ESPECTáCULOS

“Toda película implica una postura ideológica”

El prestigioso Constantin Costa-Gavras llegó a Buenos Aires acompañando el estreno de “Amén”, un film sobre el nazismo y la Iglesia.

 Por Luciano Monteagudo

“Es la cuarta o quinta vez que vengo a la Argentina”, duda Constantin Costa-Gavras, a poco de instalarse en un hotel del microcentro. Habla un castellano algo rígido, pero muy correcto, y se extasía con el edificio abandonado de las viejas tiendas Harrod’s. “Aquí se podría hacer un gran centro cultural”, se entusiasma. Cuando se le explica que, en la vereda de enfrente, en las Galerías Pacífico, su amigo Pino Solanas alguna vez tuvo ese mismo sueño y se levantó en cambio un shopping center, mira resignado y dice: “Ah, claro, comprendo...”. Las fuerzas del mercado sin embargo no han podido desplazar al cineasta de films emblemáticos como Z, Estado de sitio y Desaparecido, que llegó ayer a Buenos Aires para presentar en el marco del Festival España-Francia-Italia (que se lleva a cabo en el Village Recoleta, ver página 23) su película más reciente, Amén, que viene sembrando controversias desde su estreno en el Festival de Berlín, en febrero. Basada en una obra teatral del austríaco Rolf Hochhuth, Amén se permite hacer memoria sobre el vergonzoso silencio del Papa Pio XII cuando la Alemania nazi enviaba a millones de europeos de origen judío a los campos de exterminio. De ese silencio, de la vigencia del cine político y de la situación de América latina conversó con Página/12.
–¿Cómo nació el proyecto de Amén?
–Yo conocía la obra de Hochhuth, porque mi amigo Jorge Semprún había hecho la versión francesa para su estreno en París, que protagonizó Michel Piccoli. Estamos hablando del año 1964. Pero en ese momento recién comenzaba mi carrera de director y no podía pensar en un proyecto de ese tamaño. Parece que el productor Sam Spiegel había comprado los derechos de la obra –me contó Claude Chabrol– y quería hacer la película, ¡pidiendo primero permiso al Vaticano! Ah, esa ingenuidad norteamericana... Pero siempre me interesó hacer una película sobre el silencio, sobre la indiferencia, y también sobre el otro lado de la línea: no sobre las víctimas sino sobre los victimarios. (No me gusta la palabra “verdugos”; es demasiado dramática). Y esa posibilidad la tuve con Amén.
–¿La Iglesia, en este caso, fue culpable por omisión o por complicidad con el nazismo?
–Entramos en una categorización jurídica. “Complicidad” es una palabra para la Justicia. Y no conviene al film. El film no es un tribunal. Además, es mejor no hablar de “la Iglesia”, porque “la Iglesia” es mucha gente. Entre ellos hay personas excelentes, puedo dar nombres en Francia, en Italia, en todas partes, en Latinoamérica, por ejemplo, con la Teología de la Liberación. Son gente extraordinaria y forman parte de la Iglesia. Sí, en cambio, hablamos de los dirigentes, de la jerarquía, porque la Iglesia Católica tiene una estructura piramidal y la punta de la pirámide no reaccionó, hizo silencio. Para mí, la película es una metáfora. No es sólo una película histórica, que narra algo que sucedió hace tiempo. También es una película sobre el presente, porque la indiferencia y el silencio todavía están aquí, no comenzaron con los campos de concentración y terminaron con el fin de la guerra. No, continúa hoy en día. Los ejemplos son miles. Hay que ver qué sucedió con las dictaduras en América latina. ¿Cuál fue la posición de las jerarquías de la Iglesia con la gente que desaparecía, que era torturada, que era asesinada? De eso habla también mi película.
–¿Cómo se documentó para el film?
