EL PAíS › POSTALES DEL ENCUENTRO

“La última vez, casi me muero”

 Por M. D.
Desde Mar del Plata

En cada escuela donde funcionaron talleres había una mesa, dispuesta en el marco de la Campaña Nacional por el Derecho a un aborto legal, seguro y gratuito, que suscriben casi cien organizaciones –entre ellas Católicas por el Derecho a Decidir, CTA, Ctera, Suteba, Fuba, y varios partidos políticos– y a la que adhieren desde el ministro de Salud, Ginés González García hasta personas de la cultura. Ahí estaban las planillas para seguir sumando firmas a este reclamo. Hubo una mujer, maestra del conurbano, que quiso hacerlo enseguida. “Sabés que pasa, que yo en el último aborto casi me muero.” Después de la intervención, precaria, sin anestesia, se sintió mal, tuvo hemorragias y fue al Hospital de Wilde. “Pero cuando dije que me había hecho un aborto no me quisieron atender.” Fue hace 20 años, dice, pero se acuerda perfecto.

Marlene tuvo una ventaja esta vez: llegó tarde a los talleres de Estudios de género y quedó fuera de los tres primeros. Pero como no fue la única se abrió un cuarto, inesperado, en el que ella, como todas, se sintió cómoda. Pudo plantear su duda sobre si no sería necesario hablar de géneros y no de género. Es una chica trans, pero a diferencia del año pasado, esta vez a nadie se le ocurrió pensar que podría estar fuera de lugar.

En los otros tres talleres de Estudios de Género, los que se reunieron en tiempo y forma, la discusión a vez parecía de otro tiempo. La palabra “natural” insistía en aparecer, sobre todo a la hora de imponer el rol materno como sinónimo de mujer, y cuando tocaba hablar de la familia, el bastión conservador. Pero por momentos algunas preguntas, de tan esquemáticas, parecían perder el eje: “¿Alguien me puede explicar por qué la opresión varón-mujer es un esquema de poder?”, dijo una mujer de cruz al cuello. Y al instante se contestó: “Bueno, claro, si hay opresión, hay poder”.

Espasmódicamente, los postes de la peatonal aparecían envueltos en afichetas con imágenes estremecedoras de neonatos dañados, no se sabía por qué, o de panzas felices –y muy voluminosas– pero amenazadas de muerte. Con la misma tenacidad, las participantes más jóvenes del ENM se dedicaron a quitarlas. El ritmo se alteró con una tercera presencia, inexplicable: dos grupos de patovicas vestidos con remeras negras que decían, de frente, “No a la violencia”, y de espaldas, “Dios es nuestro líder”.

Fue tenso el momento en que la marcha pasó frente al Hermitage, además de la cantidad de policías, y del furor de los cantos en contra de la presencia de George Bush en Mar del Plata, se sumaron al desconcierto, un grupo numeroso de jóvenes atléticos y en cuero que arengaban a las mujeres y gritando a favor de la despenalización del aborto. Eran miembros de equipos de waterpolo de todo el mundo que ahora mismo juegan un campeonato.

Cuando la discusión parecía haberse agotado por completo, la mujer que se reivindicaba como militante pro vida la quiso cerrar: “No sé para qué joden tanto si nunca van a conseguir que se despenalice el aborto”. Y alguien le contestó: “Entonces nosotras tenemos más fe que vos, porque estamos seguras de que lo vamos a lograr”.

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