EL PAíS › LA ETERNA ESCALADA DEL CONFLICTO DE LAS PAPELERAS

Como si fuera un videogame

Las plantas se siguen construyendo. La bronca crece en ambos países. Las negociaciones se empantanan y Argentina considerará abierta la vía del reclamo ante la Justicia. Sus riesgos y límites. El largo inventario de los reproches mutuos. Las posibles vías de acuerdo, los ripios. La lógica que debería existir y su necesidad, contrarreloj.

Opinion
Por Mario Wainfeld


El más grave conflicto internacional que afronta Argentina, ese que la encona con el país menos indicado del mundo, transita su peor momento. La Comisión Binacional (CB), grupo de trabajo conjunto, se encamina irremediablemente hacia un fracaso estrepitoso que distrajo meses. La exasperación de las respectivas sociales civiles crece. El debate acerca del Mercosur forma parte del entripado y desnuda que hay allí más deudas que avances. Por si éramos pocos, apareció Greenpeace. ¿Buenas noticias? Ninguna muy específica, salvo suponer que, dado el punto a que escalan las dificultades, casi no queda otra que empezar a bajar. Habrá conversaciones internacionales en la semana que empieza. Entrarán a tallar funcionarios de uno y otro país menos desgastados en estas semanas con demasiada crispación. Pero lo que falta (templanza mutua y una propuesta sensata que contemple intereses contradictorios) sigue en borrador. Hasta que aparezcan y logren un piso de consenso será imposible que Néstor Kirchner y Tabaré Vázquez dialoguen sobre las papeleras que han encrespado las dos orillas del río Uruguay.

El gobierno argentino acumula rezongos contra el uruguayo. “Tabaré no ayuda”, masculla Néstor Kirchner hace rato con creciente asiduidad ante oídos fieles y ese diagnóstico corrobora otras observaciones desde el terreno.

La CB que comenzó hace 6 meses, tuvo el 18 su penúltima reunión y el 30 tendrá la final (ver páginas 2 y 3). Habrá dos informes, uno por país, y las disidencias no terminarán ahí. Argentina se apresta a interpretar que esa instancia es la faz negociadora previa que exigen las reglas legales vigentes para habilitar a una de las partes para llevar una controversia a tribunales internacionales. Uruguay, claro, niega que haya controversia. Consiguientemente le negará a la CB ese rango de mediación previa y (casi seguro) propondrá que se prorrogue su funcionamiento. Algo que (más que seguro) los argentinos rehusarán.

Figuras prominentes de Cancillería y de la Casa Rosada leen que Uruguay incumplió una promesa implícita que (a su ver) suponía la creación de ese ámbito de discusión. “Los problemas políticos se resuelven con política, no en un grupo predominantemente técnico. Si se abre esa puerta, es porque hay una intención de modificar las cosas. Pero los uruguayos nos dieron el dulce y después se dedicaron a ganar tiempo”, rezongan, aquende el Plata.

Como fuera, se clausurará una instancia y los argentinos podrán declararse en posibilidad de acudir a estrados internacionales. Lo que no quiere decir que sea deseable ni aun factible que lo hagan.

Cuestiones sensibles

Argentina jamás acudió a los tribunales internacionales por una querella con otro estado y sería por demás infausto, amén de chocante con el espíritu de los tiempos, que debutara alegando una controversia contra Uruguay. Este sensato planteo es asumido por los negociadores que suelen ser parcos cuando se les pregunta qué chances tendría un reclamo así. Su laconismo tiene una razón y es que las virtualidades de que prosperara serían pocas, sin contar que una sentencia llegaría después de años. “Daño sensible” debería acreditar el demandante y es de suponer que un tribunal trasnacional no tendría una propensión muy grande a plantear un precedente que limitaría el despliegue del capitalismo global. La perspectiva de obtener algo equivalente a lo que sería un amparo o una medida de no innovar en el derecho local, son aún más restringidas. En tal caso, habría que probar “daño inminente contra la vida”, un extremo muy excepcional que, más allá de la retórica ambientalista, es difícil que se tenga por probado en un estrado internacional.

