EL PAíS › CARMEN GONZALEZ EMIGRO A ESPAÑA SIN PAPELES Y HOY OCUPA UN CARGO POLITICO

De ilegal a concejal

Llegó a España en 1990 con su familia. Eran ilegales: ella limpió casas y cuidó chicos, su marido trabajaba como plomero. Después se acercó a la política y hoy es concejal en Leganés.

Por Andrea Ferrari

Carmen González Valderrama dejó la Argentina en 1990, cuando la hiperinflación había arrasado con la economía y Carlos Menem aún no cumplía el primer año de gobierno. Llevaba dos hijos, poca plata y la decisión de quedarse en España. Como inmigrante ilegal limpió casas y cuidó chicos. “Yo tenía muy clara la cuestión –dice–. ¿Quién no ha tenido un pariente o un vecino español? Para mí siempre fue así: una vez los españoles fueron a la Argentina y ahora es nuestra hora.” Hoy, catorce años después de partir, es concejal por la Izquierda Unida en la ciudad de Leganés, cercana a Madrid. Y a ella misma aún le cuesta creerlo.
Habla de tú y dice que no fue difícil acostumbrarse. Mendocina e hija de chilenos, el tuteo le resultó familiar. “En cambio, durante los once años en que viví en Buenos Aires no se me pegó nada el porteño –dice, exagerando la dicción–: ni el poyo ni la gayina.”
Esos once años fueron tras el casamiento y en Buenos Aires nacieron sus dos hijos. También aquí empezó su militancia política, en las filas del Partido Comunista. “Después en Mendoza, cuando se dividió el partido, nosotros formamos el PSOL (Partido Socialista Obrero para la Liberación). Pero al desmembrarse se produjeron heridas muy profundas, cada uno tiró por su lado. Al fin dijimos basta de militancia, porque las urnas y la gente van por otro lado. Decidimos pensar más en los chicos. Allá había empezado la era de Menem, ¿y qué íbamos a hacer?”.
Por esos hijos decidieron emigrar. El marido, Carlos, fue el primero en partir a principios de 1990. Como plomero las cosas se le habían puesto difíciles en medio de la crisis económica. Ella se quedó a la espera en Mendoza, con los dos hijos y un puesto en la guardería de las Bodegas Giol.
Los primeros pasos de Carlos lo llevaron hasta Leganés. “Un compañero de trabajo de mi cuñado que tenía familia aquí le había dado una carta para que trajera. Cuando vino desde Madrid, le pareció que Leganés era un lugar tranquilo, con muchos polideportivos, un buen lugar para criar a los hijos.” Consiguió ayuda y logró alquilar un departamento. “Pero cuando emigras no llevas nada, apenas lo puesto. Tienes que entrar como turista y el turista no puede traer ni los vasos ni las cucharitas. Cuando llegamos en el piso no había nada, ni muebles. Hubo gente que nos ayudó, nos dio sábanas y otras cosas.”
Carlos había conseguido trabajo como gasista en una empresa, en una buena época ya que la ciudad estaba reconvirtiendo su sistema de distribución de gas y hacía falta mano de obra. Ella empezó haciendo tareas de limpieza. Pero sin papeles. Dice, sin embargo, que no le daba miedo ser ilegal. “Los africanos a veces tienen temor, pero yo tenía clarito que venía a quedarme e iba a sortear las piedras que me pusieran en el camino: quería hacer mi vida aquí.” Había dejado una familia de doce hermanos en Mendoza. “Claro que uno extraña, eso no se olvida nunca. Cuando eres grande como yo, que llegué con 39 años, tienes una vida hecha y la nostalgia se te pega a la piel.”
Aunque había terminado la escuela primaria en Mendoza, volvió a anotarse para hacerla en España. “Más que nada para integrarme –dice–, y por no quedarme en casa. Como no te pedían papeles te podías inscribir. También hice cursos de educación infantil. Y cuidé niños, trabajé en un restaurante, limpié casas.” Una persona a la que le cuidaba tres chicos finalmente le hizo un recibo de sueldo para legalizarla. Más tarde el marido recibió la nacionalidad y todos tuvieron sus papeles en regla.
“Antes no era tan duro porque no había tanta emigración –recuerda Carmen–. Entonces te cuidaban más: a una persona despierta, que se arreglaba bien con todas las cuestiones de un domicilio la cuidaban bastante. Ahora al haber tanta inmigración te tratan peor. Si no estás tú, vendrá otro.” En el ‘96 se acercó a la política. “Yo adoraba a (Julio) Anguita (ex líder de Izquierda Unida): donde había un acto con él, estaba yo. Le seguía los pasos, porque él decía lo que yo quería oír.” Finalmente en 1997 empezó a militar en IU. Al tiempo le ofrecieron ser miembro del consejo político en Leganés y en 2003 hubo que confeccionar las listas para las elecciones. “El consejo sugería nombres considerando los que tenían más avales y se iban formando las listas con los que sumaran más puntos y respetando la cuota mujer. Cuando me lo ofrecieron, yo al principio no quería porque no me sentía capacitada. Pero la gente apostó por mí, me dijeron que me necesitaban, que valía. A lo mejor si hubiera estado en la Argentina yo hubiera dicho que sí más fácilmente, pero aquí existe la xenofobia y creía que mi presencia podía perjudicar la elección.”
Su nombre estaba en quinto lugar en la lista y, contra todo lo esperado, en las elecciones del 25 de mayo entró. El 14 de junio asumió como concejal. “Al principio me sentía mal. Cuando eres oposición tienes carta libre para criticar, pero al ser gobierno las críticas vienen hacia ti, eres partícipe del gobierno, tienes que dar la cara y asumir lo bueno y lo malo. En algún pleno del Ayuntamiento lo he pasado muy mal: ahí está la posición, hay que hablar a través del micrófono, confrontar... En cambio en el contacto con la gente, con las colectividades, me siento muy bien.”
Como concejal es también encargada del área “Cooperación para el desarrollo”, a través de la cual el Ayuntamiento hermana a distintas poblaciones, especialmente en Latinoamérica, y destina fondos a proyectos de desarrollo. “Hay hermanamientos con poblaciones de Chile, de Bolivia, de Cuba... También hubo un proyecto con Tucumán por los niños desnutridos que me gustaría continuar este año. Me da un poco de pudor, porque es mi país, pero si la Argentina siempre ayudó a los españoles es hora de devolver un poco.”
Cuenta que en su casa suelen parar muchos argentinos. “Vienen por referencias, porque tras diez años de militancia en Buenos Aires y una vida en Mendoza conozco mucha gente. Y uno no les puede cerrar las puertas.”
–¿Nunca le dan ganas de volver?
–Hace poco estuve diez días en Buenos Aires, y yo amo la ciudad. Pero volver, no. Ahora tengo mucho que hacer aquí.

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