ESPECIALES › MEAVE LEAKEY, ANTROPOLOGA

En busca del origen

Pertenece a una insólita familia de paleoantropólogos que comprobó que los seres humanos se originaron en Africa. Acaba de anunciar que encontró una nueva especie de tres millones y medio de años de antigüedad, que puede ser un origen alternativo de la nuestra, lo que levantó una enorme polémica. Las ideas sobre la misma esencia humana
de una experta
en nuestros
primeros pasos.

Por Rosa Montero

–Hace ahora un año dio usted la noticia del descubrimiento en Africa del “Kenyanthropus platyops”, un fósil de tres millones y medio de años de antigüedad que usted presentó no sólo como un homínido de una especie diferente del “Australopithecus afarensis”, sino también como de un género distinto. Como hasta ahora se suponía que el “afarensis” era el origen común de todos los humanos, su descubrimiento levantó considerable discusión a favor y en contra de su teoría. Que yo sepa, en los meses transcurridos desde entonces no se ha encontrado nada nuevo que confirme o desmienta definitivamente su revolucionaria suposición...
–No hemos encontrado nuevos fósiles porque no hemos hecho trabajo de campo en el yacimiento... De manera que, por ahora, no hay novedades. El problema con el fósil del platyops es la distorsión que tiene.
–El cráneo se encuentra en muy mal estado...
–Tiene muchas fisuras pequeñas, y algunas personas consideran que no se puede asegurar con certeza lo que es por culpa de la distorsión que estas fisuras provocan. Entiendo que la gente tenga dudas, pero para mí las proporciones relativas del cráneo están perfectamente claras. Desde luego hubiera sido estupendo haber encontrado más especímenes, pero este año no hemos podido excavar porque Louise, mi hija, estaba sacando el doctorado. Pero ahora ya tiene el título y volveremos al yacimiento. Y creo que encontraremos más material y que todo quedará mucho más claro. Por otra parte, que haya controversia es bueno, la diferencia de opinión entre científicos te obliga a ser más cuidadosa en tu trabajo.
–Supongo que ya estará deseando volver al yacimiento...
–Desde luego. Fue muy raro no ir este año, ha sido la primera vez que me he saltado una temporada sin excavar... Bueno, salvo cuando Richard estuvo enfermo... sobre todo el año en que tuvo el accidente de aviación.
–En 1993, su marido, Richard Leakey, sufrió un extraño accidente con su avioneta y perdió las dos piernas. Un suceso rarísimo del que todavía no se ha descubierto la causa y que pudo ser provocado...
–Fue algo terrible y nunca encontraron qué fue lo que lo causó. Hubo una investigación, pero no llegaron a nada.
–La verdad es que tuvo que ser usted muy valiente para declarar que “platyops” pertenecía a un género nuevo. Es un paso muy grande.
–Desde luego que fue muy difícil. Hicimos el análisis del fósil en Londres, y Louise y yo ni siquiera hablamos de ello hasta que terminamos de cotejar todos los datos... Y aunque lo teníamos claro, no acabábamos de decidirnos, porque declarar un nuevo género es un paso enorme. De hecho, escribimos dos informes, uno en el que decíamos que era un australopithecus y otro en el que decíamos que era un nuevo género; y este último trabajo simplemente tenía más sentido, era más coherente con todos los datos.
–¿Y en qué momento sintió la emoción del descubrimiento?
–Depende mucho del espécimen. A veces puedes saber enseguida lo que es, a primera vista. Otras veces, el espécimen está en pequeños fragmentos y, hasta que no lo montas como un rompecabezas, no sabes lo que es. En otras ocasiones está incrustado en una roca, y a medida que vas limpiando vas creyendo que es una cosa u otra, vas cambiando de opinión... Así es que la emoción del descubrimiento varía muchísimo, puede ser en el yacimiento o en el laboratorio. Lo más normal es que cuando encuentras una pieza, pienses que no va a ser nada importante, porque es muy habitual encontrar dientes de monos y cosas así.
–¿En qué momento de su carrera se ha sentido más emocionada?
–Pues... Creo que fue el primer año que fui a excavar con Richard al yacimiento en la garganta de Olduval y vimos un cráneo posado en el suelo mirándonos, no lo podíamos creer, nos parecía estar dentro de un sueño, era 1969 y nadie había excavado aquel yacimiento todavía, cada semana encontrábamos algo.