En suma, la vía litigiosa es indeseable por el lado que se la mire, tanto desde el deber ser, como desde el más craso pragmatismo. El arbitraje, sometiendo el tema a una autoridad valorada por las dos partes, es un camino intermedio más moderado, que no supera de todas formas al maltrecho diálogo bilateral. Que, de momento, no resulta.

Acusaciones mutuas

Los argentinos endilgan a los uruguayos una recurrente política de hechos consumados. Las obras se comenzaron sin consultar, fustigan, y esgrimen uno de sus argumentos legales más sólidos. Contra lo que dicen los orientales, las papeleras no podían implantarse sin negociaciones previas. Dado que el río Uruguay es, en jerga del estatuto legal aplicable, un “recurso internacional compartido” la consulta y el consenso eran (son) ineludibles. “Nunca nos escucharon, siempre nos durmieron. Les auguramos que la protesta en Entre Ríos crecería, pensaron que eran fuegos artificiales de la campaña electoral. Ahora siguen dándole largas sin prodigar un gesto, una suspensión de las obras”, reseñan a metros del despacho de Kirchner.

A su turno, los uruguayos se enfadan por el cariz de las movilizaciones de los argentinos. La táctica del piquete los enardece. Durante bastante tiempo funcionarios nacionales argentinos les explicaron que ese modo de protesta está muy expandido y tolerado por acá, lo que es cierto. Entre tanto, comedidos entrerrianos procuraban que los cortes no afectaran sino rutas y territorios argentinos sin hollar terreno internacional. En la ruta sí, en el puente no. La movilización así encarrilada era funcional a la actitud del gobierno argentino.

Pero estos días, la radicalización del conflicto va colocando a Argentina en una situación delicada. Una cosa es que argentinos les corten el paso a otros argentinos (algo que, ya se dijo, aquí es rutina) y muy otra es que se limite el transporte internacional. Las reglas del Mercosur prohíben acciones de esa naturaleza, que están sucediendo. En las semanas recientes se ha limitado el derecho de paso de camiones que iban desde Chile a Uruguay, lo que podría detonar un reclamo pertinente del gobierno de Vázquez.

Una anécdota sucedida hace unos días puede ser un hito. De madrugada, tras levantarse un corte, un manifestante no identificado arrojó una bomba molotov contra un camión que hacía transporte internacional hacia Uruguay. El vehículo pertenece a una empresa llamada Hoffman, y quedó averiado. Afortunadamente, el conductor no sufrió lesiones. De cualquier forma, fue un episodio violento, aunque aislado. La cobertura mediática fue significativamente distinta en los dos países. En Uruguay tuvo enorme despliegue y acrecentó la sensible bronca que cunde contra los argentinos. Por acá, el tema pasó desapercibido en los medios nacionales. Fuentes cercanas al gobierno uruguayo sugieren que habrá un reclamo en regla.

Seguramente las agrupaciones ambientalistas deberán revisar los modos de protesta para no incurrir en una violación de derecho internacional quedebilite su postura. Y el Gobierno deberá tomar cartas en el asunto si así no sucede. Lo que podría ocurrir es que los cortes se limiten a los ciudadanos argentinos o, aun, a los movimientos de las empresas papeleras. Un sesgo que posiblemente se explore más en las próximas horas. Ya es llamativa la pasividad de los empresarios o directivos finlandeses y españoles.

Terceros en discordia

La aparición de militantes de Greenpeace seguramente arrugó más ceños en Uruguay que en Argentina, sobre todo en su primera acción desplegada en las plantas papeleras. Que el entredicho sume nuevos actores y se internacionalice no le viene mal a la Cancillería pues comprueba que no se trata de un capricho localista ni de matonaje del país más grande. Pero cuando los activistas de la mediática ONG ambientalista encadenaron camiones actuando en suelo argentino, por acá también se registró que la escalada puede llevar demasiado lejos.

