EL PAíS › DOS MIRADAS SOBRE LA ASUNCIóN DEL EX PRESIDENTE EN EL BLOQUE

Nueva etapa en la Unasur

De acuerdo con Tokatlian, la llegada de Kirchner a la secretaría general de la Unión Suramericana le puede servir a la Argentina para reposicionarse en el escenario internacional. Patiño Mayer apunta a las posturas sesgadas de los analistas.

Otra oportunidad

Por Juan Gabriel Tokatlian *

Aunque parezca extraño, el análisis de política exterior es uno de los campos de las relaciones internacionales con menor desarrollo relativo. A su vez, la evaluación de las conductas externas de los estados que han declinado es una subárea temática escasamente estudiada. Casi toda la investigación y la bibliografía sobre política exterior están orientadas a describir cómo se comportan los países a los que les ha ido bien y cómo debieran actuar las naciones que aspiran a ascender en el escenario mundial. Es prácticamente inexistente la indagación y la literatura que aborde lo que pueden o deben hacer los países que quieren recuperar poder e influencia en la política internacional.

De acuerdo con la poca producción académica sobre este último tipo de casos resulta indispensable un conjunto básico de condiciones para revertir la caída. En primer lugar, un país que ha declinado no puede emerger sin amigos externos y sin colaboración de afuera; es decir, no puede hacerlo en soledad y mediante la confrontación. En segundo lugar, un país que ha declinado debe superar la melancolía, el resentimiento y el ensimismamiento; esto es, la melancolía derivada del hecho de que lo mejor de ese país ha sido su pasado y no el futuro, el resentimiento generado por la envidia a quienes les ha ido bien y el ensimismamiento fruto del aislamiento del Estado y la sociedad. Y en tercer lugar, un país que ha declinado resurge con mucho esfuerzo y en un horizonte de mediano y largo plazo.

¿Qué hacer, entonces, en materia diplomática concreta para superar la declinación y retomar una senda de la estabilidad y el posterior ascenso? Los exiguos estudios en la materia no ofrecen muchas guías. Sin embargo, de ellos surgen tres conclusiones. Primero, ningún país se ha reconstruido internamente y proyectado externamente de manera exitosa sólo a través de un sistema de alianzas internacionales; la mejor política exterior empieza por una buena política interna en lo económico, institucional, tecnológico y social. Segundo, un país que intenta reposicionarse positivamente debe hacerlo de modo prudente y con particular atención a su vecindad: se reconstruye y legitima poder e influencia con gradualidad y en las inmediaciones. Y tercero, el país que establece y logra una nueva estrategia internacional de reinserción lo ha hecho con base en ciertos acuerdos socio-políticos internos fundamentales y mediante múltiples esfuerzos prolongados del Estado y la sociedad.

Argentina constituye un ejemplo de un país que ha declinado internacionalmente, que debe reestabilizarse en lo interno y que necesita recuperar un sendero ascendente en el campo mundial. Ahora bien, a pesar de haber sufrido un largo período de declive, Argentina sigue siendo un poder regional en el ámbito latinoamericano y un actor intermedio en el escenario mundial. La realpolitik de un país de esas características debiera tener tres pilares esenciales: la defensa del derecho internacional, el apego al multilateralismo y la promoción del regionalismo.

En ese sentido, Argentina se encuentra hoy ante una situación en la que puede otorgarle realismo a su política exterior y con ello ir superando décadas de pérdida de poder relativo en los asuntos globales. Por ejemplo, y de manera casi inesperada, Argentina encuentra un ámbito de influencia relevante al ser parte del Grupo de los 20 (creado a finales de 1999). Eso le brinda al país una cierta capacidad de interlocución y podría servir para efectivizar puentes con México y Brasil y así reforzar la voz regional en ese foro. Argentina puede ganar en credibilidad y reputación si gesta iniciativas creativas y consensuales en el G-20.

Otro ejemplo tiene que ver con la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur). Durante los años que llevaron a su creación y en un primer momento después de instalada, Argentina se mantuvo distante: la lectura prevaleciente era de que la Unasur se trataba de una iniciativa brasileña dirigida a afirmar su influencia en Sudamérica. Sin embargo, con el correr del tiempo y ante un Brasil que incrementó su aspiración de proyección extrarregional, Argentina supo advertir el valor de la Unasur y de mecanismos creados por ésta como el Consejo de Defensa Sudamericano (CDS). El aporte argentino, vía Unasur y el CDS, en los temas de la estabilidad en Bolivia, la distensión entre Colombia y Venezuela, la cuestión del acuerdo militar entre Bogotá y Washington en torno del uso por parte de Estados Unidos de siete bases colombianas y la búsqueda de una posición mancomunada acerca de la situación de Haití después del terremoto mostraron signos de moderación importantes dirigidos a evitar más polarización y mayor fricción y a contribuir en cuanto a una mejor cooperación horizontal en el área.

