EL PAíS › EDUARDO CURIA, ECONOMISTA

“Si nos alejamos mucho de la oferta inicial es mejor no acordar”

Es un asesor destacado de Julio De Vido, y a través de él sus opiniones llegan a Kirchner. En este reportaje asegura que probablemente será necesario “flexibilizar” la propuesta argentina a los bonistas y elevar un poco el superávit. También habla de otros caminos para acordar con los acreedores.

 Por David Cufré

Para los economistas progresistas, Eduardo Curia es demasiado ortodoxo. Para los ortodoxos, a su discurso le falta pureza. Sus últimos textos rescatan la corriente neokeynesiana, pero a él le gusta definirse como un pragmático. A fines de 1989, como viceministro de Economía de Erman González –también había estado con Miguel Roig y Néstor Rapanelli– propuso la convertibilidad, pero con características distintas a las que después le daría Domingo Cavallo. El entonces canciller le boicoteó el proyecto y, a los pocos días, Curia se fue del gobierno. Años después, fue un luchador solitario contra el uno a uno, que asfixiaba la economía. Todavía hoy sigue pidiendo un dólar alto. Pero se declara oficialista. De hecho, lo es, ya que el ministro Julio De Vido lo tiene como su economista de cabecera, aunque sea un asesor externo. Por esa puerta, Curia hace llegar sus opiniones a Néstor Kirchner, y algunos dicen que es un vocero extraoficial del Gobierno. Si fuera así, hay que prestar mucha atención a este reportaje, ya que Curia se pronuncia a favor de flexibilizar la propuesta de quita a los acreedores y postula un aumento del superávit fiscal.
–¿Cuál supone que será el arreglo final con los acreedores?
–Lo puedo imaginar como un ejercicio de esperanza metafísica, porque hoy por hoy las diferencias son notorias. Sin embargo, tengo la convicción de que se irán encontrando puntos de coincidencia y que el tema estará resuelto, o al menos encauzado, hacia fin de año. La propuesta inicial, con la cual me siento identificado, probablemente haya que flexibilizarla. Algún esfuerzo de adecuación habrá que hacer. El objetivo es que el arreglo final sea lo más parecido posible a lo que fue nuestra propuesta original. Yo entiendo lo emblemático de una quita nominal del 75 por ciento, pero entre las cosas dichas y las no dichas, hay mucho para analizar.
–¿Por ejemplo?
–Un pago de cortesía a los acreedores con plata de las reservas. Si nos piden 6000 millones de dólares no, pero si es un número mucho más sobrio yo lo pensaría.
–¿Cuál?
–Otro día se lo cuento. En este momento lo que me interesa es transmitir el concepto. Ya le digo, un número más sobrio lo pensaría. Con respecto a los Boden, no es que haya que hacer un estropicio con la deuda nueva (que no está en default), pero todo el mundo sabe que los títulos que tienen los bancos se van a refinanciar.
–¿Y los Boden en poder de los particulares?
–No, ésos no hay que tocarlos. Lo que hay que hacer es algún arreglo con los bancos.
–Su propuesta es liberar recursos para mejorar la oferta a los acreedores, para que la quita sea menor al 75 por ciento.
–Me parece que hay elementos a explorar. Yo digo que el Gobierno hasta podría admitir que el superávit primario será de 3,5 por ciento del PIB, en lugar del 3 actual. Es un nivel tolerable. En eso fundo mi optimismo cauteloso. Ahora, si el Grupo de los Siete no les hace saber a los acreedores cuál es el techo, esto no tiene arreglo.
–¿Para usted cuál es el techo?
–Tiene que estar muy cerca de nuestra propuesta original. Si bien hay que hacer un esfuerzo de adecuación, y dejo abierto el modo, tiene que ser en el margen. La tranquilidad de espíritu que hay que tener es que más que eso es imposible. Si hubiera que corregir la propuesta de manera significativa, sería mejor no acordar. Cuando nos alejamos demasiado de la oferta inicial, entramos en una zona donde es preferible no acordar y hacer frente a una serie de inclemencias que no serían menores. Pero no tiene sentido firmar un acuerdo que no sea viable.
–¿El Gobierno se animará a tanto?
–El Gobierno tiene que entroncar la negociación en el modelo económico y no al revés. Le doy dos o tres puntos fundamentales. Si el pago de cortesía fuera de 6000 millones de dólares, la administración de las reservas se alteraría de tal modo que sería inviable. Si el superávit primario se fijara por arriba del 4 por ciento, también sería indigerible. Lo mismo si alguien quisiera apreciar el tipo de cambio, para que los pesos sirvan para comprar más dólares. Así se va definiendo la curva de posibilidades. La negociación tiene que estar sincronizada con la concepción de la política interna.
