EL PAíS › OPINION

El preso

Por Eduardo Aliverti

Este Cavallo preso, este estatizador de la deuda externa, este acorralador de la plata ajena, no es otro Cavallo que el aceptado como mano mágica por un grueso de los argentinos cuando les vendió la fantasía de que un peso era igual a un dólar; o cuando fue convocado como tabla de salvación de la alucinante ineptitud de la Alianza, hace –parece mentira– apenas un año.
Si hay algo patético en esta historia es ese mismo hombre saludado poco menos que como salvador de la Patria por tantos que hoy se regodean con su actualidad penitenciaria. Y nada diferente podría decirse del sultán de Anillaco, caído y tal vez al borde de caer otra vez en desgracia para solaz y esparcimiento de otros tantos –los mismos– que sólo seis años atrás le confiaron su voto cuando ya había culminado su obra de remate nacional. Por eso la prisión de Cavallo es una de las noticias más importantes de estos tiempos. No por la sorpresa, no por su figura mediática impactante, no por su vida en la cárcel. No por nada de eso, sino porque su parábola es la misma que la de un conjunto social que tarda demasiado tiempo en descubrir a sus verdaderos enemigos; y todavía está por verse si en efecto los identificó o si acaso es capaz de caer, por incontable vez, en las trampas que el sistema va tejiendo a medida que cada una de ellas se revela como tal. Militares, radicales, peronistas, caudillos de provincia o modositos con pinta de austeros.
Si Cavallo preso es la expresión, eventualmente desprolija pero en todo caso legítima (e intereses judiciales al margen), de un pueblo que adquirió conciencia de sus expoliadores, los argentinos están ante una muy buena noticia: la arrancó el hecho de que la movilización popular comenzó a producir que el que las hace las paga.
Si Cavallo preso es, en cambio, la consecuencia de un espasmo, de una piedra saltada desde la bronca y nada más, podría seguir en prisión toda su vida sin que eso signifique nada. Porque vendrán otros gerentes de la injusticia social, a no dudarlo, para cumplir el mismo papel que él.

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