EL PAíS › OPINION

El milagro argentino

Por Bernardo Hughes *

El viernes 8 de julio pude “tocar la vida” palpitando en el corazón de las Madres de Plaza de Mayo. Me refiero a la identificación de los restos de tres de las madres pertenecientes al grupo de Santa Cruz, secuestradas el 8 y el 10 de diciembre de 1977 por un grupo de tareas de la ESMA, Esther Ballestrino de Careaga, María Ponce de Bianco y Azucena Villaflor de De Vicenti.
Un clima cargado de sentimientos encontrados: dolor al revivir los horrores de aquellos días, dolor por la certeza de su muerte y por constatar la forma cruel de su desaparición. Al mismo tiempo, cierto aire de victoria para la lucha tan dura y prolongada buscando la verdad, la justicia contra la impunidad. Fue imposible no llorar escuchando los testimonios. Las Madres, envejecidas en la lucha y jóvenes en sus sueños, están vivas. Me gusta reconocerlas como “el invento –¡el milagro!– argentino” que no hemos aprendido a valorar asumiendo su causa. En un país con tanta corrupción y con tanta facilidad de reciclado político, las Madres son un referente prioritario y ¡molesto!
Ayer se las vio como “locas” –¿de amor, quizá?–, despreciadas por los que desconocen la fuerza de las mujeres cuando la justicia, el amor materno, la verdad, se vuelven razones para vivir. Y no claudicaron. Hoy podrían volverse objeto de admiración, pero no por intención de imitarlas. Sería “dejarlas hablar nomás”. Cuánto de su temple nos hace falta. Buscaron 30.000 detenidos desaparecidos.
Me sentí fuertemente golpeado como aspirante a discípulo de Jesús y como sacerdote llamado a servir al pueblo desde el Evangelio, al constatar que los principales actores de las atrocidades cometidas tenían íntima relación con nuestra Iglesia. En todas las dependencias oficiales Cristo aparece crucificado en lugares prominentes. La condición de católico forma parte de la ideología: recordamos los cursillos, los capellanes, etc. ¿Dónde comenzó el distanciamiento del Evangelio suplantándolo por la ideología fascista? Creo que es la repetición de lo que le pasó a Jesús: “¡Según nuestra ley debe morir!” Lo mató la ortodoxia, la religión sin amor.
El pastor Bonhoefer fue obligado en el campo de concentración nazi a presenciar el castigo de la horca de tres presos. La cuadra estaba llena: se trataba de un castigo ejemplar. Cuando los tres cuerpos quedaron suspendidos, alguien comentó: “Y Dios, ¿dónde está?”. En voz baja, el pastor respondió: “Está ahorcado delante de nosotros”. Al hacer a Dios “sagrado”, lo separaron de la humanidad, lo recluyeron en un templo y el mundo se volvió “zona liberada” para la crueldad, la guerra y el despotismo, y no pocas veces se hizo en su nombre. Veneramos a Jesús en crucifijos de madera y lo crucificado en hermanos de carne y hueso. Si no, cómo entender lo que dicen las Madres: “Nosotros queremos denunciar que esta verdad, que a los familiares nos llevó 28 años conocer, estaba en posesión de la Marina –autora del hecho–, del resto de las Fuerzas Armadas, de la Iglesia, que a través de los capellanes de la ESMA consolaba a los marinos cuando volvían de los vuelos, diciéndoles que habían brindado a sus detenidos una muerte cristiana y sin sufrimientos?”
Como pasionista me sentí feliz por el coraje de Mateo, Eugenio, Carlos, que en aquellos años de muerte dieron cabida al Evangelio y se arriesgaron a abrirles las puertas a Jesús en personas desconocidas, buscadoras de verdad y defensoras de la vida. Un anticipo y preparación fue, sin dudas, la recepción que parroquia Santa Cruz y Casa Nazaret hicieron a numerosos refugiados chilenos que huían de la dictadura de Pinochet. Finalmente, debo agradecer a las Madres de la Plaza de Mayo porque devolvieron con creces la hospitalidad que pudimos brindarles. Hay Madres que dicen no creer –y las respeto de corazón–, pero su fidelidad a la verdad y a la justicia, la permanencia tozuda en la convicción de que la brutalidad no tiene la última palabra, y la proclamación con todo su ser de que hayvidas que la muerte ni sus agentes pueden llevarse, me ponen tan cerca de Jesús el crucificado que desde siglos sigue alentando la esperanza. Vive y con El todos los que entregaron la vida por un país más fraterno.

* Cura párroco de la iglesia Santa Cruz.

Compartir: 

Twitter

 
EL PAíS
 indice

Logo de Página/12

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados

Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.