EL PAíS › OPINION

La verdadera utopía neoliberal

Por Lucas Rubinich *

La gran revolución cultural que recorre el mundo desde hace más de dos décadas, y que en nuestro país adquirió una presencia arrolladora a través de concretas implementaciones políticas desde el inicio de los noventa, está cerca de completar la tarea que posibilite la realización de la entera utopía. Como en el “zapallo que se hizo cosmos” de Macedonio Fernández, la lógica del mercado puro avanza y por momentos pareciera que no va quedando mundo fuera de ella. Este zapallo, que no nació en Chaco como el de Macedonio, sino en Mont-Pelerin e inició su camino de crecimiento desmesurado en el Chile de Pinochet, se extiende por estos lados pisando fuerte y sin pausa. Solo le faltaría eliminar algunos residuos del antiguo orden que obstaculizarían la lógica zapallar del mercado sin restricciones. Y quizás el más significativo de esos obstáculos residuales sea el mismo sistema político democrático. O, por lo menos, elementos centrales de un sistema político que aún en un estado de extremo deterioro y degradación tiene la peligrosa potencialidad de reinventarse y así reinventar la representación de grandes masas de la población. La realización de esa poderosa utopía que esgrime las banderas de la racionalidad científica precisa –ya que las dictaduras parecen tener por el momento cierta inhabilitación cultural–, al menos, de una democracia restringida.
En las sociedades duales hacia donde la implementación de las políticas mencionadas parece encaminarnos, obstáculos como el sistema democrático se presentarían a estas zapallares visiones del mundo como más salvables. En una sociedad como la argentina, que en gran parte del siglo XX se transformó en el marco de un importante proceso de movilidad social ascendente y que como resultado de complejas situaciones ligadas a ese proceso generó expectativas igualitarias en amplias franjas de la población (que perviven más allá de las transformaciones estructurales que impedirían su cumplimiento), la misma idea de representación les resulta una barrera conflictiva.
El extremo desprestigio de la clase política tradicional crearía condiciones favorables en este sentido para el avance zapallar, ya que no eliminando, por lo menos, reorganizando el sistema político democrático a su medida. En principio un puro y simple achicamiento sostenido en argumentos de excesivo gasto y de ineficiencia: el cierre de concejos deliberantes, creación de sistemas unicamerales donde no los haya, tal vez el directo “cierre” de provincias “inviables”, reducción de sueldos de los funcionarios políticos, inclusive la transformación en ad honorem de puestos legislativos y ejecutivos. Quizás esto abriría el camino para que los espacios de mayor responsabilidad sean ocupados por los auténticos profetas del zapallo, epígonos de Alberto Barceló con posgrado universitario; una especie de gerentes especialistas en un saber fundamental para esta nueva administración: la economía. Una economía que viste con modelos matemáticos y consecuente racionalidad científica lo que es ni más ni menos que la expresión de los presupuestos más clásicos de un pensamiento conservador. Las políticas locales estarían a cargo de aquellos que poseyendo renta personal o familiar puedan asumir la función sin “malgastar los dineros públicos”. El voto no obligatorio en una sociedad que crecientemente se dualiza, sumado a un Estado penal, posibilitaría contar con un restringido grupo de votantes cuya mayoría percibiría como “natural” esa forma de organización social. Así, el zapallo se habría hecho cosmos.
Por supuesto, el avance zapallar encuentra resistencias y las puede resolver por la fuerza, pero es cierto que también logra respaldo popular. Fue así que se lograron cambios significativos en la entera estructura productiva y en el Estado. Y así –y es su verdadero triunfo cultural– actuó arrolladoramente contra conceptos centrales del Estado de Bienestar como el de responsabilidad colectiva (en caso de accidente laboral, desalud, de pobreza) e impuso su mirada analítica individualista transformada en sentido común, permitiendo que se explicasen los problemas de las víctimas atribuyéndoles a ellas mismas las causas de su desgracia.

* Sociólogo, director de Apuntes de investigación, profesor y ex director de la carrera de Sociología (UBA).

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