EL PAíS › LA PRESIDENTA DE ABUELAS DE PLAZA DE MAYO, ESTELA CARLOTTO, Y EL RETORNO DE LA DEMOCRACIA

“Pensábamos que la tarea se terminaba”

El 10 de diciembre de 1983, estuvo en la Plaza de Mayo, con su pañuelo y con otras Madres y Abuelas. “Pensábamos que el estado de derecho iba a recomponer todo lo que había hecho el Estado terrorista”, recuerda. Logros y deudas.

 Por Victoria Ginzberg

El 10 de diciembre de 1983, Estela Carlotto se levantó, se vistió y se encontró con otras Abuelas en La Plata. Juntas, viajaron a Buenos Aires. El grupo se fue haciendo más grande, había Madres y Familiares de Desaparecidos. Estaban cerca del Cabildo, donde habló Raúl Alfonsín. Las mujeres se colocaron sus pañuelos blancos y todos levantaron sus carteles. A pesar de la muerte que los había rodeado durante años, estaban contentos. A Estela no le viene a la mente una imagen, más bien una sensación: “Era una fiesta. Festejábamos algo conseguido después de mucha lucha. Estaba el pueblo entero. Era el retorno a una nueva era”.

Las Abuelas de Plaza de Mayo creían que el 10 de diciembre de 1983 su tarea, tal como la habían iniciado en 1977 y mantenido hasta el final de la dictadura, se había terminado; que dejarían de ser detectives, activas en la búsqueda de los niños robados, porque el Estado democrático asumiría esa labor. “Era un pensamiento muy limpio: ‘Viene un gobierno constitucional, elegido por el pueblo y entonces nosotras ahora vamos a pasar a ser colaboradoras’. Realmente pensábamos que el estado de derecho iba a recomponer todo lo que había hecho el Estado terrorista: que iba a buscar a los desaparecidos, a los nietos, que iba a juzgar y condenar. Y nosotras íbamos a pasar a ser, no espectadoras, pero sí colaboradoras y entregar todo lo que sabíamos.”

Habían empezado a encontrar nietos en 1979. Los primeros fueron los hermanos Anatole y Victoria Julien Grisonas, localizados en Chile por la agrupación Clamor. Después vinieron Tatiana Ruarte Britos y Laura Jotar Britos, adoptadas de buena fe, “pero con mala fe de la Justicia”, Juan Pablo Moyano y Tamara Arze. “Eran nietos ya nacidos y no había una acción legal, porque eran adoptados legalmente en su mayoría por gente que no estaba relacionada con los militares. Se conectó con la familia, se restituyó el vínculo, pero los chicos se quedaron con la familia adoptiva porque era gente buena. A Pablito Moyano Artigas lo encontramos por carteles que poníamos en la calle. Lo tenía una mujer a la que se lo había dado un juez también. Todo el acopio de información, sobre todo lo que nos contaron los liberados, lo aportamos a la Justicia. Teníamos una ilusión total”, recuerda Estela.

Estela sabe que en 1983 votó en una escuela de La Plata a quince cuadras de su casa, que fue con su esposo, Guido, pero el resto se le desdibuja. No se acuerda si estaban sus hijos, Claudia, perseguida hasta hacía muy poco, Kibo, que se había ido al exilio, y Remo, que había hecho el servicio militar durante la dictadura. Tampoco sabe a quién votó. Las Abuelas habían apoyado la candidatura a diputado de Augusto Conte, fundador del CELS, pero él se presentaba en la ciudad de Buenos Aires, y ella vivía en provincia. “Era votar con bastante confusión, estábamos muy golpeadas. Por eso ni siquiera me acuerdo por quién voté. Festejé porque Guido quería muchísimo a Alfonsín. No lo conocía, pero cuando hablaban (Ricardo) Balbín o Alfonsín, iba a los actos. Cuando Guido estaba secuestrado, detenido-desaparecido, pensaba fugarse, no sé cómo, e ir a la casa de Alfonsín a Chascomús a refugiarse. Eramos todos radicales”.

–Pero los chicos eran peronistas.

–Los chicos eran todos peronistas. De los radicales hablaban siempre pestes: “Golpeaban la puerta de los cuarteles, no saben gobernar...”.

–Los organismos de derechos humanos preferían una comisión bicameral antes que la Conadep. ¿Por qué?

–Entendíamos que tenía más fuerza, más potencia y poder de garantías lo que se dijera. No quedaba en manos de un grupo de notables, sino dentro del Parlamento. Le daba más proyección en el tiempo. La Conadep duró muy poco.

–¿Y visto a la distancia?

–Que hubiese sido mejor una bicameral. Pero fue la Conadep. La Conadep trabajó muy bien, pero el tiempo fue cortísimo.

–El día que asumió Alfonsín, ¿creía que se iba a juzgar a los militares?

–Creíamos todo. Que iba a haber justicia y que nuestros hijos iban a volver y nuestros nietos...

–¿Pensaban en conocer el destino de los cuerpos o que podían estar vivos?

–Yo había recibido el cuerpo de mi hija Laura, sabía lo que pasaba ahí adentro. Pero hasta el día de hoy te quieren convencer de que están vivos. El Servicio de Inteligencia hacía cosas miserables y tenía enganchadas a familias con falsas informaciones. Decían que estaban en Uruguay o Paraguay con otro nombre, que estaba en un loquero. Decían que estaban en el Sur, en lugares de recuperación. Eso me lo dijo (Reynaldo) Bignone a mí.

–¿Qué balance hace del Juicio a las Juntas?

