EL PAíS › POR HORACIO GONZALEZ *

Oratoria bajo las araucarias

Pido la palabra, se abre la lista de oradores, moción de orden! Nunca como en las últimas semanas, el antiguo género de las asambleas, el de Marat, Jaurès o De la Torre, se ha desplegado fuera de sus ámbitos naturales. ¿Cuáles eran éstos? El parlamento, los sindicatos, las universidades, los centros políticos, las cámaras de todo tipo, incluso empresariales. Ahora están en las plazas, en las intersecciones de calles, llevan nombres de barrios. Miradas a metros de distancia, debajo de árboles añosos o en círculos repantigados sobre la hierba, entregan la imagen de un recomienzo de lo político, de una refundación del vivir colectivo. Son el movimiento de democratización del existir común más importante de la historia contemporánea argentina.
Por eso sus responsabilidades son enormes. Escuchamos bajo araucarias y eucaliptos el eco de la clásica forma del “consejo”, evocativa de la más profunda fusión de democracia, justicia y sociedad. Las asambleas barriales surgen del eclipse de las instituciones que funcionan con lógicas asamblearias –como el parlamento– y a las que les fue retirada la creencia “pro tempore” que avalaba su representación. Pero no reemplazan la representación caída. Su mera existencia señala cómo pueden restituirse los términos genuinos de la representación social. Pero no pueden reabsorber en sí mismas todas las soberanías públicas menoscabadas. Sólo podrían hacerlo volviendo a la estación anterior, recreando un parlamento surgido del voto popular. Quizás ése sea su sentido. Pero ahora no lo sabemos y la garantía de su vitalidad es incluso no saberlo.
Las asambleas cometerían un error si creyeran que reasumen toda la representación social disponible. Esta representación no es una cantidad fija “tirada en la calle”. Es algo a crear debatiendo problemas específicos y generales. Nunca una representación es total, pues si no tiene un exterior que le escapa, quedaría ritualizada en totalidades fundamentales pero abstractas. Creer que pueden contener toda la soberanía social es, a la inversa, debilitar su fuerza específica. Otro dilema que atravesarán es el modo de uso de la palabra. Los cerrojos discursivos aplicados a través de un exceso de mociones de orden, las llevarían a encarnizarse en procedimientos que acaban dejando la palabra en mano de los más avezados. Una saturación ritual, también las desluce. Ellas son ceremonias fundadoras, delicadas criaturas. Es menester cuidarlas.

* Sociólogo y ensayista de textos literarios y filosóficos. Autor de La ética picaresca, Arlt, política y locura y El filósofo cesante, entre otras obras.

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