–En el mundo de la paleontología hay una verdadera guerra, “la guerra de los huesos”. Y aunque usted siempre ha intentado mantenerse al margen de las polémicas, lo cierto es que el ambiente es muy malo.
–Intento no ser agresiva en mis posiciones, no enfrentarme de manera personal a la gente. Y sí, es verdad lo que dice del ambiente, pero creo que de ahora en adelante las cosas van a mejorar, porque la paleontología se está convirtiendo en algo muy distinto a lo que antes era, ahora es algo tan tecnológico que necesitan a muchas otras personas, dependes de los demás para que te analicen los especímenes con diferentes pruebas, de modo que cada uno de tus datos tiene montones de gente detrás. Y eso difumina la polémica, porque hay demasiada gente implicada. Antes la paleontología se basaba en unos cuantos grandes nombres y eso hacía que la confrontación fuera más personal... Bueno, no sé. Tengo la esperanza de que las cosas mejoren, porque no me gusta esta situación. Y no tiene nada que ver con la controversia científica, que, como he dicho antes, es muy útil. No, no es eso, es que los enfrentamientos a menudo se convierten en una batalla personal y dicen cosas miserables de ti.
–El lugar en donde está el yacimiento es una zona en donde hay muchos conflictos tribales... Debe de ser peligroso trabajar allí.
–No, no lo es. Es un área muy remota. Las tribus están simplemente peleando entre ellas, pero a nosotros no nos hacen ningún caso.
–¿Cómo pueden estar seguros de eso?
–Bueno, lo estamos. No nos molestan. El primer año que se trabajó el yacimiento, en 1968, yo todavía no estaba allí, tuvieron que llevar una patrulla policial, porque entonces sí era peligrosa. Y luego durante un par de años siempre había alguien que llevaba un arma, Richard o algún otro, yo no. Pero ahora no hay peligro. A mí me encanta aquello.
–Siempre dice que le gusta estar en los lugares remotos y salvajes...
–Es un sitio muy hermoso. El horizonte es increíble, puedes ver millas y millas alrededor. Y lo que más me gusta es que es un yacimiento muy antiguo, es la creciente de un río y durante cinco o seis millones de años se ha venido produciendo el mismo proceso, los animales mueren y se fosilizan y son cubiertos por la tierra, y mueren y se fosilizan y son cubiertos, y... Ese proceso sigue sucediendo hoy, de manera que de alguna forma te sientes muy humilde, porque estás en un entorno con una historia antiquísima y puedes ver que esa historia sigue transcurriendo hoy, hay una sensación de continuidad a escala gigantesca. Es una zona muy plácida. Tienes que estar allí para ver lo que es.
–Habla usted de millones de años, ¿es capaz de visualizar, de entender lo que esa cifra significa? Yo me pierdo.
–A mí me sucede lo mismo. No podemos ni imaginar un millón de años. En realidad, en cuanto pasan unos cuantos miles de años pierdes el sentido del tiempo. Por eso, estos estudios son tan importantes, porque ponen a la gente en perspectiva. Hemos hecho tanto daño al medio ambiente y las cosas están cambiando tan deprisa... Pero miras para atrás y te das cuenta de cuantísimos incalculables años han hecho falta para que la gente llegue a ser lo que hoy somos.
–Antes creíamos que veníamos de una sola especie, a diferencia de los demás mamíferos; que éramos únicos, y que habíamos evolucionado de manera única. En las últimas décadas, cada descubrimiento va haciendo más confuso ese pasado. Hubo varias especies de humanos. Algunas, como el Cromagnon y el Neanderthal, convivieron durante milenios. Si usted está en lo cierto, también hubo géneros diferentes. Algunas personas parecen llevar bastante mal ese destronamiento del ser humano como criatura distinta.
–Yo creo que es tranquilizador descubrir que somos como cualquier otro animal. Todos los animales tienen un árbol genealógico complejo y lleno de especies. Durante mucho tiempo, los humanos hemos creído que éramos únicos y especiales y diferentes, pero no es cierto. Ahora está empezando a surgir un árbol como el de los demás animales, con diversas especies que entroncan aquí y allá. Pero la gente no debería inquietarse por eso, nodebería sentirse “destronada” por eso. En realidad, los humanos hemos hecho cosas que ninguna otra especie ha logrado. Lo que nos hace diferentes es nuestra capacidad de reflexionar, de hablar, de inventar, todo eso... Pero, ¿por qué tenemos que tener un pasado distinto? Eso no lo entiendo. Supongo que son prejuicios, cosas que les han contado de pequeños y que luego se les quedan por ahí, en la cabeza...
