EL PAíS › OPINION

Lo que nunca pasó antes

 Por Lila Pastoriza

“¿Habías vuelto ya a la ESMA?” La reiteración de esta pregunta por parte de gente próxima y bien informada me dejó pensando. O mucha gente ignoraba que ése era territorio de la Armada o a partir del viernes 19 parece tan obvio que los sobrevivientes debían entrar allí que resulta extraño que no hubiera ocurrido antes. Me parece más probable esto último, lo cual habla, en buena medida, del fuerte efecto de la decisión tomada.
El propio Presidente, ahí, en la “capucha” de la ESMA, dijo, casi pensando en voz alta: “¿Cómo es posible que esto no se haya hecho antes?”. Y es cierto que nadie podía esperarlo de Menem o de De la Rúa, obediencias debidas e indultos mediante, pero ¿y la Justicia? ¿No hubiese sido un elemento probatorio en los juicios por los bebés robados? Sea como fuere, quizá sucede que la impunidad calladamente nos va acostumbrando a su presencia y se cuela de a poco, sin que nos demos cuenta.
¿Es esto posible? ¿No estaré soñando? Me lo pregunté de repente en la tarde del viernes cuando caminábamos junto al Presidente hacia el Casino de Oficiales. Ibamos por la calzada del jardín, entre el sol y las flores (¿existían también en el otoño del ‘77 cuando los coches atravesaban el predio con su carga humana?). No pienses, me dije, ni en ese otoño ni tampoco en esta cierta irrealidad de ahora, sigamos. Y ya estábamos en el playón junto a la entrada al sótano. Un silencio, y no más, porque se desató la búsqueda, casi eufórica, un tropel de hallazgos, dudas, relatos superpuestos. Encontramos la escalera, aquella que iba del sótano hasta arriba, hasta el tercer piso. Y apareció el altillo, inalterado, pisábamos “capucha” con sus mismos travesaños de metal, sus vigas y esa bruma terrosa de la penumbra de antes, y el agobio. Y arriba de todo, por la escalera tan angosta que yo bajaba ayudada por mis codos, descubríamos “capuchita”, asfixiante, desolada. Y allí, en esos huecos de silencio, las ausencias.
La visita a la ESMA conmovió a todos, a nosotros y a las autoridades y funcionarios. Cada uno debe haber sentido en algún lado, según las huellas que le dejó esa etapa, el contacto con el frío de la ESMA. Para nosotros fue un regreso en el tiempo. Disparó algo de lo que entonces fuimos, y cada uno se armó con los recursos que pudo, como entonces, y se apoyó en el otro, casi corporalmente –las manos unidas, los abrazos– del mismo modo que antes nos ayudó a vivir. No fue fácil. Pero creo que no me equivoco al decir que sentimos que hicimos lo que debíamos.
Del mismo modo ocurrió en el Juicio a las Juntas Militares, cuando nuestro rol como sobrevivientes de uno de los centros de exterminio podía aportar al avance de la Justicia y a la comprensión de la historia reciente. Han pasado 19 años desde entonces. En el Juicio, viniendo del infierno, relatamos cómo se torturó y exterminó planificadamente a millares de personas. No fue en vano. En pleno reinado de los dos demonios, que disfrazaba esa masacre de duelo bélico entre bandas opuestas ante una sociedad espectadora, la sentencia convalidó la responsabilidad criminal del terrorismo de Estado.
En el camino recorrido desde aquellos años, la visita a la ESMA de sobrevivientes acompañados por las autoridades del país y por el Presidente aparece como un hito crucial. Implica que el Estado se hace cargo de lo que en otro momento provocó. Señal muy fuerte hacia el ocaso de la impunidad, no sólo permite alentar esperanzas en el logro de los objetivos de verdad y justicia. También, al dar lugar a que se concrete ese deseo de testimonio, recuerdo y comprensión de lo aquí ocurrido que se ha dado en denominar Museo de la Memoria, puede estimular un debate nacional que debe ser de todos: el que busque explicar, ya sin la vigencia de la teoría de los dos demonios, cómo fue posible esa etapa de nuestra historia reciente en la que, como ocurrió en la ESMA, millares de personas que querían cambiar la sociedad, en su mayoría jóvenes y casi adolescentes fueron torturadas, masacradas y desaparecidas.

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