EL MUNDO

Cuando Europa baja el pulgar al diktat del no tan amigo americano

Mientras en Estados Unidos se discute una posible invasión a Irak, los aliados europeos del Tío Sam empiezan a desmarcarse claramente de la operación. Esta nota refleja la perspectiva europea del asunto.

 Por Eduardo Febbro

Los únicos parámetros que parecen haber cambiado son los motivos, el nombre del operativo y el del presidente en ejercicio. Diez años después de que el ex presidente norteamericano George Bush lanzara contra Irak la operación Tormenta del Desierto, su hijo, George W. Bush, se apresta a reiterar una acción semejante. Los motivos invocados no son los mismos. Bush padre organizó la coalición internacional contra el dictador de Bagdad luego de que Saddam Hussein invadiera Kuwait. Bush hijo lo hace por una serie de razones que, según la opinión de los analistas europeos, carecen de importancia “geopolítica” como para justificar una intervención militar a gran escala contra Saddam Hussein. Ataque de grandes magnitudes, campaña de bombardeos masivos, intervención terrestre de 250 mil GI norteamericanos u operación sorpresa implicando a unos 70.000 soldados estadounidenses, no se escatimarían medios para alcanzar el objetivo. Tras 11 intentos infructuosos para poner fuera de juego al amo de Bagdad mediante montajes fallidos preparados por la CIA, ahora se trata de entrar en Irak con la cara descubierta, de aislar y luego derrocar definitivamente a Saddam Hussein. Sin embargo, contrariamente a lo ocurrido en 1991, Bush hijo no cuenta con el consenso de los países europeos ni con una justificación tan sólida como lo fue la invasión de Kuwait.
En el último editorial consagrado al tema, el vespertino liberal Le Monde escribe que “nadie pone en tela de juicio que el régimen iraquí de Saddam Hussein sea una monstruosa tiranía”, como tampoco el hecho de que “sea más que probable que Saddam busque desarrollar armas de destrucción masiva”. Con todo, para el diario francés, ninguno de esos dos argumentos torna verosímil el planteo de la guerra, tanto más cuanto que “Bush debe probar que esta guerra obedece a verdaderas razones de seguridad para Estados Unidos y no a vagas motivaciones de política interior. Hasta hoy, Bush no lo ha hecho”. La posición de Le Monde refleja la política oficial de los gobiernos europeos. En el curso de su reciente cumbre francoalemana, el presidente francés y el canciller alemán Gerhard Schroeder recalcaron su oposición a una excursión militar en territorio iraquí sin el amparo de la ley. “No puedo imaginar un ataque contra Irak, el cual, en definitiva, se justificaría únicamente si existe una decisión del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas”, dijo Chirac, aclarando que tal era la posición de Berlín y de París. Schroeder reforzó esa testitura esta semana al afirmar que las Fuerzas Armadas alemanas están demasiado sobreextendidas en misiones internacionales como para participar de una invasión a Irak. No obstante, a pesar de los numerosos parámetros que deben tenerse en cuenta para decidir el método y el momento de la intervención, algunos analistas europeos están convencidos de que los halcones estadounidenses no darán marcha atrás. Daniel Neep, jefe del programa Africa del Norte y Medio Oriente del Instituto Real de Estudios de Defensa de Londres, acota que “Europa no tomó realmente conciencia de la voluntad norteamericana tal como se manifiesta desde los atentados del 11 de setiembre”. Dicha voluntad corresponde a la erradicación de eso que Bush llamó “el eje del mal” y del cual Irak forma parte.
En cambio, para otros analistas, por más voluntad que exista de terminar con un régimen como el del dictador de Bagdad, George Bush no cuenta con los medios diplomáticos capaces de “sustentar” un conflicto armado. A las reticencias europeas se le suman las críticas árabes, principalmente las de Jordania, Egipto y Arabia Saudita. Esa es la opinión de Jean-Louis Dufour, profesor en la Escuela Militar de Saint Cyr y autor de varios libros. No sin ironía, Dufour señala que “ver a una democracia asaltar Irak, deliberadamente y sin una provocación de su parte, en contradicción formal con el derecho de las personas y la carta de las Naciones Unidas, sería extraordinario y, además, sin ninguna garantía de éxito”. De hecho, los dirigentes del viejo continente no dudan de que Saddam Hussein ha hecho todo cuanto pudo para dotarse de armas de destrucción masiva, sean químicas, biológicas o nucleares, pero por un lado dudan que las posea y, por el otro, optan por considerar que el presidente iraquí puede ser “derrocado” en otras circunstancias y por otros caminos. En realidad, los especialistas europeos ponen de relieve un detalle que a menudo escapa a la observación rápida: detrás de los argumentos norteamericanos a favor de la guerra contra Irak (eje del mal, armas, terrorismo) se esconden, otra vez, intereses petroleros mayores. A este respecto, el profesor Dufour afirma que, para Estados Unidos, “garantizarse el control de las inmensas reservas petroleras de Irak le daría a Washington medios suplementarios de presión sobre Irán y Arabia Saudita. Ambos países usan sus capacidades petroleras como un gran argumento cada vez que negocian con Estados Unidos. Con el petróleo iraquí bajo su control, la administración Bush disminuiría enormemente la influencia del gobierno de Ryad y de Teherán y sus respectivas capacidades para hacer daño”.
Entre el petróleo y los objetivos de la Casa Blanca queda en el medio el espinoso problema que representan Saddam y los “peros” del viejo continente, opuesto a que el gran amo norteamericano se lleve la lotería del petróleo. No menos importantes son los desacuerdos manifestados por el mundo árabe, sin cuya “colaboración” ninguna operación es posible. A este respecto, el pasado 11 de julio el canciller jordano puntualizó que “Jordania no servirá como plataforma de ataque”, lo que fue luego reforzado por la negativa explícita del rey a la aventura. Turquía, otro de los países claves en caso de ataque, se encuentra actualmente en una situación política tal que resulta imposible que su territorio sea una plataforma para cualquier operación de envergadura. Los analistas de la Unión Europea hacen hincapié en otro ángulo de la cuadratura del círculo iraquí:las cuatro tentativas fallidas de golpe de Estado demostraron que “el poder de adentro” es sólido y que no existe ninguna alternativa verosímil y unida que “desde afuera” pueda aportar un recambio. La oposición iraquí es un árbol con ramas divergentes y con raíces que no nacen de la misma tierra. Irak no es Afganistán. La opositora Alianza del Norte que sirvió de “aliado interior” para derrocar el régimen afgano de los talibanes no existe en Irak.
Tom Subhi se frota los ojos cuando lee la suma de medios militares que George W. Bush contempla poner en juego para derrocar a Saddam Hussein. El presidente del Comité internacional contra el embargo iraquí (CICE) constata que “para el pueblo iraquí, el embargo, es aún más terrible que los bombardeos”. Este opositor iraquí refugiado en Francia desde hace 20 anos es el animador de una red que se opone tanto a Saddam Hussein como a los bombardeos anglonorteamericanos contra su país. El presidente del CICE afirma que Bush vino a Europa “con el objetivo de presentarles a sus socios europeos el plan de ataque contra Bagdad. A los norteamericanos no les hace falta un apoyo militar sino una cobertura moral y legal. Eso es lo que Bush está buscando. Los europeos se oponen desde hace años al embargo impuesto a Irak desde 1991 pero no se animan a desafiar abiertamente a Washington y romper el embargo de manera unilateral”. Con todo, la posición manifestada por Francia y Alemania indica un límite.

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Jacques Chirac, Gerhard Schroeder y el premier francés Jean Pierre Raffarin, en la cumbre.
 
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