–Durante casi tres años estuve investigando y estudiando material. No quería escribir ni una sola palabra que hubiera dicho el Papa Pio XII que no estuviera documentada. Consulté decenas de fuentes diferentes, entre ellas el libro La religión cristiana en Europa, que a comienzos de los años 40 escribió monseñor Hudal, cardenal de Austria y asesor directo del Papa, en el que se elogia la “solución final” de Hitler. Tengo fotografíasde cardenales que hacían el saludo nazi junto a Goebbels. Tengo fotografías de iglesias donde cuelgan banderas con la cruz esvástica. Había un antisemitismo enorme y mucho antes de 1939. En 1933, Hitler llama a boicotear a los judíos, y la jerarquía no dice nada. En 1936, ya hay leyes contra los judíos, y sigue el silencio. En 1938, se produce la Kristallnacht, se destruyen todas las sinagogas y no hay reacción alguna. Sólo los anglicanos protestan. Hitler se sintió entonces muy fuerte. Quién sabe qué hubiera sucedido si no hubiera habido ese silencio. Por eso mi película trata sobre el silencio, sobre la indiferencia.
–¿Hasta qué punto se apartó de la obra original?
–La obra de Hochhuth se centraba en la relación del Papa con un cura alemán y con la dirigencia nazi. Pero a mí me interesaba incluir en igualdad de condiciones a Kurt Gerstein (NdR: un oficial del ejército alemán que trató de boicotear los envíos del gas Zyklon B a los campos de concentración y que, como católico practicante, llegó a informar a las autoridades de la iglesia sobre el exterminio masivo que se estaba por llevar a cabo). Gerstein es un personaje extraordinario. En Alemania, hay alguna gente que aún hoy odia a Gerstein y hay otra que lo considera un héroe. Pero lo interesante es que él se dejó guiar por la filosofía cristiana, hasta el sacrificio. Estamos lejos de la obra de teatro, pero le dije al autor desde el principio: voy a ser fiel al espíritu, pero no a la letra.
–¿Cuáles fueron las reacciones en Europa ante el estreno?
–Es algo bastante curioso, porque la primera reacción fue antes de que se viera la película y tuvo que ver con el afiche. (NdR: concebido por Oliviero Toscani, el creador de las publicidades más polémicas de Benetton, toda la gráfica de la película tiene como leit-motiv la cruz cristiana que, en rojo sobre negro, se confunde con la svastika nazi, en la que Hitler veía “la lucha por la victoria del hombre ario”.) En Francia, una asociación vinculada a Le Pen, que preparó su plataforma intelectual, levantó un proceso judicial contra el afiche. No hay que olvidarse que estábamos de frente a las elecciones. Y la iglesia francesa, o una parte de ella, tomó una posición muy agresiva, sin ver la película.
–En el final del film, monseñor Hudal le facilita la huida a un oficial de las SS, que quiere escapar a Estados Unidos. “Allí sólo aceptan físicos y científicos”, le dice Hudal. “A usted le puedo conseguir un salvoconducto a la Argentina”. ¿Usted incluyó esta línea?
–Hudal ayudó personalmente a escapar a muchos nazis. Muchos vinieron a la Argentina, a Paraguay, a Chile, a Brasil. Sí, yo incluí esa frase en el guión, quizás porque en Estado de sitio ya había hablado de Uruguay, en Missing de Chile y me faltaba decir algo de Argentina, aunque fuera algo pequeño (risas).
–Le parece que hay todavía un espacio para el cine político como el de los años 60 y 70?
–Todo cine es político, aún aquellos que dicen que no hacen cine político lo están haciendo. Y a veces aún más que quienes lo declaran. Toda película implica una postura ideológica. Y también una responsabilidad frente a los espectadores.
–¿Cómo ve a América latina?
–La mejor manera de controlar a alguien es mantenerlo pobre y eso es lo que han hecho con América latina, eso es lo que le está sucediendo a la Argentina. Ustedes son el mejor ejemplo. Ya no hace falta sacar a los tanques a la calle y dar ese espectáculo. Ahora el monopolio de la fuerza no está en los militares sino en el dinero. Se creó una situación de dependencia total.

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El realizador dirigió “Estado de sitio”, “Z” y “Missing”, entre otros films fuertemente políticos.
 
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