–¿Le cree al Gobierno cuando dice que no flexibilizará su propuesta?
–Me considero un firme adherente al Gobierno, pero no soy el Gobierno. Mi reflexión la hago como analista proclive. Bajo esa visión, me parece que la mejora de la oferta en los márgenes es indispensable y, a la postre, las circunstancias lo harán exigible. Ahora, éste es un juego de correspondencias. Las autoridades políticas no pueden anunciar hoy una reducción de la quita, porque inmediatamente se convertiría en el nuevo piso para un reclamo superior de la contraparte. Ya llegará la famosa etapa del regateo, pero en este momento el Gobierno hace bien en decir de acá no me muevo.
–Usted que siempre pidió un dólar alto, ¿está conforme con el nivel actual?
–La clave del nuevo modelo es el tipo de cambio competitivo y sostenido en el tiempo. Para mí el valor nominal razonable sería entre 3,15 y 3,20.
–Entonces no está contento con Prat Gay, el presidente del Banco Central.
–En la primera parte de 2003 la política del Banco Central pintaba nefasta. Fue cuando se produjo una fuerte retracción monetaria y el dólar derrapó. Después, debemos admitir, Prat Gay rectificó parcialmente su posición. Por lo tanto, llegué a acostumbrarme a un dólar cercano a 3 pesos. No es lo óptimo, pero es algo.
–¿Recuerda algún otro gobierno que haya sido tan disciplinado fiscalmente como éste?
–No, y ése es un punto clave. Muchos sectores de la sociedad y del arco político, e incluso gente del Gobierno o cercana al Gobierno, sostienen que la disciplina fiscal puede perturbar la expansión económica. El tema del superávit es incordioso, entonces esos sectores lo asumen a regañadientes y rechazan cualquier ampliación. Mi visión es distinta. Por supuesto que no me gusta un superávit sobreactuado, mayor al 3,5 por ciento, pero el superávit actual y hasta un poquito más cumple un rol macroeconómico importantísimo. Es un cable a tierra para que funcione un esquema donde el dinamismo lo genera la política monetaria y cambiaria. Hay que entender cómo funciona este modelo.
–¿Cómo funciona?
–La palanca dinámica es el tipo de cambio competitivo. Necesitamos un dólar alto por muchos años, para que la inversión funcione. Lavagna y Prat Gay tendrían que decirlo claramente, como hizo Chile en los ‘90. Hoy esas señales no están y es urgente que estén, más cuando el FMI estaría presionando por un dólar más bajo.
–¿Y qué pasa con la distribución del ingreso?
–Para una visión distributiva muy ambiciosa, puede ser que el Gobierno esté en mora. Pero cuando se empieza a computar el enorme esfuerzo fiscal que implican los planes Jefas y Jefes de Hogar, el refuerzo de las jubilaciones mínimas y de algunos salarios, y a la vez se va dando una mejora del empleo –aunque es cierto que no tiene la calidad que uno quisiera–, para esta instancia del país, algo concreto se está haciendo. Es posible que mi visión sea más conservadora que la de otros sectores, pero el esfuerzo distributivo se está dando.
–¿No le preocupa que ocurra como en los primeros años de la convertibilidad, que la economía crecía mucho, pero la riqueza quedaba concentrada en una franja angosta de la sociedad?
–Es un riesgo. Pero en la etapa en que estamos, lo que está haciendo el Gobierno está bien. El nivel de pobreza es espeluznante, pero hay que examinarla en los términos de respuesta económica posible. Por más que yo tenga un halo de romanticismo, la responsabilidad de la conducción política es pensar en términos de posibilidades.
–En ese sentido, coincide con el gradualismo que postula Lavagna.
–Con el ministro coincido en una amplia gama de aspectos y tengo alguna disidencia focalizada. En este punto, la magia es ir graduando acumulación y distribución. El espacio de posibilidades está equilibrado para el momento actual.
–¿Qué opina de medidas redistributivas como una suba de las retenciones a las exportaciones de soja?
–No estoy de acuerdo. El sendero del modelo nos obliga a administrar la tensión entre acumulación y distribución. Estamos en el tiempo de la acumulación con algo de distribución. No hay compartimientos estancos, pero el énfasis en este momento tiene que estar en la acumulación.
–¿Por cuánto tiempo?
–Si la salida de la convertibilidad hubiera sido ordenada, se habrían necesitado dos años para fijar los lineamientos del nuevo esquema y otros dos o tres para su consolidación. Como la salida fue caótica, estamos medio retrasados. Yo diría que tenemos que caminar tres o cuatro años más para pensar en un crecimiento más fuerte del consumo.

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