–Fue realmente un acto heroico. Hacer un juicio casi inmediatamente después de recuperar la democracia fue una audacia, estaba todo fresco. Nadie podía pensar que iban a ser santos después de entregar el poder. Hay que valorarlo históricamente. El mismo Alfonsín confesó después que tenía un revólver en la sien, que lo amenazaban con un golpe. Fuimos al juicio, aunque no se podía ir todas las veces que querías. No salía casi de las cuatro paredes. No se publicaba casi nada. Estuvimos, sí, el día de la sentencia. Ahí estábamos todas sentadas y cuando (el fiscal Julio César) Strassera dice ‘Nunca más’ hay un griterío... Lo que pasó ahí es que detuvieron a un grupo de Madres por revoltosas. Yo vi que salían por otra puerta y fui para allá y me dijeron: ‘¿Usted quiere ir detenida?’. Las llevaban por haber perturbado el acto. En la puerta empezamos a pedir que fueran liberadas. Contribuimos con nuestros testimonios, pero después vimos el retroceso de las leyes.

–¿Se acuerda de las “felices pascuas”?

–También estábamos en la Plaza. Queríamos ir a Campo de Mayo. Y nos dijo “no vayan, la casa está en orden”. Nosotros estábamos ahí para movilizarnos.

–El radicalismo argumenta que podía haber sido un baño de sangre.

–Nadie quería morir, pero estaban en juego nuestros hijos. Teníamos miedo pero lo enfrentábamos, siempre. Más en democracia. Es una historia densa.

Carlotto, Rosa Roisinblit y María “Chicha” Mariani se entrevistaron con Alfonsín un tiempo después de que concluyó el Juicio. Roisinblit recuerda con mayor claridad la reunión. Tenían un reclamo: una herramienta para poder identificar científicamente a los niños que estaban buscando. Así nació el Banco Nacional de Datos Genéticos.

“Muchos critican a Alfonsín, pero creo que nadie hubiera podido hacerse cargo sin ceder algo. Creo que atravesamos 30 años de gobiernos constitucionales, pero la democracia es otra cosa, es algo que construimos todos los días entre todos”, dice ahora Rosa, vicepresidenta de Abuelas. Estela tiene algo clarísimo. “Nunca le pedimos que excluyera de las leyes de punto final y obediencia debida el tema de los niños. Cuando nos quisieron consolar diciendo que las Abuelas teníamos algo, porque se excluía la sustracción de menores, nos enojamos. ¿Cómo nos conforman con eso? Nuestros nietos no nacieron de un repollo, queremos justicia para todos.

–¿Cree que las leyes de punto final y obediencia debida se podían haber evitado?

–Hay que estar sentada en el Sillón de Rivadavia para saber, pero desde mi lugar... Alfonsín no nos dijo nada. Si lo que confesó tardíamente lo hubiera dicho en ese momento y habría hecho una convocatoria al pueblo; si hubiera dicho, ‘me están amenazando con un golpe de Estado’... Pero él lo resolvió entre gallos y medianoche.

–¿Cómo lo ve hoy?

–Creo que fue un buen hombre, honesto. Que hizo lo que sabía hacer, tampoco se le puede pedir peras al olmo. No era un revolucionario. Era un radical. Y en muchas cosas los radicales son tibios. Pero era un hombrecon buenas intenciones. Yo lo aprecié siempre y lamenté mucho su muerte.

–¿Se enojó por las leyes?

–Criticamos mucho al gobierno en general. Era Alfonsín, pero eran los parlamentarios también.

–¿Cuál son los principales logros de estos 30 años?

–El Juicio, y en lo particular de Abuelas, la creación del Banco Nacional de Datos Genéticos, en épocas de Alfonsín y los fiscalitos (una comisión de fiscales para investigar la apropiación de niños). En épocas de Menem, la creación de la Conadi (Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad) y que se ascendiera la Dirección a Secretaría de Derechos Humanos. Y en esta década ganada, la anulación y la inconstitucionalidad de las leyes que conllevan a los juicios orales y públicos que se están llevando a cabo y que son el logro máximo en cuanto a justicia.

–¿Y en general, los logros de estos 30 años como ciudadana?

–Tener en cuenta el derecho humano de todos. Y me refiero a esta década: los planes de vivienda, la educación, la atención para los más desposeídos, la Asignación Universal por Hijo, las jubilaciones, las leyes de casamiento igualitario... Creo que tenemos 30 años muy positivos y eso que todavía estamos esperando saber de los desaparecidos y de los nietos, pero eso no quita que se pueda ver bien lo que se consiguió para todos.

–¿Y la principal deuda?

–Que cada argentino tenga lo que se merece para vivir con dignidad, que todos tengan trabajo, que críen a sus hijos en una casa digna, que no vivan entre latas y cartones, que no anden descalzos, indocumentados.

–¿Y respecto de Abuelas?

–Que se aclare el destino de cada uno y que encontremos a los nietos. Esas son deudas serias pendientes.

–¿Se hace todo lo posible o hay algo más?

–Ahora estamos trabajando en la provincia con un fiscal para buscar todas las partidas de nacimiento de esos años, se va a formar una comisión.

–Serían 400 deudas entonces.

–Claro. Esto es un agravio mundial. Estuve hace poco en Italia y les dije: “Acá se perdió hace años un niño, que se cayó en un pozo, y se movilizó toda Europa para sacar a ese chico de un pozo. Nosotros tenemos 400 en un pozo. Hay que sacarlos”.

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Pablo Piovano
 
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