EL PAíS › RUDY

El futuro está en la cacerola

Insisto: el nuevo idioma oficial de la Argentina es el cacerolio. La gente dejó de expresarse en moneda convertible, créditos, plazos fijos y cuotas, que era el código de los 90, y creó este lenguaje, más visceral, despojado, e indudablemente colectivo.
¿Se ha restablecido entonces la comunicación nacional? Yo diría que aún no. Las cosas siempre son complejas, y más en esta Argentina en la que las palabras son imaginarias y el Gobierno puede decir “nosotros dijimos que respetaremos a las monedas de origen, pero no necesariamente a los ahorristas”.
El tema es que en cacerolio “Sí” se dice “cling”, “clang” o “pum”, según sea una sartén, una ollita de loza o dos tapas el instrumento usado. Pero “no” se dice igual. De la misma manera “viva” y “fuera”, en cacerolio es un bisílabo grave. Si al Gobierno le cuesta oír el deseo popular cuando se expresa en palabras, o incluso en votos, imagínense ustedes cuando el sonar de las cacerolas le permite interpretar el sentido a su gusto y placer, cual psicoanalista novato a punto de perder a su paciente.
Además “no” también se dice “pum” en Represolio, que parece ser el lenguaje elegido por el Gobierno para hablarle a la gente, y aunque use las mismas palabras, es otro idioma y quiere decir otra cosa, como siempre.
“Si en lugar de cacerolas fueran latas, los políticos sabríamos dónde poner la oreja, o al menos, la mano” –me confió un ex ex ex funcionario mientras se pintaba el cabello de blanco y enarbolaba en documento de su padre homónimo, a los fines de tener más de 75 años y poder disponer de sus dineros acorraladitos–, pero ¿qué es lo que pide la gente? ¿Trabajo, salud, dinero, amor, vuelta al ‘45, vuelta a noviembre de 2001, segunda vuelta?
“No sé lo que quiero, pero lo quiero en dólares”, decía una pintada en la vidriera de un banco. “Que se vaya la Corte”, “no, que se quede, pero en una celda”, “que no vuelvan”, “que devuelvan”, “más botes salvavidas en el ‘Titanic’”. Los reclamos confluyen y divergen, convergen y difluyen. En general se reclama Justicia, Trabajo, Futuro. En particular, esas palabras tienen millones de sentidos, parecidos y diferentes.
La gente lleva ollas, sartenes, tapas, e incluso pelelas, por ahora vacías, en una exquisita muestra de tolerancia, pacifismo y buen gusto.
Supongo que estamos viviendo jornadas históricas. Aunque sabemos que la historia argentina cambia todo el tiempo, no sólo hacia el futuro, sino también, y más aún, hacia el pasado. Los héroes pasan a ser villanos y vuelven a ser héroes en menos de lo que cae un gobierno. Es posible entonces que una corriente sostenga que los cacerolazos jamás existieron como protesta. Y que a fines de 2001, a causa de la retirada de las empresas telefónicas del país, los argentinos nos vimos obligados a comunicarnos a golpes de ollas, como nuevo código morse. No faltará la corriente opuesta, que señalará que el primer cacerolazo fue en 1807, en la Segunda Invasión Inglesa, cuando la gente vaciaba las cacerolas antes de golpearlas, y por eso su contenido, aceite hirviendo, fue arrojado contra el invasor; que el segundo gran cacerolazo fue contra Cisneros, en mayo de 1810; y que el tercer gran cacerolazo de la historia fue en febrero de 1852, cuando al son de los utensilios se logró echar a Rosas, y, no casualmente, el hecho se conoce como Batalla de “Caseros”.
Ya nos vamos a enterar.

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