EL PAíS › VIOLENCIA, RACISMO, SAQUEOS ORGANIZADOS Y DIVISIONES SOCIALES EN CORDOBA

La semana que vivimos en peligro

La capital provincial se llenó de patrullas cívicas, mientras camionetas de buena marca hacían punta en los saqueos. Los tiros, las teorías conspirativas y la entrega, llena de elogios, del gobernador De la Sota a los agentes que hicieron el paro.

 Por Marta Platía

Desde Córdoba

“¿Sabés lo que más me dolió de todo esto?”, se abalanza un vecino no bien pone un pie en la vereda. “Que los que saqueaban no eran solamente los negros de mierda, sino gente blanca ¡como nosotros!”

Blancos. Negros. Nosotros. Ellos... Y no, no es la Sudáfrica pre-Mandela, es Córdoba. La Córdoba de este diciembre achicharrante. El diciembre del descontento, diría un personaje shakespeariano si cobrara vida acá. Este diciembre en el que sólo en una noche apocalíptica, que algunos debieron prever y evitar, se abrió una herida gigantesca que quién sabe cuánto tardará en cicatrizar. Si es que cicatriza. Por ahora duele y hiede. Hiede y supura.

Una semana de pesadilla en la que surgió (¿se institucionalizó?) una nueva clase social, la de “los negros de mierda” para otra clase que se cree blanca, rubia y de ojos azules, y que con la tilinguería al palo y en pleno ejercicio de una suerte de apartheid vernáculo, se llena la boca hablando maravillas del líder africano Nelson Mandela...

Días extraños, sórdidos los que se viven. Basta caminar por la ciudad para notarlo: todos parecen desconfiar de todos. “Anoche vi unos pibitos en moto, eran unos cuantos. Tenían bolsos. No sé si ‘chumbos’ adentro, pero me dio miedo y me metí adentro”, cuenta Alejandro, de Los Robles, uno de los barrios más castigados por los tiroteos y los saqueos. “Yo no tengo armas, pero apenas pueda te juro que me compro una”, dice, y evita la mirada. Tiene los ojos llenos de ese “caño” que le permitirá, otra vez, “dormir tranquilo”. Tiene cinco hijos y vuelve a jurar que “el miedazo que pasé el otro día no me lo saca nadie y no lo paso más. Por mi vieja que se caiga muerta ahora”, y se besa el índice haciendo una cruz sobre los labios.

¿Y la policía? ¿La gendarmería? ¿No basta con eso? “¡Pero ni en pedo! ¡Si nos dejaron solos! Nos entregaron. La cana liberó las zonas. ¡Ellos avisaron para que salgan a chorear!”, replica rápido, indignado, seguro de su verdad y casi a los gritos.

Como muchos en su cuadra y en la ciudad, está convencido de que “el gobernador y la Presidenta se pelean entre ellos y dejaron que nos liquiden”. El (informal) mensaje de Twitter del gobernador José Manuel de la Sota pidiendo la Gendarmería ha calado hondo. Para muchos, eso era suficiente. ¿La ley? ¿El protocolo necesario para no invadir jurisdicciones para que Gendarmería una vez llegada tenga responsabilidades penales y civiles? Bien, gracias. Que se lo dejen a los expertos. El pavor de esa noche maldita es lo que cuenta para la mayoría. La melodía salvaje hecha de tiros, gritos, robos y muerte es lo que ha quedado ardiendo en la conciencia colectiva.

En guardia

El jueves y el viernes los vecinos de distintos barrios siguieron turnándose para dormir. Montando barricadas por las noches. En la Legislatura, el Frente Cívico de Luis Juez pidió la renuncia “por manifiesta incapacidad” de la secretaria de Seguridad, Alejandra Monteoliva, y del jefe de Gabinete, Oscar González, que fueron poco menos que “gatos de yeso” durante un conflicto en el que Córdoba se había convertido en un atroz infierno de todos contra todos.

Como en los años ’20 porteños, cuando los “pibes cajetillas” salían a patotear “cabecitas negras” por los suburbios, en la noche del 3 al 4 de diciembre y las que siguieron, en los barrios caros se armaron bandas que apalearon a cuanto pibe “portador de rostro o moto” pasaba por sus calles. Saqueara o no. A su vez, en los suburbios y en los barrios obreros, los desamparados de siempre quebraban códigos de solidaridad saqueando sin piedad a quien, tal vez, le había fiado durante años. Pero en los videos que se conocieron después hubo un elemento nuevo: costosas camionetas conducidas por “los blancos” de los que se lamentaba el vecino, que llegaban “haciendo la punta” y se llevaban lo que encontraran a su paso.

De allí que nada resulte claro. Para el fiscal Gustavo Hidalgo, “actuaron bandas organizadas. Todo fue demasiado coordinado para ser espontáneo”. Lo mismo opinó Benjamín Blanch, el dueño de la cadena de supermercados Buenos Días: “Fue muy raro... fueron como actos organizados y sincronizados”. Además de ellos, muchos cordobeses de a pie todavía se preguntan, pasado el virtual estado de guerra y con semejante tiroteo en toda la ciudad, ¿adónde fueron las miles de balas disparadas? Hubo un solo muerto... Raro. Muy raro.

