EL PAíS › DEBATES

El talante K

 Por José Pablo Feinmann

Kirchner hizo poner de moda la palabra talante. No sé quién dijo, por primera vez, “usemos esa palabra”. Sin duda un periodista con ingenio. La palabra se inventó por y para Kirchner. De esta forma, K empezó a tener distintos talantes. Todos negativos, ninguno positivo. Talante autoritario. Talante antidemocrático. Talante hegemonista. Talante soberbio. Talante antirrepublicano. La derecha ha reemplazado el análisis político por el análisis psicológico. Tendría, según su modalidad lingüística, talante psicoanalítico. Rara esta recurrencia, dado que la derecha no se lleva bien con el psicoanálisis. Esta disciplina erosiona la figura paterna y, al hacerlo, erosiona la mismísima fuente de la autoridad, de la jerarquización de la vida, fundamentos del pensamiento de derecha. No es así, dirán los austeros republicanos de hoy. Nosotros no queremos la verticalidad patriarcal sino la horizontalidad republicana y democrática. Quien tiene una noción jerárquica de la existencia –ya que busca concentrar todos los poderes en su persona– es el presidente Kirchner. De donde se deduce que K es la derecha y Macri, Morales Solá y López Murphy y Grondona son la izquierda. Tampoco es cierto, dirán. Nosotros somos la defensa del republicanismo, la defensa de la autonomía de las instituciones. Acaso sea posible creerles. Pero cuando uno, en este país, oye hablar excesivamente (y desde ciertos espacios con una historia ligada más a los sables que al Parlamento) de la defensa de las instituciones sabe que lo mejor es renovar el pasaporte. No por el momento. La derecha, hoy, está asustada y sin muchos argumentos. De aquí su recurrencia al psicoanálisis.
Veamos por qué el miedo: América latina se le está poniendo espesa. Bachelet en Chile (cuestionada por cierta izquierda que pide un voto nulo), Evo Morales en Bolivia (cuestionado por la izquierda en la figura incansablemente errónea de Jaime Petras), Chávez en Venezuela, Tabaré en Uruguay, Lula en Brasil y Kirchner (cuestionado por la izquierda y la derecha) en la Argentina. Este mapa lo ha diagramado el imperio. En todos los análisis estadounidenses se detecta el señalamiento, no de un eje, sino de una multipolaridad del mal en América latina. La cuestión es para preocuparse. El verdadero enemigo de los gobiernos populares que asoman (con toda la cautela que la relación de fuerzas impone) en América latina es, más allá de las derechas vernáculas y las izquierdas que les hacen el caldo apetitoso, el imperio norteamericano. Es posible que esté fracasando en Irak. Este fracaso lo esgrime la izquierda del todo-se-puede-ahora-ya para afirmar que siempre se debiera hacer más de lo que hacen los gobiernos. El razonamiento se arma así: Si Estados Unidos está en retirada, ¿por qué no declarar el default con el Fondo en lugar de cancelar la deuda? ¿Por qué Evo no se transforma en el mismísimo Che Guevara y hace de toda Bolivia un solo foco insurreccional? Y así por el estilo. No es fácil saber si Estados Unidos está o no en retirada. El desprestigio de Bush no es la derrota del imperio, ni aun su mínimo debilitamiento. La diferencia entre republicanos y demócratas en las políticas disuasivas sobre América latina son escuálidas, casi inexistentes. El demócrata Kerry se presentaba saludando a lo milico de Vietnam, ya que era un veterano de esa guerra despiadada y ese orgullo henchía su pecho. Es muy poco lo que Estados Unidos piensa tolerar en América latina. Esto no significa que sea muy poco lo que América latina deba hacer. Entre el deber y la posibilidad del hacer deberá encontrar su camino, que deberá siempre acercarse a la osadía pues la prudencia debilita. La osadía, aclaro, como iniciativa política: no pensar desde la imposibilidad que impone el poder del imperio sino desde la potencia que se construye en las naciones, en su unidad.
Volviendo a la cuestión del psicoanálisis en que se empecina la derecha ideológica. Silvia Bleichmar es psicoanalista. Sabe ella más de psicoanálisis que todos los periodistas con talante psicologista que andan por ahí. Silvia Bleichmar fue al Club Progresista (cuya ponencia inaugural fue, si mal no recuerdo y espero que no, mía) y dijo: “Si algo me ha irritado profundamente es cómo la derecha –que no tenía nada para decir– empezó a psicoanalizar al Presidente. Yo decía “esto no puede ser, esto es mi trabajo, no el de ellos... Si echó a Lavagna es porque es muy soberbio y muy narcisista. Si tocó madera es porque es supersticioso o porque provocaba a Menem. Pelotudeces de un calibre que no se podía creer”. Sabrán disculpar la recurrencia al rusticismo rabelesiano de Silvia Bleichmar. No es que mire mucha TV basura y por eso haya dicho la palabra pelotudeces. Es porque está un poco fatigada de la bobería imperante. Que (y aquí sí disparamos argumentos fuertes) no es bobería sino el intento de erosionar la validez institucional de K describiéndolo como un antirrepublicano y un autoritario. La cuestión del talante descubre aquí su tufillo golpista. Siempre se podrá cuestionar con más poder (cuando se lo tenga) a un presidente antidemocrático, antirrepublicano, hegemónico y populista que a otro al que se reconozca validez institucional. En suma, el propio