–Me parece muy interesante la manera en que ustedes los paleontólogos han decidido qué es lo que nos hace humanos. Y han dictaminado que es el bipedismo, porque es lo único que se puede comprobar a través de los huesos...
–Claro, porque en los fósiles no podemos ver el lenguaje, no podemos ver la cultura...
–O la conciencia del yo y el sentimiento de la muerte, que supongo que es el núcleo de nuestra humanidad, ¿no lo cree usted?
–La cuestión es que los simios y otros animales tienen también todos estos trazos que acabamos de mencionar, sólo que no los han desarrollado al mismo nivel que nosotros, todo es una cuestión de matiz y nada más, es una diferencia cuantitativa y no cualitativa. Si vas a los ancestros de los humanos, debían de ser muy parecidos a los de los monos. Los simios y nosotros hemos evolucionado durante seis millones de años, y en ese tiempo, como hemos desarrollado más nuestro cerebro y nuestra destreza manual, hemos desarrollado también más esos trazos que antes hemos dicho. Pero para mí el hecho de ser bípedos es el origen de todo lo demás. Porque cuando eres bípedo dejas libres las manos. Cuando liberas las manos de la necesidad locomotriz, desarrollas destreza manual; bueno, al principio sólo las usas para recoger frutos y demás, pero después desarrollas una fineza manual notable. Y cuando tienes esa fineza manual eres capaz de hacer cosas que otros animales no pueden hacer, porque sus manos están dedicadas a subir a los árboles o a correr más deprisa. Y entonces con esa destreza puedes alimentarte mejor, y al alimentarte mejor crece tu cerebro, porque el cerebro para crecer necesita muchas proteínas. Y el ser humano sólo tiene un gran cerebro en los últimos años, desde hace apenas unos pocos cientos de miles de años. Para mí, ser nosotros empieza definitivamente en el Homo erectus, es decir, en el bipedismo, hace 1,6 millón de años.
–Richard y usted encontraron un maravilloso fósil de “Homo erectus” en 1984, el “Niño de Turkana”, un esqueleto prácticamente completo de un adolescente. Se supone que tenía una capacidad craneal correspondiente a la de un niño de un año de hoy, y que un “Homo erectus” adulto debía de tener una capacidad craneal correspondiente a un niño de tres años... ¿Diría usted que eso ya es humano?
–No verdaderamente, porque un cerebro de tres años no sirve para mucho.
–Supongo que un simio tiene una capacidad semejante.
–El Homo erectus tenía un cerebro mayor que un chimpancé.
–Lo digo porque yo no veo mucha diferencia entre esos antecesores nuestros y los grandes simios de hoy. Usted dijo hace algunos años: “Somos básicamente monos, sólo que andamos sobre dos piernas y tenemos una cabeza un poco rara”.
–(Meave se ríe y asiente.) Sí, es verdad, es verdad.
–Hace semanas se creó en Estados Unidos un movimiento que reclama el uso de abogados para defender los derechos de los grandes simios. Derecho a no ser torturados, encerrados, maltratados... ¿Qué opina usted de ello?
–Creo que es importante. Los chimpancés y gorilas y demás primates están verdaderamente muy cerca de nosotros. No tienes más que observar a estos animales para darte cuenta de que, en la manera en que se relacionan unos con otros, tienen unas emociones muy semejantes a las nuestras. Y no son sólo los grandes simios; también ocurre con los elefantes, con las ballenas, con tantos otros animales que muestran unas estructuras emocionales y de comportamiento muy complejas y muy parecidas a las humanas. Cada día va aumentando en la gente la convicción de que esosanimales deben ser contemplados como individuos con sentimientos y emociones como nosotros. Creo que el uso de los abogados es importante, porque los humanos somos de una crueldad increíble con los animales. Claro que el mayor problema respecto de esto se da en el llamado Tercer Mundo, donde la gente vive vidas horribles; y ahí se produce un conflicto frontal entre humanos y animales. En el Tercer Mundo es muy difícil promocionar la conciencia de los derechos animales, porque cuando tienes un hijo que se está muriendo de hambre todo lo demás carece de sentido.
