EL PAíS › OPINION

¿Cuántas vidas quedan?

 Por Mario Wainfeld

Cuando llegaba el ocaso del viernes Monterrey era una zona de microclima (político). En Buenos Aires costaba contactar a algún funcionario o resultaba imposible contactar a alguno que no estuviera muy tenso o deprimido o las dos cosas. El Congreso, usualmente desierto los viernes, tenía casi asistencia perfecta del oficialismo y el pescado podrido se vendía por toneladas.
En México, Eduardo Duhalde repantigado en su cama, comentaba a uno de sus allegados, casi divertido “cuántos líos de estos nos quedan por delante”. Mientras, Jorge Remes Lenicov se tomaba todo el tiempo del mundo para contestar reportajes de los enviados especiales de los diarios argentinos, haciendo gala de calma y buen humor. Acá nueve de cada diez corrillos lo daban por renunciado.
No había, qué va, falta de comunicación ni diferencia de enfoques. Es que el Presidente y su ministro de Economía saben que mantener y –en la exigua medida de lo posible– irradiar calma es uno de los pocos recursos que tienen para no agravar la feroz crisis que les ha tocado gobernar.
En el Gobierno están convencidos de no tener problemas políticos serios. La relación con los gobernadores mejora, dentro de lo que hay. No los une el amor sino el espanto, pero en política éste es mejor pegamento que aquél. Cuestionados por el FMI, cercados por la realidad de sus distritos los “gobernas” han puesto las barbas en remojo.
La movilización social, piensan en la Rosada, también está bajo control. En el área de seguridad circuló en estos días una encuesta de la Policía midiendo, semana por semana desde que asumió Duhalde, la cantidad de asambleas y cacerolazos y el número de asistentes. En ambos casos las cifras apuntan a la baja permanente. Según la Policía hay menos reuniones y menos concurrentes. Puestos a hacer análisis cualitativos (las cosas que hay que ver) los policías añaden que, al comenzar la presidencia Duhalde, más del 70 por ciento de asambleístas y cacerolistas eran ciudadanos no encuadrados y ahora no superan el 30 por ciento. El resto son militantes de partidos políticos u organizaciones sociales y gremiales a los que -paradoja de estos tiempos– el Gobierno considera (seguramente con razón) contrincantes menos temibles.
La mayoría de la gente de pie, empero, sigue haciendo sentir al Gobierno su aliento en la nuca. Duhalde lo reconoce en el reportaje que se publica en estas páginas: tiene un apoyo parlamentario inédito en la historia pero también tiene un consenso que novia con el piso. El Gobierno lleva tamaña anemia en su código genético: nació huérfano de legitimidad política, precedido por dos presidentes eyectados al son de la cacerola.
Buscando desdramatizar su entorno pregunta “¿quién puede venir después?”. Es real, De la Rúa tenía al PJ en las gateras, Rodríguez Saá era acechado por los bonaerenses. Ninguna operación similar parece estarse urdiendo hoy.
Pero hay actores importantes a los que la perduración del Gobierno les tiene muy sin cuidado. O cosa peor. En Balcarce 50 y en Hacienda circuló en estos días una llamativa información. El enviado del FMI a Argentina Anoop Singh hizo una presentación de las conclusiones de su visita el lunes ante el mandamás Hoerst Köhler. Köhler se le destapó con un dato sorprendente “tengo aquí mails de argentinos pidiendo que no demos ayuda al gobierno de Duhalde”. Algo parecido a un golpe de Estado con guante blanco. Fuentes del ala política del Gobierno aseguran tener certeza de que alguno de esos mails tienen remitentes ABC1, el banquero Emilio Cárdenas, entre ellos. La versión es –cuanto menos– verosímil. Tal como informó este diario la semana pasada, los banqueros ya habían hecho oír sapos y culebras contra el actual gobierno en los oídos del enviado indio. Hablaron de persecución, de inseguridad en la vida cotidiana, de escraches organizados desde la SIDE. Entre eso y pedir que no se ayude al Gobierno no median diferencias perceptibles. Muchos piensan que, en términos de videogame, a Duhalde le queda una sola vida. El podrá pensar que todavía dispone de dos, pero sabe que no tiene comprado llegar al final de su breve mandato. Tal vez por eso le asigna tanta importancia a lucir templado, en Monterrey o en el reportaje que concedió ayer a Página/12 y otros medios gráficos. Nada puede sacarme del juego, estuvo diciendo todo el tiempo –claro que con otras palabras– el Presidente, ni un sideral dólar a nueve pesos, ni una híper, ni un desaire del FMI. Todo será más duro, pero aquí estaré.
¿Pensará de verdad Duhalde que le quedan varias vidas o –en la dura intimidad– sentirá la zozobra de conservar solo una? En cualquier caso, él sabe que mantener la calma y –en lo posible– irradiarla es uno de los pocos recursos con que cuenta para mejorar sus chances, joystick en mano.

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