EL PAíS

Profecías y anticipaciones

 Por Mario Wainfeld

No es tarea menuda distinguir el metal de la ganga, los efectos de la crisis económica mundial se propagan y es válido que los afectados de todo pelaje se movilicen, reivindiquen sus derechos e interpelen al Gobierno para que los ayude. Esto aceptado, vale la pena subrayar cómo crece un discurso de la derecha política y económica criolla, que disfraza de pronósticos o de data a sus demandas prepotentes y egoístas. Economistas de postín, refutados por hechos de público dominio, superan sus propios records y propalan un relato tortuoso. Estas etapas, explican engolados, ameritan respuestas keynesianas, heterodoxas. Pero el Gobierno agotó las respectivas herramientas o el crédito virtual existente y (¡ay!) no queda otra que volver a las recetas clásicas. Habrá que bajar impuestos, suprimir las retenciones, subir las tarifas, tirar unos pesos a los más pobres. Lamentablemente, habrá que hacer lo que más sabemos y más nos gusta, se conduelen. Pero se ve que se relamen. Una información catastrofista funge de profecía, que custodia sus intereses. Hubo unos añitos de resurgir sindical, algunas áreas de actividad con sueldos enojosamente altos, un gobierno no concesivo a las presiones patronales. “La fiesta terminó” adivinen para quién. El consultor patronal Julián de Diego propone, en una nota publicada en El Cronista, que el Gobierno disponga medidas de defensa de la industria nacional y abandone toda hipótesis de mantener “leyes cerrojo” del mercado laboral. Dicho en criollo, regulaciones en el ámbito de la producción, flexibilización en el del trabajo. San Reagan, santa Thatcher, los seguimos venerando.

La recesión mundial pegará acá, vaya a saberse en qué medida. También decisiones de casas matrices de multinacionales que quieren derivar el costo de sus errores en sus filiales. Sería simpático preguntarle a los profetas del mercado y de la elección racional si un rebote de esa naturaleza es castigo por “no haber hecho los deberes” o por la ausencia de previsibilidad.

Con un Estado desvencijado, que mejoró pero no reparó del todo el desguace de fin del siglo pasado, el Gobierno despliega su proverbial activismo. Los objetivos, repetidos ante dirigentes empresarios y sindicales, son sostener en lo posible los niveles de actividad y de empleo. “No tenemos razón de ser si renegamos de eso”, explica un ministro concernido en el maratón de reuniones de la semana. El mensaje político, hasta ahora, es que no habrá paquetes de medidas pero sí acciones cotidianas en plena consulta. El objetivo es comprometer a las centrales sindicales y empresarias en la preservación del trabajo y del mercado interno.

Las corporaciones industriales y campestres, con su consabida falta de imaginación y pensamiento estratégico, piden devaluaciones sin mayores contrapartidas.

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El diagnóstico oficial avizora un parate en uno de sus blasones: la creación de empleo. Nadie lo dirá en voz alta pero habría conformidad si se mantuvieran los niveles de fines de 2007. Un funcionario que trajina el tema se explica con una cronología simple e irrefutable, que consigna un golazo en contra: “El verano es estacionalmente un período apagado. Desde marzo hasta julio, nos mató el conflicto con el campo, nadie podía contratar trabajadores en ese clima. Sí pudieron empezar a considerarlo después pero la crisis no dio tiempo”. Las previsiones de despidos masivos, acompañadas por anuncios mediáticos carentes de sustento informativo, son ilustrativas: anuncian toma de posiciones del sector empresario. “Los pequeños y medianos –presagian en Leandro Alem al 600– son muy prudentes antes de despedir. Les es costoso echar y retomar, también pesa la cercanía con los laburantes.” Las más proclives son las grandes empresas, las que acumularon más en el quinquenio, las que disponen de más resto. Agitan el espantajo de los despidos masivos, un recurso remanido para disciplinar por temor a los trabajadores. Ejemplo extremo es el empresario Cristiano Rattazzi que, en un solo párrafo, comenta que septiembre fue record histórico de venta de autos en Argentina y Brasil pero que se viene la noche, sin mediaciones.

Para prevenir esa pulsión patronal, el Gobierno cuenta con herramientas que sabe usar pero cuyo alcance es limitado. Los despidos colectivos deben ser precedidos de notificación al Ministerio de Trabajo y supeditados al procedimiento de crisis. En la Rosada y zonas aledañas se alientan esperanzas altas: que las vicisitudes de los últimos años, hayan escarmentado a los empresarios y los induzcan a la prudencia. “Se quejaron durante años que les costaba conseguir personal calificado, que tuvieron que capacitar obreros, ahora les cabe no salir corriendo a desmantelar sus recursos humanos.” ¿Costumbrismo atinado o voluntarismo? El tiempo dirá.

Hay, contados, recursos públicos para evitar anticipaciones negativas desmedidas de los empresarios, por ejemplo créditos para subsidiar suspensiones pagas, hay cintura de los funcionarios. Se trata, en cualquier caso, de herramientas de alcance medio. Un negociador diestro se sincera: “En algunas ramas, como la automotriz, hay experiencia para escalonar medidas. Primero las vacaciones o licencias pagas, después se pinta la fábrica, después se recortan las horas extras. Si se dosifica bien, antes de llegar a las suspensiones sin goce de sueldo o a los despidos, puede haber un colchón de un año”. Ese colchón servirá, claro, si la actividad se reactiva.

El activismo kirchnerista, que pretende expandirse a la Secretaría de Industria, desnuda también una carencia estructural. El nodo de su política social fue el empleo, algo estimable como tendencia pero insuficiente. Los Kirchner incurrieron en un error extendido entre gobernantes que aciertan en su rumbo general, que es el de imaginar inmutables las condiciones en que prosperaron sus políticas. Cuando el horizonte cambia, las falencias se visualizan más. En este caso, al ralentarse el émbolo del “modelo”, se entra a la crisis sin chasis. Las dificultades de nuevo cuño (que no estallan ahora, pero sí se acentúan) dejan a la vista la carencia de políticas sociales universales, la escasa extensión del seguro de empleo y capacitación.

De momento, el Gobierno practica el paso a paso, en consonancia con su estilo y con sus límites.

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