Moneda de cambio

El miedo es la ganancia, la moneda de cambio que usará el gobernador De la Sota para sostenerse, pero a la vez su gran pérdida.

“El Estado provincial es el gran perdedor de esa noche y el único responsable”, coincidieron el rector de la Universidad Nacional de Córdoba, Francisco Tamarit, y el ex rector de la Universidad Católica, el jesuita Rafael Velazco, quienes ahondaron en la importancia de la educación para que el tejido social vuelva a reconstruirse.

Pero se sabe que una sociedad en pánico (y la cordobesa lo está) es más fácil de controlar si se le provee de suficiente policía y seguridad después del miedo sin fin de una noche de vale todo. Al mismo tiempo, De la Sota está irremediablemente atrapado ahora por el poder policial: el monstruo elefantiásico con el que ningún gobierno cordobés, desde iniciada la democracia, se quiso meter. De hecho, en 1994, el entonces ministro de Asuntos Institucionales, Oscar Aguad, nombró y defendió en su cargo a uno de los máximos torturadores de la dictadura, Carlos “El Tucán” Yanicelli, que desde 2010 está preso por delitos de lesa humanidad. Ex jefe de la D2, la Gestapo cordobesa, Yanicelli fue condenado a prisión perpetua junto con Videla y Menéndez. Nada menos.

La policía cordobesa tiene el insólito record de haber sido la única en la historia argentina en haber dado un golpe de Estado. Fue el 28 de febrero de 1974, cuando derrocaron al gobernador constitucional Ricardo Obregón Cano y a su vice Atilio López, luego asesinado por la Triple A. El golpe se conoció como el “Navarrazo” porque fue encabezado por el jefe policial de aquel entonces, el teniente coronel retirado Antonio Domingo Navarro. En ese golpe, de un tiempo a esta parte, se involucra a un joven militante de “las brigadas civiles de peronistas de derecha”, José Manuel de la Sota.

El abogado Claudio Orosz, especialista en derechos humanos, confirma la versión: “Sí, así es. Patricia Trigueros, que atestiguó en la causa por el asesinato de tres militantes de la Juventud Peronista a manos de policías del Comando Radioeléctrico, aseguró haberlo visto. Fue en la causa conocida como Pedro Nolasco Bustos y otros. Trigueros afirmó haberlo visto con el brazalete verde de los comandos civiles. Ella lo describió ante los jueces y aseguró que era De la Sota porque lo conocía”. No deja de ser una paradoja de la historia que este hombre cayera bajo el peso del mismo monstruo que él –ya en sus propias gestiones como mandatario– contribuyó a engordar y fortalecer. Y siguió apoyando aun cuando hace pocos meses su cúpula fue descabezada y dos de sus jefes fueron presos imputados por narcotráfico.

Cuando el miércoles por la mañana fue completamente derrotado por los acuartelados no sólo les concedió lo que pedían, sino que no impuso ni media sanción de las que él mismo había amenazado apenas un par de horas antes. Hasta les dio un respaldo casi sin límites: “Salgamos a atrapar a todos los delincuentes, que no quede ninguno en la calle”, arengó en plural, en medio de la ovación de su claque, alineándose con los rebeldes aun después de semejante extorsión.

De pies y manos

De la Sota ha quedado atado de pies y manos. Y por su inhabilidad, reflejos adormecidos, o vaya uno a saber por qué carambola política de la que se imaginó triunfante y le salió por la culata, entregó también a los gobiernos de otras provincias. Está a la vista, el efecto dominó del acuartelamiento se derramó instantáneo por Catamarca, La Rioja, Neuquén y Río Negro. Por ahora. Eso sin contar que los gremios fuertes como los empleados públicos, los docentes, los judiciales y siguen las firmas, ya están en la calle y de paro, reclamando un enganche a la mejora salarial que consiguieron los policías a puro acantonamiento, sangre y saqueos.

De la Sota ya había perdido el tren hacia sus sueños presidenciales en 2003 cuando su otrora amigo Eduardo Duhalde prefirió al casi desconocido Néstor Kirchner para sucederlo, no bien tuvo que irse por la matanza de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán. Nunca se lo perdonó.

Ahora, cuando su tercera gobernación no parecía ser para él más que el peldaño para hacerse (al fin) de la presidencia, la noche feroz de Córdoba tal vez sea su oxímoron, su ocaso definitivo. Y esa foto en el aeropuerto de Panamá en su propio “helicóptero”: mientras en Córdoba campeaba el terror, a él se lo ve sentado en la burbuja protectora de esa zona neutra de freeshops donde nada puede suceder, salvo el perfume francés y el café carísimo.

Porque si bien en el tiempo que le queda tal vez pueda brindar la “seguridad” que los cordobeses reclaman a gritos, a nivel nacional su nombre ha quedado pegado indefectiblemente a una de las jornadas más desesperantes y negras que se hayan vivido en provincia alguna desde el regreso de la democracia. Ya lo saben los catamarqueños, los riojanos y los neuquinos. Desde ahora en adelante, al menor conflicto con la policía, todos seremos rehenes.

El daño está hecho.

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Imagen: DyN
 
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