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¿Volver a salir de Haití?

Por Rafael A. Bielsa *

Si la solución para los funestos problemas que padece Haití consistiera en que la comunidad internacional “saliera” de allí, Haití carecería de aquéllos, pues “salir” es lo que ya se ha hecho en demasiadas ocasiones. Me refiero al artículo titulado “Salir de Haití”, que firma Juan Tokatlian, publicado por Página/12 el 6 de enero último.
Coincido con el experto en que el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (en el que Argentina y Brasil compartirán sendos asientos durante 2005) debe abocarse a facilitar una solución política amplia, así como también que la pérdida de vidas humanas de la fuerza multilateral de la que formamos parte es una posibilidad cierta.
Discrepo, en cambio, con otras conexiones lógicas que ensaya el articulista. Según él, dado que luego del maremoto en el océano Indico los “escasos” recursos de la comunidad internacional se concentrarán en la reconstrucción, la presencia internacional en Haití debe ser retirada.
Cabe, al respecto, plantear dos inquisiciones. En primer lugar, y para llamar a las cosas por su nombre, a juzgar por indicadores de producto de los países desarrollados, acaso lo que exista sea una desigual distribución de recursos, que afecta a aquellos pueblos más arruinados (¿nos suena a música conocida?). En rigor, los fondos que demanda Haití son irrisorios en comparación con los que demandará paliar los destrozos causados en el Indico. En segundo lugar, el recorrido argumentativo de Tokatlian está alejado de los principios que animan nuestra idea sobre política exterior. Como –y siempre que consideremos esta construcción lógica como válida– los recursos financieros van a alejarse aún más de Haití, la Argentina (junto con los países de la región) debería retirarse, agravando aún más la situación de desamparo del pueblo haitiano. Con todo respeto, no hemos elegido ese camino.
Otro aspecto que socorre el discurrir del experto es la argumentación –insuficientemente fundada en evidencias y por tanto dogmática– de que la Misión de las Naciones Unidas en Haití es meramente militar y se orienta por los deseos y necesidades de los Estados Unidos. Con relación a la primera de estas cuestiones, el autor tal vez no repara en algunos elementos que se hallan en el origen del mandato de la Minustah y que forman parte de sus actividades cotidianas. En principio, es importante subrayar que la Misión en Haití forma parte de una nueva generación de operaciones multidimensionales que han expandido la antigua noción de una fuerza de separación para incorporar tareas de reconstrucción judicial, administración civil, desarrollo económico y derechos humanos. Invito a la lectura de las resoluciones 1542 (2004) y 1576 (2004) del Consejo de Seguridad de las N.U. que sientan las bases de las actividades de la Minustah.
Repasemos algunas de sus actividades: facilitación de acciones relacionadas con la reconstitución del estado de derecho, promoción del diálogo nacional y la reconciliación, asistencia en el proceso electoral, colaboración en la catástrofe humanitaria sufrida luego de la tormenta Jeanne. No es ocioso recordar, en este contexto, la invaluable ayuda prestada por las tropas argentinas en Gonaïves, y el hospital móvil reubicable dirigido por médicos argentinos pertenecientes a la Misión.
Se han logrado progresos. En materia de seguridad, es exacto que me intranquiliza el último rebrote de violencia, pero creo que la presencia multilateral impide que la situación sea aún más preocupante. En materia de desarme, se está combatiendo con decisión a los grupos armados ilegales y se continúa insistiendo para que el Gobierno de Transición actúe con decisión llevando a la práctica un programa eficiente de desmovilización y reintegración de las antiguas milicias. Respecto del diálogo político, se propicia que sea inclusivo y no proscriba a los sectores que renuncian a la violencia como medio de imponer sus puntos de vista y se apoya con decisión la organización de elecciones imparciales y libres durante el presente año. En el área de derechos humanos, desde el Consejo de Seguridad apoyamos el entrenamiento de los sectores policiales y judiciales y seguimos solicitando que no haya perseguidos políticos (de hecho, algunos detenidos sin cargos formales han sido liberados). En materia de desarrollo, por último, se concluyen los detalles para la puesta en marcha de un mecanismo de cooperación que supervisará el destino responsable de las donaciones y la identificación de proyectos de impacto rápido.
Los avances, por cierto, no son espectaculares, pero no se debe perder de vista que hablamos del país más pobre de América, escasez a la que añade inestabilidad política y falta de capacidad institucional de gerencia de políticas públicas.
En este contexto, la Argentina está abocada precisamente a no retirarse de Haití. En primer lugar, las demostraciones de interés que hemos recibido durante la preparación del debate abierto de este mes del Consejo de Seguridad sobre Haití hacen que no parezca tan evidente que los países donantes quieran dejar de prestar colaboración y, menos aún, que procuren la instalación de un neoprotectorado. En segundo término, si ése fuera el sombrío panorama que se avecina, tampoco pienso que sería oportuno desertar. Porque la Argentina integra una misión multifacética que, entre otras cosas, no sólo procura ayudar a promover la estabilidad y un entorno más seguro, sino también a propiciar el entendimiento y la consideración del otro (que en el complejo panorama político haitiano no es poca cosa).
Las cosas siempre pueden salir mal, pero en ese caso la solución consistiría en salirse de todas las cosas. De ser esto posible, es seguro que no nos lo agradecerían quienes aspiran a un mundo mejor.

* Ministro de Relaciones Exteriores.

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