K estaría deteriorando su investidura institucional por el mal ejercicio de la misma. Por ahora se trata de preparar el terreno. Cuando llegue el momento se verá. Volvemos a Silvia Bleichmar. Su exposición termina de un modo tan brillante que sugiero leer y releer el párrafo que habré de citar. El que sigue: “El Presidente está en diálogo con el país, y esto lo respeto profundamente. Y se enoja porque no es soberbio. Se enoja porque es neurótico, como todos nosotros, lo cual es una gran ventaja y una gran virtud frente a la perversión de los gobiernos anteriores. Por fin tenemos un neurótico y no un perverso al frente del país. Bueno, nada más”. Y se levantó, se comió unos bocaditos y se fue. Así, la derecha puede dejar ya la ardua tarea de ejercer una profesión que desconoce, la del psicoanalista. Una gran profesional les ha dicho algo claro: Kirchner tiene talante neurótico, como todos nosotros, y por suerte.
Algo más sobre la derecha. Se me ha reprochado que, en una nota anterior (“Sobre la iniciativa política”), no di el nombre de un periodista al que evidentemente me refería. Fue un error. Era Morales Solá, con quien siempre espero tener margen para cambiar ideas o discutir con pasión hegeliana. Solá se había indignado al ver banderas montoneras en el Salón Blanco. Escribió, entonces, que los montoneros habían perdido una guerra y ahora querían ganarla. (Nota: esta maléfica argucia de reducir toda la experiencia setentista a la experiencia montonera y de ahí a las figuras sin duda detestables de Firmenich y Galimberti habrá que discutirla a fondo el año que viene, a treinta años del golpe genocida.) Morales Solá, sigo, motivó, con el suyo, el texto (mío) que cito ahora: “¿Hubo una guerra en la Argentina? Si la hubo, ¿la ganaron los militares? Si así fue, ¿es justo juzgar como genocidas a guerreros victoriosos? Si no lo es, ¿habrá que dejar libres a Massera y Videla y Astiz? ¿Una guerra se gana matando curas palotinos, monjas francesas, comisiones obreras, alumnos del Nacional Buenos Aires que apenas si habían llegado a los dieciséis años? ¿Se gana secuestrando niños? ¿Una guerra es derrotar a una guerrilla en desbande con un ejército respaldado por el poder de inteligencia del Estado? ¿Una guerra es someter un país al terror y entregarlo a brutales grupos de tareas? ¿Una guerra es matar miles de ciudadanos desarmados sobre todo si están del centro a la izquierda del arco político? Si es así, que lo digan”. Aquí no hubo una guerra. Hubo una masacre que incluyó, no sólo a la ya diezmada y solitaria y soberbia guerrilla montonera (soberbia que ya se había explicitado en el asesinato de Rucci y siguió sin más) sino a la población de este país, aterrorizada o aniquilada. (Porque aún los que decían “algo habrá hecho” tenían miedo.) Hubo un solo demonio, no dos.
El de Kirchner (y que tomen nota quienes deben hacerlo) no es un gobierno montonero. Sus raíces, en todo caso, se unen con la voluntad de justicia social que alimentó a los jóvenes del setenta. Pero la derecha no tomará nota. Insistirá con la cuestión del montonerismo. Durante estos días está en los kioscos un nuevo número de la revista ultranacionalista y católica-militar Cabildo. En su tapa se lee: “Patria verdadera o patria montonera”. Cabildo no se equivoca en sus odios. Es bueno que nuestra izquierda note con quiénes se une cuando forma el “arco opositor”. Cosa que nos lleva al tema de la izquierda.
Eduardo Aliverti, en su programa radial, me dijo: “Kirchner no es la izquierda, pero a la izquierda de Kirchner no hay nada”. No está mal. Pero habría que analizar qué es la izquierda argentina. Ante todo, se caracteriza por el todo-es-posible-ahora-aquí-hoy. Como esto es imposible nadie está a la izquierda de esta izquierda que no piensa en términos de poder. Eso que la izquierda debiera tener en claro es otra cosa: crear un espacio autónomo. ¿Qué hacen Hermes Binner y Claudio Lozano con los “líderes de la oposición”? ¿Qué hacen en una misma foto con Patricia Bullrich y Macri y López Murphy y la pesadilla de Alberto Cormillot? Inexplicable.
Y por último: ¿Qué hace Kirchner tinelliando con ese patético clown que imita a De la Rúa? Hace de la política un espectáculo. Hace política posmoderna, la que no se hace con el pueblo sino con los medios. Sean los que sean. Y si tienen más llegada, mejor. ¿Qué talante llevó a K a semejante error? Un talante cuantitativo. La política se mide en números. ¿Cuánto tiene Tinelli de rating? ¿Tanto? Entonces hablo con él, no con los tipos de la cultura. Hago tele basura. Entrego flancos fáciles a los “líderes de la oposición”. Del humor farsesco de Menem ya tuvimos bastante. Uno prefiere al Presidente que con energía dijo que el Fondo había lucrado impunemente durante los noventa y no había puesto un solo dólar durante la crisis del 2002 al que se entrega al tinellismo. Porque Tinelli hoy le clava el puñal a De la Rúa y mañana se lo clava a K. De aquí que los presidentes pasen y Tinelli permanezca. La política de la modernidad (la que alumbró los más grandes momentos de la política desde la Revolución Francesa) se hace con los pueblos. La de la posmodernidad se hace con los medios. Que los tiene y los tendrá el poder.

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