EL PAíS › DESPUES DEL MUNDIAL, LA CRISIS DISPUTA EL SUDAMERICANO

Todos unidos defoltearemos

Brasil cruzó la raya del no retorno, yendo de cabeza a la cesación de pagos, mientras Uruguay cayó en la exprimidora. Bush y O’Neill quizá cesen sus sermones cuando las grandes multinacionales les expliquen que la crisis de estos países les hace perder mucha plata.

 Por Julio Nudler

La de Brasil no es una crisis más: es un final de época, la liquidación de casi tres lustros de vigencia de un paradigma, conocido como Consenso de Washington. No hace falta explicar en qué consistía: los argentinos lo vivieron entre 1990 y el 3 de diciembre de 2001, día del corralito. Ahora, con más de 1700 puntos de riesgo país, también a Brasil se le ha cerrado el mercado internacional de capitales. Si, aun así, algún kamikaze osara comprarle algún bono nuevo, le exigiría más de 22 por ciento de interés en dólares, un costo que el sector público brasileño no podría pagar. Por tanto, la mayor economía latinoamericana, y la más endeudada también, marcha hacia el default. No puede excluirse que en el camino que va de hoy al momento de la cesación de pagos bordeen la hiperinflación o caigan en ella, arrastrados por una corrida, mientras el Fondo Monetario, bajo el dictado del Partido Republicano, se niega a obrar de prestamista de última instancia. El dólar, que está subiendo en toda la región, resignados los países a dejar que sus monedas floten –es decir, se deprecien–, será el catalizador de esa híper, que destruirá el ya magro nivel de vida de las poblaciones australes. Si Estados Unidos y el G-7 no intervienen para cambiar el curso de los acontecimientos, tanto Brasil como la Argentina deberán obtener de sus acreedores quitas sustanciales para poder volver a empezar. El problema es ya de tal magnitud que trasciende al FMI. No serán ni Horst Koehler ni Anne Krueger ni Anoop Singh ni John Thornton los que tomen las decisiones. Este asunto deberán encararlo George W. Bush, Paul O’Neill y Colin Powell, pero es probable que recién lo asuman cuando varias grandes corporaciones norteamericanas les avisen que sus negocios y sus ganancias están sufriendo por la catástrofe latinoamericana.
Para Miguel Bein, ex secretario de Programación en el gobierno de la Alianza, “está en juego el futuro político de la región”. En otros términos, “si sólo habrá una corrección de las fallas del modelo aplicado durante los ‘90, o la reacción llegará mucho más lejos”. La respuesta a esta disyuntiva surgirá en un contexto muy duro, caracterizado por años de moneda depreciada (dólar muy caro), y sin ingreso de capitales, con la consiguiente situación de pobreza y escaso crecimiento, limitado por la vigencia de altas tasas de interés. Si haber abierto la economía, privatizado, concedido libertad al movimiento de capitales y aplicado toda clase de políticas promercado condujo a esto, ¿cuál será la contestación política? Nadie lo sabe con precisión, pero los especuladores no piensan quedarse para averiguarlo: huyen de todos estos países, precipitando así las crisis de las que escapan.
Según Roberto Frenkel, director del Banco Provincia, la marca estructural que dejaron los diez años largos de globalización en países como Brasil y la Argentina es una relación entre deuda externa y exportaciones insostenible. Como ese cociente indica la capacidad de repago de la deuda, la conclusión es una sola: ese pasivo es impagable. Sólo una marcada mejora en los mercados internacionales hubiera podido atenuar el problema, pero desde 1998 ocurrió lo contrario. Aunque Brasil abandonó la rigidez cambiaria a la que siguió aferrada la Argentina y devaluó en enero de 1999, no pudo salvarse.
Jorge Vasconcelos, de Fundación Mediterránea, afirma que el gradualismo no le sirve a Brasil, como no le sirvió a la Argentina de los años previos a esta funesta bancarrota. “La única solución –dice– es que Brasil pueda lanzar una gran emisión de deuda garantizada por Estados Unidos y los organismos multilaterales, para no pagar tasas que correspondan al riesgo brasileño. Con esa emisión –imagina– deberían rescatar la deuda interna, que se va renovando a tasas altísimas o está indexada al dólar, porque con los servicios de este endeudamiento su situación fiscal no tiene remedio.” Hace 45 días, antes de la actual corrida, la deuda interna pagaba 18,5 por ciento de interés anual, contra una inflación inferior al 6 por ciento. Vale decir que mientras México y Chile afrontaban tasas de interés reales de menos del 3 por ciento anual, Brasil pagaba un explosivo 12 por ciento real. Eso va a ser mucho peor ahora.
