ESPECTáCULOS › “SHYLOCK”, EN UNA NOTABLE PUESTA CON MANEL BARCELO

Redescubrir a Shakespeare

El actor catalán brilla en el Teatro Alvear con una puesta que juega con textos del bardo, hasta convertirse en una lección de actuación.

 Por Hilda Cabrera

En ninguno de los dos excelentes espectáculos presentados por el actor catalán Manel Barceló en breve temporada en el Alvear, este juglar de nuevo cuño necesitó recurrir al “parece verdad” para atrapar al espectador atento y ávido de buenas interpretaciones. Así como la utilización de ese eficaz hallazgo onomatopéyico que es el grammelot resulta ser uno de los componentes fundamentales de La tigresa (el relato inicial del primer trabajo que ofreció este artista entre el 12 y el 15 de setiembre), en Shylock conjuga otras cadencias del lenguaje. Barceló multiplica tonalidades y climas, poniendo esta vez la voz y el cuerpo a algunos textos de William Shakespeare (fragmentos varios de El mercader de Venecia y otros de Romeo y Julieta), de Christopher Marlowe (un pasaje de El judío de Malta), y los propios de Gareth Armstrong, según la versión española de Joan Sellent.
Porque en esta puesta, como en la que le precedió en esta gira (La tigresa y otras historias, que incluía El primer milagro del niño Jesús e Icaro y Dedalo, dirigida por José Antonio Ortega), el actor hace suyas la comicidad de las farsas populares, el minimalismo de las rutinas de un clown y el clima relajado del teatro de variedades. En parte, porque los autores de estos monólogos (los italianos Dario Fo y Franca Rame, de La tigresa..., y el galés Armstrong, de Shylock) han escrito para que los intérpretes “escuchen” realmente al público. Barceló es uno de ellos. El actor se prodiga en infinidad de voces: modula tonos, imposta o emite sonidos sibilantes, y tuerce el ritmo con sorprendente fluidez, imprimiéndole gracia a las pausas y los silencios.
En este arte de narrar historias y desbrozar algunos textos clásicos con instrumentos cómicos, el actor va guiando y descubriendo junto al espectador atento situaciones que en ningún momento se paralizan. Por el contrario, impulsan la acción y propician desdoblamientos y picardías, en una especie de juego dialéctico entre contrarios. Es una forma de potenciar la sátira y la crítica. Barceló logra de esta manera señalar absurdos históricos, tiempos violentos y actitudes mezquinas. Así como los textos de Fo y Rame abren camino a un universo fantasioso que abarca a la China dominada por Chian Kai Chek y sus soldados armados por Estados Unidos; a la Italia clerical y a la Antigua Grecia, el relato de Armstrong transita la historia del pueblo judío y muy especialmente la del teatro isabelino, tal como las enfoca Túbal, el único amigo de Shylock en El mercader.... Porque en este monólogo, el protagonista es Túbal, sólo que Barceló no se detiene en este personaje. Remeda gestos y ademanes de muchos otros, incluidos algunos prototipos meridionales. El actor bromea y reflexiona además sobre asuntos pasados y presentes. Su breve pero afinada alusión al actor argentino que en España debe pronunciar a la perfección la ce y la zeta es una de las innumerables secuencias en las que revela su sensibilidad y maestría para comunicar sintetizando.
La “prepotencia” de los poderosos y la exclusión son temas centrales en los dos espectáculos presentados en el Alvear, tratados además con desprejuiciado humor. Un ejemplo es El primer milagro del niño Jesús. Allíun dios de barba rubia reprende a Jesús, representado como un niño travieso y justiciero: “¿Qué guarrada has hecho ahora? Mira que bajo y te crucifico.” Si el teatro está para liberar la imaginación, como dice Túbal o el relator de Shylock, el actor catalán logra este cometido en sus dos espectáculos. Barceló impresiona como un inventor de escenas, a la manera de los juglares tradicionales que elaboran un incidente con el propósito de instrumentarlo luego. Túbal, personaje secundario en El mercader... de Shakespeare, es en todo caso revalorizado. “Su aporte era decisivo”, según acota el actor.
El monólogo de Armstrong es en ciertos aspectos la revancha de un marginado que, ahora con voz propia, opina sobre historia y ficción teatral. Se refiere a Marlowe y su antisemitismo, y señala que la escenificación estereotipada del judío llenaba los teatros de la Inglaterra isabelina. Trae a escena a Jesús, Pilatos y Barrabás, pone en primer plano algunos oscuros tiempos históricos y satiriza la intriga de El mercader.... Interpreta algunos parlamentos, como el de la defensa de Shylock, el judío prestamista que exige a un noble veneciano una libra de carne de su propio cuerpo como garantía del crédito, anécdota que el actor cuenta le llegó a Shakespeare a través de Il Pecorone, de Giovanni Fiorentino, texto que se supone escrito en 1378. En el relato de este fabulador cabe todo: la mascarada de Venecia, el costo de un trayecto en góndola, los afanes comerciales de los Reyes Católicos y las interpretaciones de actores célebres, como el inglés Edmund Kean, cuyo primer gran éxito fue, según quedó registrado, la composición de un Shylock, en 1814, en el Drury Lane Theatre de Londres.
En esta exploración irónica de los “subtextos” –como bromea Barceló–, su personaje aporta datos sin abandonar el juego propio del teatro. Por ello retorna una y otra vez a Túbal, quien, reivindicado, transmite el dolor que le causa tener que abandonar al vencido y despojado Shylock en su momento más triste. Pero a él le toca seguir su camino de actor bufo, de narrador de historias que, una vez dichas, tendrán que sostenerse aun cuando él desaparezca.

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Barceló domina a la perfección la voz como instrumento expresivo.
 
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