EL PAíS › OPINION

Algo para refrescarse

 Por Eduardo Aliverti

Alguna vez que parece ubicada en la prehistoria, cuando la rata ganó las elecciones presidenciales del ’89 con discurso nacionalista y patillas facundescas, el gordo Soriano escribió un artículo inolvidable donde aludía a que siempre vuelven porque nunca se van.
Los negros. Los cabecitas. Los descendientes de la historia oral. El abajo. Aparecen cuando nadie los representa o cuando alguien cubre ese vacío. No siempre, pero casi siempre. De todas formas, el gordo tuvo la prevención de no comprar fruta así porque sí y de advertir que al chico había que verlo andar. Menos mal. La rata fue lo que fue, las consecuencias todavía están pagándose y el gordo, tal vez y aunque murió cuando ya estaba claro que la rata era lo que era, arrastrando la traición a los humildes, volvería a enterrarse si releyera aquel artículo. Aunque la nota no hablara de seguridades, sino de esperanzas renacidas por la potencia de ese abajo que le había dicho que no al lápiz rojo de Angeloz, a la defección de Alfonsín, a la pusilanimidad de los radicales. Eran “los negros” que habían reaparecido.
El caso de Hugo Chávez pinta distinto. Ya lleva como seis años de no traicionar. Se pasó a una oligarquía salvaje por el traste una y otra vez, con los métodos más democráticos de este mundo. Le dieron un golpe de estado, lo recolocó una movilización popular y no se vengó. Se tomó la revancha en las urnas. Los reaccionarios modositos y los directos ensayaron la respuesta del fraude, ni siquiera avalada por Bush. El abajo, de vuelta. Es decir, no de vuelta sino desde que el morocho de Chávez les devolvió la dignidad concreta. Falta. Falta mucho, obvio, porque el día que deje de faltar se terminarán las utopías y si se termina eso no hay ser humano. Inclusive falta porque a Chávez o a eso que se llama revolución bolivariana, que no es sólo Chávez pero que sin Chávez difícilmente existiría, resta verlo consolidado contra un viento y marea que no llegó del todo. Cuba es un sapo que en cierto sentido ya arrodilló a los gringos pero, llegado el caso, ¿otro sapo más y con petróleo? Se lo puede ver desde las convicciones “bolivarianas” o desde la capacidad de fuego del enemigo. Como sea, no terminó nada. Pero el domingo 15 de agosto siguió empezando un montón. O un milímetro. Es lo mismo.
Bajando unos cuantos miles de kilómetros no hay, ni de cerca, tanta épica. O tanta presunción de que pueda haberla. Sí algunas cositas, digamos. Que el ingreso de los trabajadores haya resucitado en el debate o la agenda pública argentinos es un dato, por ejemplo. Un tal Consejo del Salario Mínimo salió de la tumba después de once años. Hay una serie de barreras para verlo en positivo que, francamente, dan poco menos que pavura. Por empezar, estamos hablando de un tercio de la fuerza laboral: el resto está desocupado, subocupado o en negro, y no mira la polémica ni de lejos. Después, la movida política. El Gobierno le atraviesa el esquema a la burocracia dirigente, y entonces le dice: a la cúpula de los industriales que tiene que compartir sillón con los opositores internos (Techint); a los gordos de la CGT que se tienen que sentar con la CTA; a la CTA que se tiene que bancar a los gordos de la CGT, y a la oposición fabril que se aguante a los más liberalotes de la cúpula. En otras palabras, el kirchnerismo se corre del centro de la escena a la hora de discutir salarios y le deja un lugar, o el lugar central, a la dirigencia empresario-sindical. Que se hagan cargo ellos y, de última, que se quemen ellos. Tácticamente quizá brillante y estratégicamente tal vez patético. Porque la jugada podría alcanzar para corresponsabilizar a los burós por la suerte de los asalariados, pero nunca llegaría a salvar la imagen del Gobierno si el salario sigue siendo El Salario del Miedo. Sólo zafar, en síntesis, mientras se ve quién sabe qué. Pero también en síntesis, por obra de un cúmulo de factores objetivos y subjetivos, el salario volvió a la mesa (del debate). Un dato, no para entusiasmarse aunque sí pararegistrar que por acá también quiere pasar algo. Muy chiquito, y en medio de la sensación o la certeza de que no pasa nada.
A esto último, a esa sensación o a esa certeza, contribuyen ejemplares varios. Por ejemplo el ministro de Salud, que dice que en el país no hacen falta más médicos como si alegremente el problema fuese de cantidad en lugar de calidad y distribución geográfica. O el de Interior, que arregla la problemática de los piqueteros mandándolos “a laburar”. ¿Estarán buscando trabajo en Radio 10? ¿Sólo se trata de sintonizar con el tilingaje de clase media? ¿Les preocupa la nueva convocatoria del instrumento Blumberg y les parece que es cuestión de largar frases a la bartola, para encajar con los espasmos menopáusicos de doñas y doños Rosa? Vaya a saber.
Igual, como ése ya es un paisaje que se conoce o debería conocerse de memoria, mejor sentir que de vez en cuando la vida toma con uno café, y sentirse un poco venezolano para estar mejor.

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