ESPECTáCULOS › IRVINE ARDITTI INAUGURO EL CICLO DE MUSICA CONTEMPORANEA

La desolada poesía del caminante

El notable violinista dio un concierto ejemplar, diseñado como un recorrido cuya conclusión fue una obra genial de Luigi Nono.

 Por Diego Fischerman

Un concierto puede funcionar como un relato o, apenas, como un conjunto de obras. Cada una de las composiciones incluidas (cuando hay más de una) puede tener una entidad propia o, también, es posible que unas se justifiquen tan sólo por su funcionamiento junto a las otras. Puede haber, o no, obras de relleno. Pero lo más difícil, sin duda, es conseguir que haya al mismo tiempo homogeneidad y contrastes, variedad y coherencia estética y, sobre todo, que cada una de las distintas obras sea una pieza única, valiosa y autosuficiente, y, a la vez, la parte de un todo.
El concierto que abrió la sexta edición del Ciclo de Música Contemporánea del Complejo Teatral de Buenos Aires, que se lleva a cabo en el San Martín, cumplió con todas esas condiciones pero, además, tuvo como intérprete a uno de los mejores violinistas del mundo y, por añadidura, un músico de una inteligencia y sensibilidad extraordinarias. Irvine Arditti, fundador y factótum del ejemplar cuarteto de cuerdas que lleva su nombre -con el que tocó en Buenos Aires, dentro de este mismo ciclo, hace dos años– fue, en ese sentido, el oficiante de un ritual que sólo podía concluir de la manera en que concluyó: con La lontananza nostalgica utopica futura, la increíble obra de Luigi Nono que ocupó toda la segunda parte. Una obra en la que todo es sorpresivo, donde nada da la sensación de estar fijado de antemano y, no obstante, en la que cada una de las cosas que suceden y hasta su título, genial, parecen inevitables.
Arditti planteó su recital como dos secciones contrastadas. En la primera el virtuosismo –y hasta los fuegos artificiales– de tres compositores ubicados con claridad en las tendencias posteriores a las revoluciones de los ‘50 y ‘60; en la segunda, la poesía descarnada, lalínea pura y despojada de un clásico del siglo pasado. La lontananza nostalgica utopica futura, escrita en 1989, poco antes de morir, es una virtual despedida de Luigi Nono, en la que sus preocupaciones por la espacialidad del sonido y por la utilización de un núcleo reducido de alturas llega a un nivel de concreción de perfección asombrosa. El violinista debe recorrer la sala, en la que están distribuidos seis atriles, cada uno con la partitura de una sección de la obra y, mientras tanto, su sonido es puntuado, envuelto, resignificado, enmascarado o anticipado por el de ocho cintas magnetofónicas, también repartido por distintos lugares de la sala (cuatro parlantes colocados sobre el escenario, distantes entre sí, y cuatro por detrás del público, también lo suficientemente separados como para que se perciba la proveniencia desde sectores absolutamente diferenciados). En estas grabaciones se mezclan retazos de obras de Brahms, Schumann, Beethoven y otros compositores del pasado (irreconocibles, desde ya), en las que el violín fue transformado electrónicamente en tiempo real, con ruidos y voces. La interpretación de Arditti fue magistral, secundado en la operación técnica por André Richard (quien trabajó con Nono en su ópera Prometeo, una tragedia del ascolto y en el montaje original de La lontananza nostalgica utopica futura y es director del Estudio experimental de la Fundación Heinrich Strobel, el canal de radiodifusión de Alemania suroeste, en Friburgo).
Las Tres Miniatures, escritas entre 2000 y 2001 por el británico George Benjamin –una especia de prodigio de 32 años que ya a los 17 era un discípulo dilecto de Olivier Messiaen–, Unsichtbare Farben (1997/98) de Brian Ferneyhough, el gurú de la ultracomplejidad postserialista, y los deslumbrantes 6 Capricci (1976), de Salvatore Sciarrino, que prácticamente no dejan sin explorar un solo recurso de la técnica violinística, tanto de la mano izquierda como del arco, funcionaron como la preparación para el sortilegio final. En el último período, después de su crisis con el Partido Comunista Italiano, de cuyo Comité Central había sido miembro, y con el serialismo integral, al cual había adscripto en obras maestras como Il Canto Sospeso, Luigi Nono aparecía preocupado por la idea del camino. Una frase inscripta en el muro de un claustro de Toledo, “Caminantes no hay caminos, hay que caminar”, inspiró varias de sus obras. La lontananza nostalgica utopica futura marca un derrotero del sonido a través del espacio. Arditti, tomando esa idea, también diseñó, a lo largo de su concierto, otro recorrido: el que lleva a la desolación del sonido situado en la frontera de la realidad.

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Irvine Arditti fue el oficiante de un ritual único.
 
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