El hecho de que la Secretaría General de la Unasur esté encabezada por el ex presidente Néstor Kirchner durante dos años representa una nueva oportunidad para Argentina. Bien aprovechado este espacio puede contribuir a que el país fortalezca el derecho internacional, el multilateralismo y el regionalismo –columnas indispensables para que Argentina empiece a dejar atrás su decadencia y vuelva a ser un actor gravitante en la política regional, continental y mundial–.

* Profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Di Tella y miembro del Club Político Argentino.


Una elección que incomoda

Por Hernán Patiño Mayer *

Néstor Kirchner acaba de ser elegido por unanimidad como primer secretario general de la Unasur. Cualquier analista objetivo aplaudiría el hecho como un auténtico éxito de la política exterior argentina. Lo mismo haría, en un sistema político maduro, cualquier dirigente opositor. Que la Argentina inaugure con el respaldo unánime de los estados sudamericanos este nuevo paso en la institucionalización del proceso integrador del subcontinente debería, en fin, alegrarnos a todos. Sin embargo, esto no ha sido así. El resentimiento, el sectarismo y la desinformación han vuelto a copar la parada. Días atrás uno de los periodistas más prestigiosos y creíbles de la radiofonía argentina me decía: “Entre los métodos que los medios usan para desinformar, está el ninguneo”. El más importante columnista del más tradicional de los diarios argentinos escribió al día siguiente de la elección de Kirchner: “La mejor prueba de que la Unasur es un sueño más que un proyecto es la situación del Mercosur”, para agregar que “nunca la unión de los cuatro países sudamericanos estuvo tan mal como ahora”.

Empecemos por el final, el Mercosur estaba mucho peor cuando no existía. El “ninguneo” en este caso pasa por calificar de sueño al segundo intento en dos siglos de vida independiente, de concretar un proyecto de unidad al que sabotearon –y lo siguen haciendo– sin pudor, las oligarquías vernáculas tributarias de intereses extrarregionales. Por su parte, el sectarismo y el resentimiento brotaron de la boca de quien dijo –y cito de memoria– que “la elección de Kirchner es responsabilidad de Brasil y una desgracia para la Argentina”. Los que exigen moderación y templanza en los discursos no se andan con chiquitas al tiempo de descalificar a sus adversarios. Los que acusan al ex presidente de carecer de experiencia en política internacional y de usar la política exterior como herramienta en las disputas internas no parecen lucirse en diplomacia, al hacer al principal socio de la Argentina responsable de nuestra supuesta tragedia e ignorar olímpicamente la voluntad unánime de los diez restantes miembros de la Unasur.

Vale la pena dejar atrás los “ninguneos” intencionados y las profecías apocalípticas, para valorar muy especialmente la actitud del presidente de la República Oriental del Uruguay. Dijo –y sigo recurriendo a la memoria– que se sumaba al consenso y que lo hacía sin poner ni recibir condiciones. Lo hizo casi al comienzo de la ronda de apoyos, con lo cual aventó cualquier sospecha de oportunismo y anticipó que su decisión iba a tener un importante costo político hacia la interna de su país. Al día siguiente el derechista diario El País sentenció sin disimulo: “El nombramiento de Néstor Kirchner en la Unasur, con el apoyo del presidente Mujica, es una afrenta para el Uruguay”. La actitud de Mujica es una demostración más de que no hay demagogia en su discurso de hermandad privilegiada con la Argentina y que su apelación a la buena fe de nuestro pueblo es un gesto de confianza que exige reciprocidad.

Lo ocurrido en la Unasur abre la oportunidad para que la Argentina pueda demostrar desde la Secretaría General que es capaz de interpretar la voluntad más genuina de los pueblos sudamericanos y contribuir a marchar sin titubeos por el camino que hace dos siglos comenzaron a transitar nuestros padres fundadores. Esta no es una opción con alternativas. Alberto Methol Ferré insistía antes de morir en señalar que vivíamos la hora de los estados continentales y que de nuestra capacidad de reconstruir lo que hicieron naufragar mezquindades, intereses y traiciones, dependía la dignidad y la felicidad de nuestros pueblos.

* Ex embajador argentino en Uruguay.

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