan que hay una linda chance para que el candidato a gobernador del FpV en 2015 sea alguien menos vistoso que Massa pero mucho más “del palo”. Lo que cabildea cada uno de ellos con sus allegados cercanos es si ir de candidato a diputado catalizaría ese objetivo o lo complicaría.

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Contención y obra pública: Un factor a considerar en el tramado bonaerense es el reavivado activismo del ministro de Planificación, Julio De Vido. Llega con oferta de obra pública, muy frenada durante el año pasado. Dialoga directamente con los intendentes, que toman nota de las ofertas y esperan movidas que se concreten antes de octubre: las inauguraciones pesan mucho más que las promesas en la aprobación de los electores, máxime si hablamos de un gobierno con casi diez años de trayectoria.

De Vido aporta otro caudal, que es la interlocución. “Hablar de política” con una figura gravitante es una necesidad de cualquier dirigente. El ministro no integra la “mesa chica”, nadie se hace ilusiones al respecto. Pero sí porta la palabra del gobierno, escucha reclamos y diagnósticos. Transmite información, infunde legitimidad,,, hasta podría usarse la psicologista expresión “contiene” referida a los muchachos. Solo quien desconoce la lógica de la actividad subestimaría lo que gravitan esos paliques, más allá de “la caja” cuya entidad nadie negará.

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Ritornello y paseo por el Vaticano: Volvamos a la evocación del inicio de esta columna. Con las coordenadas de hoy, suena temerario que los intendentes del conurbano (hasta el mejor posicionado) y el propio gobernador tengan alicientes para confrontar con el FpV en octubre. El futuro es abierto, más vale, supeditado a muchas variables que podrían trastrocar el escenario. Si el año es de razonable crecimiento y gobernabilidad, no parecería ser momento de rebeliones o secesiones. Máxime en quienes están muy apretados de recursos económicos y no tienen urgencia en revalidar títulos, o buscar un nuevo cargo.

Los más potentes amagarán, para negociar virtuales posiciones. Pero los costos hipotéticos de la ruptura (se insiste, si no hay mutaciones brutales) podrían ser mucho más altos que las virtuales ganancias.

Las transas seguirán, habrá quienes deploren esa lógica. Bueno sería que miraran a la Santa Sede. El Papa renunció a su pontificado, habrá que ungir a un sucesor. Benedicto XVI “armó” bien el cónclave respectivo. Designó a muchos de sus asistentes, cuando era la mano derecha del papa Juan Pablo II y cuando lo sucedió. Un congreso con muchos aliados... ni Hugo Moyano ni José María Díaz Bancalari lo hubieran hecho mejor. Estará en disputa un cargo vitalicio, de gran relevancia. Para llegar a la fumata blanca se sucederán tratativas, roscas, operaciones, trenzas. Con estilos y modales muy distintos a los tradicionales del duro suelo bonaerense aunque sin diferencias de esencia.

La política se escribe en minúscula antes de llegar a las responsabilidades mayúsculas. Eso cree el cronista, que por ahí se equivoca. Chi lo sa.

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