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Lo sustantivo y los adjetivos

 Por Mario Wainfeld

“Fue una reunión sobria y seria”, enunció ante los micrófonos, sobrio y décontracté, Sergio Massa. Y, enfatizó, “sin adjetivaciones para personas o conductas”. El cronista piensa cuán difícil es mantener así un encuentro de tres cuartos de hora. Evoca que Gabriel García Márquez ha escrito cuentos sin valerse del punto y aparte, aun alguno sin punto y seguido. Es un portento reservado a algunos genios. PáginaI12 cree haber leído que Rodolfo Terragno se esmeró en escribir sin usar adverbios de modo, es un esfuerzo elegante, pero accesible. Daniel Scioli suele expresarse hilvanando sustantivos (“fuerza”, “valor”, “coraje”, “esfuerzo”, “trabajo”), pero algún adjetivo mecha. Y está por verse si no recurre a ellos cuando, por ejemplo, discute en privado.

El jefe de Gabinete consignó también el valor institucional del somero encuentro, no menos de tres veces en un speech de cinco minutos. Ese es el saldo final que se prioriza desde la Casa Rosada, aunque se añade que se cruzaron chispas. Cristina Fernández de Kirchner le recriminó a Cobos no haberle prenunciado su voto (quizá por aquel proverbio “el que avisa no es traidor”). Cobos afirmó haberlo hecho al jefe de Gabinete, no a Sergio Massa (que compartía el palique), sino a Alberto Fernández, que ya no está para rectificarlo.

Es prematuro sopesar el valor de la tensa charla, pero es obvio que no obrará el milagro de restañar las heridas o zanjar las diferencias. Y sigue en jaque la viabilidad futura de la Concertación Plural, que está en terapia intensiva.

La Concertación es un acuerdo político que atendió las necesidades electorales de los dos socios, el mayoritario Frente para la Victoria y el radicalismo K. Dos gobernadores radicales de ese linaje (los de Catamarca y Río Negro) querían retener el gobierno provincial, lo lograron: Eduardo Brizuela del Moral sustituyó al correligionario Castillo, Miguel Saiz fue reelecto. Sus colegas de Corrientes y Santiago del Estero (sin comicios provinciales en 2007) querían seguir contando con el apoyo del gobierno nacional de cara al futuro. Cobos era el único gobernador sumado al frente kirchnerista que se quedaba en el puro llano, privado de la chance de la reelección por la normativa mendocina: se lo sumó a la fórmula presidencial. No llegó por vía de la meritocracia sino por manejo de la oportunidad, por conveniencia mutua.

En las elecciones podría decirse que, grosso modo, el acuerdo rindió a ambos socios. Los radicales sólo cedieron el gobierno en Mendoza. Por su lado, Cristina Fernández arrasó en las provincias concertadoras, al frente de una o dos boletas, tanto daba.

Desde diciembre, la Concertación cluequeó. No se conformó una orgánica, ni siquiera una liturgia que maquillara su ausencia. Casi no hubo espacio para los boinas blancas recién llegados al Ejecutivo nacional. Tampoco nadie le prestó mucha atención a Cobos. El conflicto del “campo” lo colocó en un sitio privilegiado, estadísticamente inusual. Votó para la platea, la mayoría de los medios y los palcos VIP, contra lo que es la lógica institucional. Le sacó presión al Gobierno, en tanto lo debilitaba y les hacía un agujero a las arcas fiscales. Miguel Pichetto lo comparó con Judas (un nombre propio), otros compañeros peronistas hicieron llover adjetivos descalificativos sobre su testa. Las imprecaciones suenan exóticas en una fuerza acostumbrada a las deserciones y los cambios fulmíneos de bando. Máxime porque la clave de la derrota gubernamental no fue el voto desempate, ni siquiera la defección de los senadores propios: fue una construcción fatídica que el oficialismo erigió durante meses, como si estuviera conjurado en su contra.

Esto asumido, cabe añadir que la acción de Cobos no soporta un escrutinio serio desde el punto de vista institucional. Y que su ulterior sobreexposición mediática sugiere que no era un Hamlet desgarrado entre la ética de la responsabilidad y la de las convicciones, sino un recién llegado al Parnaso mediático, que le gustó más que el dulce de leche.

Unidos por la necesidad pasada y por las reglas constitucionales, cuesta imaginar que la Presidenta y el vice puedan llevarse bien en lo sucesivo. En lo institucional, la mala onda puede ser fastidiosa pero no letal. Es tan raro que el vicepresidente tenga algo que hacer...

En cuanto al (también viscoso) destino de su “armado” no depende sólo de ellos. De hecho, “el Cleto” se mandó solo en su “voto no positivo”, a disgusto de los gobernadores de su palo que lo miraron desolados por tevé. Por ahora, el espacio está catatónico y costará animarlo, darle vida.

El duro reencuentro tras el tsunami parlamentario no debía demorarse más, brillaba por su ausencia. Era interés conjunto opacar esa luz enceguecedora con un diálogo opaco, hacer un guiño a las instituciones, prodigar una señal cuyo alcance es aún impreciso. La reunión en sí fue adjetiva. Lo sustantivo, claro, fue el gesto dual de verse los rostros después de la inolvidable votación del Senado. Y más que verse, mostrarse juntos. Y más que mostrarse, dejar constancia.

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