–Volviendo a esa continuidad con lo animal: ¿Usted cree que un simio “conoce” la muerte?
–¡Por supuesto! Muchos animales tienen esa percepción de la mortalidad... el miedo al peligro que muestran es el miedo a su propia muerte. Porque tienen conciencia de sí mismos, de eso no hay ninguna duda. Por ejemplo, a un chimpancé le pones un lazo en la cabeza y le haces mirarse en un espejo, e intenta quitarse el lazo, y luego se pone a curiosear en el espejo las partes de sí mismo que normalmente no ve; por ejemplo, se pone a mirarse los sobacos. Claramente tiene una conciencia de sí mismo, sabe que él es ese individuo que está en el espejo. Por otra parte, los grandes simios no pueden hablar porque los pobres carecen del aparato fonador adecuado; pero, sin duda, tienen un entendimiento del lenguaje en sus cerebros. Porque si tú le dices a un chimpancé: vete a esa habitación, abre la nevera y coge un plátano, el chimpancé se va a la habitación, abre la nevera y coge un plátano. Te entiende, y puede hablar con los signos de los sordomudos, y comprende símbolos. Todo eso es lenguaje, sin duda alguna. Es decir, hablan. Y estoy segura de que la mayoría de los animales se comunican entre sí y tienen un lenguaje propio, sólo que nosotros no sabemos entenderlo.
–Verá, preparando esta entrevista estuve reflexionando en el hecho de que hasta hace muy poco convivieron dos especies de humanos, Cromagnon y Neanderthal, y de primeras me pareció maravilloso y emocionantísimo poder compartir el mundo con otros seres. Pero luego pensé: si siendo todos de la misma especie nos hacemos las barbaridades que nos hacemos, por una mera diferencia de color o costumbres, ¿qué sucedería si fuéramos especies distintas? Nos destrozaríamos los unos a los otros.
–Sí, ¿verdad? No se sabe por qué desaparecieron los neanderthales. Es un gran enigma, una gran curiosidad. La obvia conclusión es que el Homo sapiens lo eliminó, porque hoy no podemos concebir que haya dos especies humanas sobre la Tierra sin que peleen. Tanto Cromagnon como Neanderthal tenían un gran cerebro, de modo que la ventaja del Cromagnon tuvo que basarse en otra cosa... tal vez tenía un mejor dominio del lenguaje o algo así. Pero lo interesante es que en el registro fósil no hay ninguna evidencia de ese enfrentamiento, de esa lucha. Es incomprensible. Y la única explicación que puedo darme a mí misma es que la mayoría de los restos que quedan en el Norte han sido eliminados por la acción erosiva de los glaciares; y es posible que, puesto que los Neanderthal estaban físicamente más preparados para soportar el frío, fueran empujados hacia el Norte por los Cromagnon, y que la evidencia de la lucha estuviera en esa zona nórdica y por tanto se haya destruido... Pero, en fin, aun así habría algún resto de ese enfrentamiento, y no hay nada. No lo entiendo.
–En cualquier caso, los humanos somos también anormales en el hecho de que no haya más que una especie nuestra sobre el planeta. Todos los animales tienen más. Es decir, somos anormales en el sentido de que “no permitimos” que existan otras especies.
–Pero en los otros animales las especies pueden coexistir porque no compiten entre sí. Están en diferentes hábitat. Pero Neanderthal y Cromagnon eran competidores directos.
–Sin embargo, en un mismo monte se pueden dar especies distintas de un animal y se las apañan para convivir. Lobos con zorros, por ejemplo. ¿Por qué no hemos desarrollado nosotros esa capacidad adaptativa entre las especies que los demás animales sí han desarrollado?
–Si contemplamos al ser humano hoy, comprobamos que somos una especie muy avariciosa. Tan avariciosos que queremos tenerlo todo en todas partes.
–Arthur Koestler sostenía que somos animales psíquicamente mal hechos, animales enfermos, capaces de una maldad y una perversión que ningún otro ser alcanza, capaces de exterminar a todas las criaturas.
–Sí, desde luego, es la manera en que estamos actuando ahora, en cualquier caso. Estamos exterminándolos a todos. Una estrategia de supervivencia muy equivocada, porque a la larga dependemos del resto de los animales.

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