EL PAíS › OPINION

Un voto que es un arma

 Por Mario Wainfeld

El atributo más ostensible de la realidad es su complejidad, decía, con ponderable sencillez, Jorge Luis Borges. La votación que se realizará en la ONU sobre la situación de los derechos humanos en Cuba alude a una realidad compleja. Pero esa realidad, así es la política, debe ser resuelta en términos de un voto preciso.
Repasemos los datos más relevantes:
- La decisión debe tomarse sincrónicamente con la invasión norteamericana a Irak. Cuando todavía no se ha ocupado todo el territorio iraquí, ya George Bush y Donald Rumsfeld, como si estuvieran jugando play offs, prenuncian que el próximo objetivo es Siria.
- En la guerra se han vivido ostensibles violaciones de derechos humanos incluyendo ataques a poblaciones civiles y matanzas de periodistas.
- La Comisión de Derechos Humanos de la ONU (contando con la aprobación de Argentina) se ha negado a condenarlas.
- Analistas y políticos de toda condición dan por hecho que la ofensiva bélica no se detendrá en Irak, ni en Irak-Siria. Algunos especulan (o postulan) que los próximos blancos serán Colombia y Venezuela. Un gobernador de un estado de la Unión propone que el próximo objetivo debe ser Cuba. No es un gobernador cualquiera, rige los destinos de Florida y se llama Jeb Bush.
- La ofensiva contra Irak y su posible prolongación en Siria se imbrican en un plan de reestructuración del poder mnudial y de ampliación del (ya tremendo) peso relativo de los Estados Unidos.
- Ese país es el promotor de la moción de censura contra Cuba.
- Ese país, hace pocos días, se abstuvo en una votación sobre los derechos humanos en China. Cambió así su voto tradicional, que era de condena. China, en materia de derechos humanos. por decirlo en tono liviano, no es exactamente un jardín de infantes privado. El doble standard del Departamento de Estado es palmario.
Hasta acá, todo parece nítido. Vayamos a los claroscuros que proponen Cuba y Fidel Castro.
- Cuba, en materia de libertades públicas y derechos humanos, tampoco es un kindergarten.
- En estos días, Fidel Castro dispuso fusilamientos de disidentes tras juicios sumarísimos. Una medida (amén de cuestionable, impolítica) que mereció el rechazo de buena parte de la comunidad internacional, incluyendo figuras tan prestigiosas y ponderables como Baltasar Garzón (ver página 15). La oposición a la pena capital es hoy por hoy una bandera mundial de sectores progresistas. Considerar a una ejecución un crimen cometido desde el Estado es bandera de pertenencia y de identidad. “Las ejecuciones –editorializó La Jornada de México, un medio insospechado de ser lamebotas– son un crimen en cualquier país y en especial en uno que se proclama socialista. Son, además, un búmeran ya que el fin socialista es totalmenmte incompatible con la violación del derecho a la vida” (“Así no”, 12 de abril).
Pero lo que se discute, si bien se mira, no es la condición de los derechos humanos en Cuba. Lo que hay en juego no es un juicio imparcial por un tribunal internacional confiable sino un pronunciamiento político, una votación entre Estados.
Argentina debe decidir qué hacer. Argentina es un país pequeño y débil que nada hará respecto de la barbarie yanqui-inglesa en Irak. Es más: el pequeño Canciller de ese pequeño país votó que nada debe hacerse.
La traducción de todos estos datos induce a una conclusión. Votar contra Cuba significa munir de una nueva herramienta a la política internacional de Estados Unidos, justo cuando ésta tiene más repudio a nivel mundial y ostenta mayor obscenidad.
La condena implica, por añadidura, seguir escindido del Brasil que siempre –aún antes de que Lula llegara a la presidencia– practicó la abstención. Carlos Ruckauf es uno de los cancilleres más inidóneos y advenedizos de la historia local, resulta lógico que nada le importe deldestino estratégico del Mercosur. Aunado al pressing internacional, el Canciller parece haber persuadido al Presidente: hay que votar contra Cuba. Hacerlo no mejoraría en nada la vigencia de los derechos humanos en la isla. Ni permitirá una investigación independiente. Su consecuencia sería disparar una perversa paradoja: Estados Unidos, tras haberse nefregado en la ONU, obtendría de ese organismo un dictamen favorable a su actual proyecto imperial. Un dictamen que el Tío Sam utilizaría, y casi no es metáfora, como un arma. Apenas exagerando, un dictamen que podría servir como pretexto avant la lettre para atacar no ya política sino militarmente a Cuba. Todo eso en nombre de los derechos humanos.
Oponerse a la pena de muerte o –aun– romper lanzas con el apoyo al régimen cubano (como hace el escritor José Saramago en esta misma página) no tiene por qué equivaler a ser idiota útil (o mejor dicho cómplice) de los designios del actual gobierno de Estados Unidos. Designios patentes que nadie medianamente avispado puede dejar de advertir, toda vez que se expresan en todo el mapa del planeta a los gritos y a los tiros.

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