EL PAíS › LA TOMA EN EL CLUB ALBARIñO, DE LUGANO, CON PIEDRAZOS Y UN CORDóN UNIFORMADO

Un cerco policial para evitar peleas

Un grupo intercambió piedrazos con los ocupantes del predio lindero a Ciudad Oculta. La policía calmó los ánimos con inusual tranquilidad. Luego hubo una reunión de Nilda Garré y Aníbal Fernández con el juez y el nuevo jefe de policía.

 Por Pedro Lipcovich

Ardían, ayer, ya avanzada la noche, las gomas y maderas que vecinos de Villa Lugano habían incendiado en la autopista Dellepiane y en la avenida Argentina, en su lucha por poner fin a la ocupación de la canchita del club Albariño. Entretanto, otros vecinos de Villa Lugano, los ocupantes de la canchita, febrilmente construían refugios, con palos y plástico, temiendo que la tormenta afectara a sus nenes, sus bebés. Antes, poco después de las 19, se habían cruzado piedras y botellazos. Los ocupantes se mantienen en su posición de no aceptar censos ni promesas y demandan que se les otorgue ese terreno para hacer ellos sus casas. Los otros mantienen su rechazo; se consideran invadidos por el avance de las villas y afectados por la desvalorización de sus casas. Unos y otros vecinos coinciden en una especie de “vengan y vean”: que alguien –las autoridades, el periodismo, los automovilistas– entienda cómo es su situación y dé una respuesta. Anoche, la ministra Nilda Garré, el jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, y otros funcionarios se reunieron para tratar el problema: se proponen “saturar” el lugar con efectivos de seguridad (desarmados) en procura de aislar a los ocupantes.

A las ocho de la noche, ya habían cesado las pedradas; dos filas de unos veinte policías con sus escudos separaban a los vecinos de afuera de los que ocupaban la canchita de fútbol, de propiedad del Estado nacional, usufructuada por el club Albariño. Página/12, ya conocida de los ocupantes, fue invitada a entrar, trepando la empalizada. Adentro, todo era actividad. Los varones cortaban madera para construir sus primeras casitas, todavía muy precarias pero suficientes para mitigar la tormenta que a esa hora parecía avecinarse. “Son maderas de embalaje. Las conseguimos en un frigorífico”, explicaron. Los nenes y los bebés circulaban en enjambres y en el mástil ondeaba la bandera argentina.

Menos de una hora antes habían volado los proyectiles: durante algo más de 20 minutos, un grupo de personas de entre 20 y 30 años se enfrentó a pedradas con un grupo similar que estaba en el predio. Para poner fin a la pelea, la policía apeló a un procedimiento extraordinario. Primero, un cordón de efectivos se ubicó por detrás de los apedreadores de afuera, separándolos del resto de los vecinos que los apoyaban. Después, uno por uno, policías desarmados se les acercaron, individualmente, y –a veces tomándolos por el hombro– los persuadieron de que se retiraran tras el cordón. Así hasta que, retirado el último, la pelea cesó.

Ahora, los de adentro de la canchita acusaban: “Ellos empezaron”. “El presidente del club contrató gente; ellos, los vecinos, no creo que estén pagando gente pero los del club sí”; “lastimaron a un nene de 13 años”; “acá hay chicos de tres meses, nosotros los villeros –se definían– no fuimos a atacar a nadie”.

No había negociación en marcha: “Vino gente del Ministerio de Desarrollo Social, volvieron a pedir que nos censemos, que alguna vez nos van a dar una vivienda, pero dijimos: ahora y acá. Mire –pidió al cronista una señora de vestido floreado–: mire cómo dejamos todo limpio; nada más allí en el fondo, por el calor, no llegamos a limpiar”. Anochecía, el cielo amenazaba: “Si nos tenemos que mojar, nos mojaremos, pero de acá no nos vamos”. En un colchón con sábanas, como si fuese un dormitorio pero a cielo abierto, una mamá cuidaba a sus dos nenas preciosas; el fotógrafo de Página/12 empezó a hacer tomas de una de las chiquitas, que se entusiasmó; la otra nena también quería foto, la madre pidió y, por un instante, el tiempo se suspendió.

Del otro lado del doble cordón policial estaban los otros vecinos de Villa Lugano: de piel un poco más clara, un poco mejor vestidos. “Somos vecinos de toda la vida, tuvimos que hacer mucho sacrificio para tener nuestras casitas que ahora no valen nada. Estamos rodeados.” Y, por supuesto, “ellos empezaron”. “Tiraron bolitas con hondas”; “amenazaron a mi nieta”; “¿por qué no vienen a desalojarlos?”. Aunque nada autoriza a condenarlos por su ideología, no hay por qué omitir algo que también decían de sus vecinos: “¡Villeros de mierda!”.

Algunos de los vecinos de piel más clara habían llegado a la autopista Dellepiane y, mediante troncos y gomas encendidas, la cortaron: desviaban el tránsito hacia el Albariño. “Que los autos pasen por allí, para que vean dónde está el problema.” “Es la cuarta vez que usurpan un terreno.” “Nosotros trabajamos, pagamos nuestros impuestos.” Los autos tenían que desviarse por la Avenida Argentina, donde estos vecinos los flanqueaban y tenían, ellos también por su parte, una gran bandera patria.

En el corte de la autopista, la chica de remera negra, como lo había hecho para el otro bando la señora de vestido floreado, resumió la posición irreductible: “Vamos a seguir cortando todos los días. No vamos a aflojar”.

Anoche se efectuó una reunión de funcionarios nacionales, especialmente par considerar el tema del club Albariño. Participaron Nilda Garré –ministra de Seguridad–, Aníbal Fernández –jefe de Gabinete–, Daniel Rafecas –juez federal a cargo del caso–, Enrique Capdevila –jefe de la Policía Federal– y Héctor Schenone –titular de la Gendarmería Nacional–. “Se evaluó que la actitud de los ocupantes es muy intransigente, en cerrada negativa a aceptar propuestas –contó una fuente vinculada con el encuentro–. La estrategia sigue siendo lograr el aislamiento de los ocupantes. Es cierto que eso es difícil, y una razón de esta dificultad es que el predio es adyacente a la Ciudad Oculta, lo cual permite comunicación directa. De todos modos, se busca implementar una estrategia similar a la que dio resultado en el parque Indoamericano: lograr el aislamiento y, a partir de ahí, entablar alguna negociación.”

“En esa línea –continuó la fuente–, se decidió concretar una saturación de efectivos de seguridad en la zona: sin armas de fuego y sin gases; acompañados, sí, de camiones hidrantes. No se incluirán efectivos de la comisaría de la zona, que tienen ya relación con algunos de los participantes y pueden tener menos tolerancia. Se enviará personal especializado en el mantenimiento del orden público.”

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Por la noche, vecinos de Lugano seguían protestando por la toma, aunque sin violencia.
Imagen: Pablo Piovano
 
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