ESPECTáCULOS › CARLOS SORIN EXPLICA “HISTORIAS MINIMAS” ANTES DE QUE COMPITA EN SAN SEBASTIAN

“Quise contar historias de gente común”

El festival español recibió ayer con ovaciones la primera de las dos películas argentinas en competencia, “Lugares comunes”, de Adolfo Aristarain, ya estrenada aquí. La semana que viene se verá allí el film que marca el retorno del realizador de la notable “La película del rey”, luego de muchos años dedicándose sólo a la publicidad.

 Por Cristian Vitale

María Flores tiene 25 años. Es pobre, tanto que viaja cientos de kilómetros detrás de una multiprocesadora que gana en un sorteo de un programa de televisión. Don Justo tiene 80 y encara una aventura parecida; sólo que va detrás de un perro. Roberto, de 40, tiene que llegar con una torta de crema a la casa de una viuda para cautivarla. Los tres, al fin, confluyen en ciertos puntos clave de la Patagonia desértica y dan sentido a “Historias mínimas”, tercer film de la extraña carrera de Carlos Sorín, aquel joven fotógrafo de los ‘70 cuyo devenir se bifurcó en dos. Sorín fue hasta hace pocas semanas un notable director de cortos publicitarios y es, desde su exitoso debut con La película del Rey en 1986, un realizador errante. “La película del Rey, tuvo un éxito enorme y pensé que había llegado a una especie de cenit. Pero me pasó lo que a muchos: la segunda película; “Eternas sonrisas de New Jersey” (1989) me pareció una cagada, boicotee su estreno, y el síndrome me duró mucho tiempo. Pensaba que iba a tener la misma respuesta en el público que en mi microclima y choqué con otra realidad. Fue un balde de agua fría del que me costó mucho salir”, resume.
Sorín, de hecho, tuvo que dejar pasar el tiempo. Estuvo 12 años divorciado del cine. “Fue una maduración que no estoy en condiciones de evaluar, pero que dio paso a Historias Mínimas e hizo desaparecer las frustraciones anteriores” explica en la entrevista que concede antes de viajar rumbo a San Sebastián, donde su film, que participa de la competencia oficial, se verá el jueves. “Historia Mínimas” fue concebida a principios de 2001 y el proceso de producción no fue fácil. En parte, porque a Sorín se le ocurrió convocar gente común para contar su singular relato. “Hicimos un casting de 800 personas en 12 provincias –señala– nuestro equipo llegaba a los pueblitos, ponía un aviso en las radios y la gente se arrimaba por curiosidad. Entrevisté muchas personas, gracias al training que tengo por la publicidad”. Algunos problemas económicos hicieron que la película se conociera primero en Europa que aquí. Se vio sin terminar en Toulouse y repercutió muy bien en la prensa especializada, al punto que, mientras aquí es una incógnita, será exhibida en San Sebastián y estrenada una semana después en los cines españoles.
–¿Por qué se estrena primero en España que aquí?
–En noviembre de 2001 pedí un adelanto al INCAA de 50 mil dólares y a los 20 días no estaba ni el loro, hasta el Presidente se había ido en helicóptero. No vi un peso y tuve que mandar la película, sin terminar, a los estudios Work in Progress de Toulouse, donde hay un sistema de ayuda al cine de autor. Allí la vieron exhibidores, productores y críticos. E inmediatamente me cayeron ofertas, hasta que opté por una productora española que se asoció a la película.
–Las historias minimalistas del film aparecen como una contradicción frente a un contexto social que tiende cada vez más a lo colectivo ¿Lo percibe así?
–Por más que sean historias individuales, hay algo colectivo en la solidaridad que muestran los personajes. Pero es cierto también que está rodada en otra Argentina. Hoy no podría escribirla igual. Más allá de eso, existe una lejanía entre la Capital y la Patagonia que hace que los hechos lleguen tarde. Los cambios, allí, son como geológicos. La vida normal no se altera demasiado ante la catástrofe de Buenos Aires, más allá de algunos cortes de ruta puntuales.
–¿Cuál es la razón por la que eligió trabajar con personas desconocidas?
–Los personajes gigantescos son peligrosos en cine, porque tenés que inflarlos mucho. Por eso decidí centrarme en personas simples cuyas situaciones cotidianas, que parecen poco importantes, son para ellos verdaderas epopeyas.
–¿Por qué decidió prescindir de actores profesionales?
–Tuve experiencias bastante gratificantes en publicidad, que me impulsaron a creer en que se puede contar una historia de ficción con gente real. Ellos tienen otra manera de trasmitir emociones que no es ni mejor ni peor, es distinta. El actor siempre construye el personaje, tiene un acercamiento intelectual a él; en cambio la gente común se muestra tal como es.
–¿Estos peculiares actores forzaron el guión?
–Sí. Reescribimos el libro en función de cómo eran ellos, su forma de hablar, etc. Nos aseguramos que no haya distancia entre la persona y el personaje; ellos podían hablar con sus palabras pese al entorno de ficción. Y el milagro se dio.
–La película tuvo buenas críticas en los influyentes diarios franceses Le Monde y Liberation ¿a qué lo atribuye?
–A un misterio. Cuando te metés en una película así nunca sabés qué te puede pasar. Creo que pasa esto porque las películas urbanas, por más que estén filmadas en Nueva Delhi, Roma o Barcelona, siempre tienen algo en común, más en el mundo globalizado. En cambio, el desierto patagónico otorga un carácter especial que se valora mucho afuera. Esas historias simples y pequeñas en medio de semejante desierto, provocan un contraste atractivo.
–¿Alguna vez se sintió incómodo haciendo cortos publicitarios para empresas cuestionadas como las telefónicas, por ejemplo?
–No en esos casos. Pero nunca haría ciertas campañas políticas o marcas de cigarrillos.
–¿Cómo se lleva el realizador de cine de autor con el director de cortos publicitarios?
–La publicidad es una especie de jaula de oro que te quita un tiempo que, como director de cine, necesitás para pensar o dejar de pensar. Respecto al lenguaje, muy poco de lo que estrenás en publicidad te sirve para hacer un largo. La formalidad de la publicidad puede llegar a ser muy tediosa en un largometraje.
–En un momento, hacer publicidad otorgaba jugosos beneficios. Hoy ya no es así. ¿Fue otra de las causas de su regreso al cine?
–Puede ser. Igual, el compromiso es distinto. La publicidad es un oficio y, pese a la feria de vanidades que se armó en derredor de ella como los festivales y demás, su único fin es vender productos. El cine, en cambio, es un compromiso con tu forma de ver el mundo, tu país, tu gente.

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Sorín debutó con “La película del Rey”, en 1986, uno de los films argentinos más importante de los ‘80.
 
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