Con todo, el gobierno argentino observa con mal humor la falta de presencia de las empresas. Es más que verosímil que futuras movidas busquen romper ese silencio y esa pasividad para involucrarlas en una solución compartida. Los diplomáticos, que como cualquier nativo de este país, conocen cuán escasos son los pruritos de los empresarios españoles cuando recalan en estas pampas, creen que será más sencillo comprometer a la empresa finlandesa.

Por lo pronto, el vicegobernador de Entre Ríos, Gustavo “Pemo” Guastavino, ha deducido una denuncia contra directivos de las dos empresas, acusándolos a título personal, con nombre y apellido. El hecho parece haber movilizado a los susodichos denunciados que estarían buscando abogados para su defensa.

Dicho sea de paso, es inestable la relación entre el gobierno nacional y el de Jorge Busti. Kir- chner dialoga con él con frecuencia, y no se privó de hacerlo la semana pasada, pero en la Rosada advierten que el gobernador está pasado de rosca, con una tendencia preocupante a sobreactuar su rol. “El chino Busti se puso a la cabeza para que la movilización no llevara su cabeza”, parafrasean a Perón en Balcarce 50. Otro interlocutor del gobernador elige una metáfora propia: “Busti se montó sobre el tigre y le dio cuerda”.

Como fuera, la demanda a los directivos de las empresas no le resulta chocante al Gobierno que ansía que no sean sólo parte del problema sino que se involucren en su resolución.

La solución evasiva

El tiempo y la creciente crispación ciudadana en ambos países agregan complejidad a las negociaciones. Como en un video game, las dificultades crecen a medida que se pasa de pantalla. El gobierno argentino, manteniendo los recelos respecto de sus colegas, lo sabe. También entiende que el margen es estrecho pues debe encontrar una salida que no debilite al gobierno uruguayo frente a su pueblo y que preserve los legítimos intereses de los entrerrianos.

Dos ejes tiene la discusión, si se la quiere estilizar. El primero es la contaminación del agua sobre la que poco se avanza porque las empresas rehúsan dar precisiones acerca del tratamiento que darán a los desechos (ver págs. 2 y 3). El segundo es el olor, que podría ser muy perjudicial para una localidad turística como Gualeguaychú. A primera vista, parecería menos serio pero quizá no lo sea. Los desechos pueden tener tratamientos muy razonables pero el hedor es más difícil de evitar. Para colmo, los tratados internacionales bastante minuciosos respecto de otras formas de contaminación casi no regulan las emanaciones. La mejor solución, en la lectura argentina, es la relocalización de las plantas, río abajo. Si estas quedaran más alejadas de Gualeguaychú, en un sitio no enfrentado a ciudades argentinas, donde el río Uruguay es más ancho (a la altura de Fray Bentos es su tramo más estrecho), todo sería mejor. La oferta, que se zarandeó más a través de los medios que en charlas oficiales, implicaría un costo adicional de alrededor de 40 millones de dólares, que acaso Argentina ayudaría a erogar. Pero tamaño cambio es cada vez más difícil, por las malas ondas y las chimeneas que crecen día a día.

La base de otra salida sería un pacto muy riguroso respecto del tratamiento de los desechos, sujeto a control binacional permanente y con compromiso de discontinuar la producción cuando se vulneren marcas razonables de contaminación o emanaciones.

Ambos criterios están muy lejos de la libido de los uruguayos y de los entrerrianos. Lo que les da encanto es que son lo posible, lo que con mucho trabajo y diálogo previo, no implicaría una derrota de nadie.

Mediadores

Hoy viaja a Bolivia una comitiva del gobierno nacional para asistir a la jura de Evo Morales. Estarán, entre otros, el Presidente, Alberto Fernández, Aníbal Fernández y Jorge Taiana. Seguramente todos ellos tendrán tareas concretas en la semana entrante. Taiana recibirá al embajador uruguayo y el canciller Reynaldo Gárgano se verá con el embajador argentino Hernán Patiño Mayer. El ministro del Interior tendrá que implicarse para encauzar la protesta. Algo ya hizo cuando los voluntarios de Greenpeace actuaron en suelo entrerriano y contaron con la anuencia de un sospechosamente pachorriento juez federal. El jefe de Gabinete quizá sea un futuro mediador oficioso.

