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El asadito en el parquet

 Por Mario Wainfeld

El domingo pasado, en la nota titulada “Ladrillos y escenas”, este cronista sobrevoló los planes de vivienda de los primeros gobiernos peronistas. Se detuvo en las casitas del primer y segundo Plan Quinquenal. La evocación motivó muchos mensajes de lectores, agregando datos y vivencias. Se agradecen todos, son un plus reconfortante de la labor cotidiana. Entre ellos hubo explicaciones acerca del significado simbólico de los enanitos de jardín que, en número de cuatro según cuentan varios corresponsales espontáneos, traían buenos augurios desde cada uno de los puntos cardinales. Hubo muchos recuerdos sentidos, seguramente representativos del valor que tiene “la casa propia” en el imaginario del argentino medio.

También llegó la mención de un recomendable “blog de la vivienda popular” que, con fotos y comentarios ayuda a conocer ese recorrido. Se recomienda su fácil lectura: http://lateja.wordpress.com/.

Quizás el dato que más interpeló al cronista llegó en varios correos electrónicos. Se elige el del lector Oscar Brizuela, se lo cita en parte: “Yo viví en Tortuguitas en una vivienda de ese plan (...) que contemplaba 4 tipos de viviendas. (Una de ellas fue) ‘la cuadradita’: chalets con 2 y 3 dormitorios. (Tortuguitas hoy en pie) todas con paredes exteriores de 30 con pared de 15 interior y los famosos pisos de parquet”.

Los argentinos añosos recuerdan la leyenda urbana que parieron esos pisos de parquet, en hábitat de buena calidad, distribuidos masivamente con sensibilidad social. Se dijo y repitió por décadas que los cabecitas negras que los recibieron levantaban el parquet para hacer asados. El mito gozó de buena prensa y divulgadores masivos de clases medias y altas. Su implícito era que los beneficiarios de un ascenso social tutelado por un estado benefactor eran incompetentes, ignorantes, carentes de savoir faire... indignos en promedio de la equiparación de clase que la medida implicaba.

En aquel lejano entonces, los opositores al peronismo se apodaban “contreras”, neo-logismo que surgió del hábito de transformar apellidos en sustantivos-adjetivos. La expresión “gorilas” (que designa contreras exacerbados) se supone que surgió después, a partir de un sketch del programa radial cómico de la época.

Con el tiempo muchos adversarios políticos del justicialismo eligieron definirse como “no peronistas, pero no gorilas”. La corrección política en algunos casos es certera, en otros no tanto.

Como fuera, el relato sobre el uso del parquet testimonia la intolerancia, la discriminación y la consiguiente adopción de posturas políticas de muchos no peronistas, contreras o gorilas. A este escriba le sigue sorprendiendo que una clase media recién llegada (su propia familia) se creyera más apta que otros argentinos de a pie para educarse, prosperar, ganar un importante capital cultural, ascender en la escala social.

Mucha agua ha corrido bajo los puentes. El cronista cree que sesenta años son una enormidad y que los casi treinta años de continuidad democrática han alumbrado una nueva etapa (en sustancia y con enormes matices, superadora del pasado) por lo que es indebido transpolar experiencias de antaño. Y sin embargo, a veces le parece escuchar la melodía de esa canción opositora de antaño. El contexto es sideralmente distinto, por ahí no pasa lo mismo con la reactividad ante moderados y reformistas avances plebeyos.

La historia no se repite, nadie se baña dos veces en el mismo río. Pero la melodía, tal vez se insinúa. Puede que sea una floja percepción del cronista. En fin, usted dirá.

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