EL PAíS › EL CONTRADICTORIO TESTIMONIO DE SCILINGO EN MADRID

De falsa víctima a victimario

El ex marino volvió a negar haber participado en los crímenes de la última dictadura, pero justificó la obediencia debida. Su declaración estuvo plagada de contradicciones. El caso del cuñado del embajador Bettini.

Primero intentó hacerse la víctima, pero no le dio resultado. Nadie creyó en su desmayo simulado. Después quiso despegarse y dijo que no participó de los vuelos de la muerte. Pero ya lo había admitido. Ayer probó una nueva estrategia: justificarse. “En la Armada uno cree ciegamente en lo que dice su superior y tiene que obedecer ciegamente. Si el superior dice ‘vamos para allá que tenemos que matar’, es así”, dijo Adolfo Scilingo al declarar en Madrid, en el juicio en el que está acusado de genocidio, terrorismo y torturas.
El ex marino continuó ayer el testimonio que había comenzado el lunes, después de reponerse rápidamente del estado calamitoso en el que se había presentado el viernes, en el inicio del juicio. Como los informes médicos no permitían dudar de que se trataba de una simulación, comenzó a hablar.
La defensa de la obediencia debida no es nueva en Scilingo. De hecho, una de las razones que lo motivaron a hacer su confesión –según le dijo al periodista Horacio Verbitsky en El Vuelo– fue que los superiores no se hacían cargo de lo que habían mandado hacer a sus subordinados.
Ayer, la apología del cumplimiento de órdenes aberrantes no implicó que el represor reconociera lo que antes había reconocido, sino al contrario. Scilingo tuvo que hacer malabares discursivos para negar lo que había repetido hasta el cansancio en cartas, entrevistas periodísticas, un libro de su autoría y ante el juez Baltasar Garzón: su participación en dos vuelos de la muerte en los que treinta personas “fueron arrojadas a aguas del Atlántico Sur”. Su declaración estuvo llena de contradicciones, que fueron puestas en evidencia por los abogados acusadores.
Scilingo admitió que en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) había “personas detenidas”, pero negó que fuera “un centro clandestino de detención” ya que sus operaciones –aseguró– “eran oficiales”. Reconoció que existían los grupos de tareas, pero negó saber a qué se dedicaban más allá de “la inteligencia y la lucha contrasubversiva”. “Era supersecreto. No pregunté porque pasaba a ser el enemigo. Preguntar demasiado era pasar a ser sospechoso”, afirmó. A la vez, en otro tramo de su testimonio señaló: “Estas actividades no pueden ser secretas porque se hacían dentro de la estructura militar”.
El ex marino insistió en desmentirse a sí mismo y repitió que mintió cuando confesó que había arrojado a 13 y 17 prisioneros al mar en dos vuelos. “Los datos falsos eran con respecto a mí, pero lo demás tiene coherencia”, argumentó, aunque también admitió que vivía en el “edificio de los oficiales”, donde estaban los integrantes del grupo de tareas.
Fue confuso al explicar las razones de su supuesta fábula. “Dijo que lo hizo para que todo se investigara, pero eso no tiene sentido si todo era falso”, señaló Carlos Slepoy, uno de los abogados de la Acusación Popular. Después centró su argumento en el “odio” al dictador Emilio Eduardo Massera. Según dijo, quería vengarse de él porque había ordenado secuestrar a su hermana, María Adela, que murió hace unos años de cáncer de mama. Llorando, aseguró que la mujer evitó ser detenida en 1977 por advertencia de Enrique Yon, otro represor de la ESMA. “Por ahí piensan que soy un monstruo, pero no estoy tan seguro de que hubiera salvado a mi hermana si hubiera formada parte del grupo operativo de tareas”. agregó.
Scilingo aseguró que Yon “le abrió los ojos” y que fue él quien le contó que las monjas francesas Alice Domon y Leonie Duquet habían sido víctimas de uno de los “vuelos” y que la sueca Dagmar Hagelin tuvo también ese destino o “una inyección con incineración”.
Cuando otro de los abogados de la acusación popular, José Luis Galán, le preguntó si él mismo había torturado, respondió: “Yo soy electricista, qué tenía que ver yo con eso”. Precisamente su cargo como jefe de Automotores y Electricidad de la ESMA es uno de los elementos objetivos que complican a Scilingo, encargado, por ejemplo, del mantenimiento de los autos en los que se realizaban los secuestros.
Durante un tramo de la larga audiencia –que se extendió desde las once de la mañana hasta las nueve de la noche–, el represor tuvo que responderlas preguntas de la abogada Carmen Lamarca, representante de Marta Bettini, hermana del embajador de Argentina en España, Carlos Bettini.
Scilingo afirmó que el cuñado del embajador, Jorge Devoto –que era
teniente de fragata– “fue arrojado consciente” al Río de la Plata. Según aseguró, el actual jefe de la Armada, almirante Jorge Godoy, le dijo que
Devoto fue al edificio Libertad “a preguntar por su suegro, lo detuvieron y después lo arrojaron al Río de la Plata”. El represor argumentó que Godoy le dijo eso para que no hablara. “Me dijo si recordaba lo que había pasado con el traidor Jorge Devoto y que me acordara de su familia”, declaró ante el tribunal el ex marino. El caso de Devoto fue “una de las grandes barbaridades que ha hecho la Armada”, señaló luego de negar haber visto en la ESMA a Antonio Bettini, padre del embajador.

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El ex marino Adolfo Scilingo cambió su estrategia y habló. Se lo vio en buenas condiciones físicas.
 
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