EL PAíS › UN CHICO, Y DESPUES OTRO: UNA CUADRA MOVILIZADA

Martín pasó por la calle Lemos

 Por Victoria Ginzberg

Día por medio Martín toca el timbre de una casa anaranjada de la calle Lemos. A veces solo, a veces con su hermana. Sabe que Nora siempre tiene algo, un vaso de leche, tostadas con dulce, una galletita. Hace un mes Nora abrió la puerta blanca, le dio la merienda y le dijo: “Volvé cuando quieras”. Martín vuelve cada vez que su papá y su abuela buscan cartón y papel por Chacarita. La escena se repite en varias casas de la zona y los vecinos decidieron juntarse para sistematizar lo que cada uno hace por separado. “A uno le surge el tema de si hace asistencialismo, pero lo que está pasando es tan fuerte y te toca tan en las narices que es imposible no responder”, asegura Nora, 42 años.
“Los vecinos de Lemos nos reunimos para proponernos juntos algunas cosas que, creemos, colaborarán en que podamos organizarnos mejor”, decía el cartel que Nora y algunos de sus vecinos pegaron en los postes de la cuadra. Allí se hablaba de ponerse de acuerdo para coordinar los días en que se sacaban los residuos (los viernes el papel, los miércoles los vidrios y los lunes los metales) y en el reparto de comida y alimento. Además, se convocaba a una reunión el miércoles pasado.
El encuentro fue en casa de Cristina, que cada vez que va al supermercado compra algunas raciones extra de polenta, arroz, fideos y leche para los que tocan el timbre. Los vecinos hablaron de “unificar criterios de solidaridad” y se llegó a proponer alternativas ambiciosas como crear un comedor, pero esa es un tarea que requiere un tiempo de que no todos disponen y un esfuerzo que no todos están dispuestos a hacer. Pero de una manera u otra, los vecinos se involucran. En la reunión con gente de cinco casas, se resolvió averiguar entre los comerciantes quiénes podían y querían donar y se debatió armar un fondo común para garantizar un reparto de sandwiches dos veces por semana. También se barajó servir la comida en la calle, en los tablones y caballetes reservados para el almuerzo familiar de los domingos.
Nora hace historia del incipiente proyecto de la calle Lemos. “Surgió en la cuadra, como en todas las cuadras de Argentina en las que la gente toca el timbre y pide comida. Y en toda la cuadra la gente respondía. Un día había un señor durmiendo en la vereda y, cuando fui a calentarle algo, la vecina de enfrente ya le había acercado un plato. Por eso pensamos en hacer algo juntos”, narra. Ni ese señor que durmió aquella noche a la intemperie –como debe hacerlo habitualmente– ni el morocho de rulos de ocho años que se llama Martín y merienda en la puerta de Nora son los primeros que mendigan comida o ropa en la calle Lemos. “Hay una señora que venía históricamente y gente que pasa siempre, pero ahora el paisaje de esta ciudad es eso: la gente tocando, revolviendo las bolsas de basura. Hay algo emocional, es una cuestión de sensibilidad”, afirma Nora, que es consciente de que su gesto es pequeño en comparación con los millones de pobres que todos los días se reproducen en el país. “Sé que no soluciono nada, pero lo hago porque lo siento así. A él le brillan los ojos cuando toma la leche..., el vaso de leche sólo no sirve pero a ese chico le sirve en el momento y yo siento que se lo quiero dar y se lo puedo dar. Para mí esto está englobado en rescatar algunos valores perdidos como la solidaridad y en dejar de lado el individualismo y esto hace que no sea simple asistencialismo”, dice.
Es probable que, si el merendero se organiza, Martín ya no lleve sólo a su hermana de diez años o a su tía de doce. Los Martín pueden ser diez la primera semana, cincuenta la segunda y quién sabe cuántos la tercera. “Nos dicen que no vamos a dar a abasto pero es mejor tratar de hacer algo en vez de nada. Cuando no podamos, no lo hacemos”, dice Nora.

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