“Hace falta que el Fondo ponga un paquete de 30 mil millones de dólares en efectivo –calcula Vasconcelos–. Pero el Tesoro estadounidense está totalmente confundido en su diagnóstico de la situación, y Fernando Henrique Cardoso tampoco puede firmar ningún compromiso porque se está yendo.” Mientras tanto, a la cúpula del FMI la hacen transpirar algunas cuestiones más domésticas: en concreto, que la Argentina no deje de pagarles las facturas que vencen en julio. En torno de Koehler temen que si Buenos Aires los “defolteara” también a ellos, los abogados de los tenedores privados de bonos gauchos podrían forzar judicialmente al Fondo a ponerse en la cola detrás de ellos, lo cual sentaría una jurisprudencia fatal, despojando al FMI de su carácter privilegiado, la llamada seniority.
Como ningún político quiere nunca resolver lo que pueda pedalear, es probable que el presidente Cardoso procure seguir refinanciándose a cualquier costo, como hizo Fernando de la Rúa con la ayuda de Daniel Marx, tanto a las órdenes de José Luis Machinea como de Domingo Cavallo, hasta que no se pudo más. Pero, como apunta Bein, los inversores financieros se pasaron un año en San Pablo mirando la crisis argentina, y aprendieron, por ejemplo, que los bancos se pueden caer, lo cual no había ocurrido en la corrida brasileña de 1998. “Hoy los inversionistas son mucho más veloces para comprar dólares, deshacerse de bonos y salirse de los bancos –constata Bein–. En apenas el último mes, Brasil se deterioró tanto como en los cuatro meses previos a la crisis de enero de 1999 (derrumbe del real).”
Por ahora, tanto O’Neill (Tesoro de Estados Unidos) como el Fondo se regodean en agravar las crisis. En la Argentina, los voceros fondomonetaristas propalan que el Banco Central no debe intervenir en el mercado cambiario, lo cual lanza a todo el mundo a acaparar dólares. Respecto de Brasil, el tesorero de Bush simplemente sostuvo estos días que el Fondo no debía darle más dinero, y avivó así la pira que está calcinando al real. Para Bein, esa actitud de “predicador aislacionista” se terminará cuando el Citi, General Motors, Caterpillar y Alcoa (¡a la cual perteneció por años O’Neill!) le adviertan que América Latina, y en particular Brasil y México, son importantes para sus balances. En un plano más general, si efectivamente se está incubando una recesión mundial, como sospecha Bein, latinoamérica puede amplificarla al afectar las exportaciones de Estados Unidos, la Unión Europea y los asiáticos.
Mientras tanto, y más allá de la ideología republicana, al FMI no le alcanza su liquidez para atender varias crisis simultáneas. Por tanto, lo más barato para el organismo –sostiene Bein– ha sido imponerles a países como la Argentina (y acaba de hacerlo con Uruguay) la flotación cambiaria limpia. Es decir, dejar que el tipo de cambio fluctúe en el mercado sin que la banca central venda reservas para defender la moneda local cuando los especuladores la atacan. Que esto empobrezca a la gente es solo un daño colateral. Pero Frenkel piensa que la flotación es un lujo que solo pueden darse los países fuertes y estables. Para otros, como la Argentina y sus vecinos, la flotación es un régimen muy volátil, que en el límite lleva a la hiperinflación. Y va más lejos: “Sólo con flotación cambiaria puede haber hiperinflación”. No obstante, tampoco es fácil anclar de algún modo el tipo de cambio cuando se vive de exportar commodities (materias primas e insumos), como hacen Uruguay y la Argentina, ya que sus precios mundiales son muy inestables. De hecho, los orientales, que manejaban hábilmente su tipo de cambio con correcciones periódicas, debieron tirar la toalla la semana pasada.
En definitiva, todos querrían saber si la propagación internacional de la crisis ayudará a la Argentina o le supondrá un nuevo golpe. Por el lado real, es obvio que tener vecinos en recesión es mal asunto por sus menores compras y sus devaluaciones competitivas. Pero tal vez sirva para queWashington se resuelva a estabilizar la región para defender los intereses de sus corporaciones, que son los únicos que cuentan para la gran democracia antiterrorista del Norte.

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