Pero nada avanzará demasiado si no existe un piso de coincidencias y afán acuerdista que los argentinos dicen tener y no atisbar del otro lado del charco.

Seres nacionales

Son estos tiempos en los que rebrotan relatos de unidad latinoamericana, de integración progresista. La evocación de una patria común, balcanizada por agentes exteriores y defecciones locales resucita en ciertos ecos. Esa melodía suena grata en algunos oídos, incluidos los del autor de esta nota. Pero las declaraciones de principios, las alianzas ideológicas están expuestas a la prueba ácida de los conflictos de intereses.

Países que se dicen hermanos, cuyos habitantes hablan de modo asombrosamente similar, que gustan de las mismas comidas y liban las mismas curiosas infusiones, no tienen asegurada la vida común, que debe construirse. El discurso de Kirchner en Brasilia fue una pieza interesante en el sentido de presentar de modo elocuente la decisión del destino común y de ventilar las dificultades en el trato con los aliados. El texto tuvo intervención previa del canciller y la consabida participación de Carlos Zannini en los mensajes presidenciales. Kirchner le sumó su convicción, en un momento en el que la política internacional ha pasado a formar parte de sus obsesiones. El Presidente también habló de modo balsámico respecto del entredicho de las papeleras, lo que sugiere que (más allá de sus rabias con Tabaré) repara en que la grita ha llegado demasiado lejos. Si leyera algunos de los blogs en los que se expresan rioplatenses de Entre Ríos o de Uruguay, que rezuman agresividad y hasta rencor (cuya recorrida se sugiere al lector para tener una referencia sobre la sensación térmica imperante) duplicaría su prudencia.

La supuesta patria común se ha dividido en una miríada de estados nación sobre cuyos orígenes puede fulminarse cualquier diatriba pero que han pervivido y signado la identidad de sus habitantes, de sus fuerzaspolíticas, de sus líderes. Argentina y Uruguay son dos países con cien cosas en común pero con los problemas propios de la vecindad. La reyerta por una cuestión de contaminación alude a temáticas de los últimos años, los conflictos entre limítrofes son de toda la vida.

Está asimismo en boga la crítica a los desvaríos del neoconservadurismo en las décadas previas, a la que el cronista también adhiere. Para que ese rechazo sea fértil, debería computarse que esas doctrinas acumularon mucho consenso, por estar en línea con difundidas desviaciones colectivas muy enraizadas: el individualismo y el cortoplacismo, por decirlo un poco rápido. La búsqueda de la salvación individual, el desdén por lo colectivo, el afán de maximizar todo en el presente y no diferir nada a futuro, el desprecio por la planificación no fueron invento de una gavilla de gobernantes caídos desde Marte. Prosperaron en el contexto de una cultura signada por la urgencia y la falta de solidaridad. Asomarse a la integración con otros países exige revisar esas rémoras, que aparecen. Reconocer el interés del otro, aceptar que no es idéntico al propio, escucharlo y resignar algo en pos de objetivos comunes, son prerrequisitos para avanzar en conjunto, dentro o fuera de las fronteras que nos han marcado tanto. La idea de que una asociación exige una ganancia permanente en todos sus tramos es una sandez obvia, en la que a menudo se incurre.

En el entripado que se viene comentando, empieza a dar la sensación de que los gobiernos acompañan y hasta azuzan la bronca de sus pueblos en cambio de buscar una resolución no traumática y no excluyente. Y el camino debe ser otro.

Mientras la rabia y la intolerancia crecen, se achican los tiempos de Kirchner y Vázquez para encontrar una solución que no sea un castigo para alguna de las partes en conflicto. En un contexto enrarecido que vira a la suma cero, les van quedando antes semanas que meses para demostrar que están a la altura del desafío de actuar como estadistas.

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Imagen: DyN
 
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