ESPECTáCULOS

La leyenda de una artista indomable, en un colorido y vistoso espectáculo

Desprovisto de la necesidad de presentar a sus personajes, el segundo film de la serie creada por J. K. Rowling ofrece un espíritu más relajado y disfrutable. “Frida”, en tanto, se acerca más al espectáculo colorido que a un ensayo fílmico sobre la mexicana.

 Por Luciano Monteagudo

En 1984, a treinta años de la muerte de Frida Kahlo, cuando sus pinturas comenzaban a alcanzar cifras siderales de cotización y su figura, impulsada por la biografía de Hayden Herrera, se alzaba como la de un ejemplo de feminismo, el director mexicano Paul Leduc se animó con una primera aproximación cinematográfica al mito. Su lacónico film Frida, naturaleza viva tenía la gran virtud de no pretender ser una historia de vida sino, en todo caso, a la manera de la obra de la propia Kahlo, un retrato, una pintura libre y subjetiva del personaje. En una película que prescindía casi totalmente de palabras, Leduc dejaba que el discurso corriera a cargo de la imagen, que como en los óleos de la propia Frida daban cuenta de su cuerpo atravesado por el sufrimiento físico, de su amor por Diego Rivera y de la perturbadora sensualidad con que veía el mundo interior. En el otro extremo del arco expresivo, esta nueva Frida, producida y protagonizada por la estrella mexicana Salma Hayek y dirigida por la neoyorquina Julie Taymor, se plantea como una hagiografía dedicada a exaltar vida y obra de un artista célebre, a partir de una cabalgata de episodios determinantes y de encuentros decisivos con hombres y mujeres notables.
En este sentido, el martirio que fueron los escasos 46 años de vida de Kahlo (1907-1954), víctima de un temprano y espantoso accidente de tránsito que casi la dejó paralítica y la obligó a envolver su cuerpo en correas, hierros y corsés de yeso, parece prestarse, como ningún otro suplicio (salvo quizás el de Van Gogh, que por algo fue tan requerido por el cine), a esa visión ideal del artista sobre la cruz. Es verdad que Hayek hace de Kahlo una mujer siempre fuerte, libre, impetuosa, vorazmente vital, pero esa lucha por ponerle el pecho (y en su caso no se trata de un eufemismo) a la adversidad y la desgracia es también parte de la religión del film. En esos mismos salmos de Salma hay que incluir, en primerísimo primer plano, la tormentosa relación de Frida con el muralista Diego Rivera, tan marxista como mujeriego, un hombre que nunca le juró fidelidad marital sino en todo caso lealtad, y tampoco cumplió.
No deja de ser significativo de qué manera una directora como Julie Taymor, proveniente de los musicales de Broadway (fue la responsable del inmenso éxito de la versión escénica de El rey león en Nueva York), convierte toda esa vida y toda esa época, plena de gente famosa y de apasionados enfrentamientos políticos, en un vistoso, colorido espectáculo audiovisual. Aquello que se impone siempre en Frida la película es, casi siempre, Frida el show, con los mismos golpes de luz y de efecto que se aplican en un escenario. Por otra parte, es verdad que Hayek & Taymor decidieron priorizar, por encima de cualquier otra consideración, la gran historia de amor de Kahlo y Rivera, y no tiene nada de malo que así sea. El problema, en todo caso, es la forma declamativa, didáctica, que asume en el film esa relación. El guión, escrito a ocho manos por cuatro libretistas (a quienes luego se sumó subrepticiamente el actor Edward Norton, que es la actual pareja de Hayek e interpreta a Nelson Rockefeller), se siente en la necesidad de explicar todo aquello que la imagen ya dice por sí misma. “Yo pinto el mundo exterior”, ilustra Rivera a Kahlo en una escena de alcoba, “pero tú pintas lo que hay dentro del corazón”.
Lo que en todo caso nadie se molesta en explicar (ni falta que hace) es por qué todos los mexicanos hablan entre sí en inglés, pero no se privan de pronunciar, cada vez que les parece necesario, “pinche”, “tortilla” y “panzón”, entre otros vocablos típicos que a la película le parecen intraducibles a la lengua de Hollywood. En un elenco en el que no faltan nombres famosos para personajes aún más famosos todavía (Antonio Banderas encarna a David Siqueiros, Geoffrey Rush a León Trotsky, Ashley Judd a Tina Modotti), la sobriedad y calidez que pone Alfred Molina en la interpretación de Rivera es destacable. Por su parte, Hayek siempre parece estar un par de tonos más arriba de lo que le pide su personaje y eso se siente particularmente cuando de pronto, como un capricho, aparece la legendaria Chavela Vargas interpretando “La llorona” y la verdad desplaza fugazmente a la impostura. Aún así, es un momento incómodo, molesto, una estampa más (como la canción final, a cargo de Caetano Veloso) de una película concebida a la manera de un lujoso libro de ilustraciones para la mesa ratona del living.



Estados Unidos/México, 2002.
Dirección: Julie Taymor.
Guión: Diane Lake, Gregory Nava, Clancy Sigal, Anna Thomas y Edward Norton (no acreditado), a partir de la biografía de Hayden Herrera.
Fotografía: Rodrigo Prieto.
Música: Elliot Goldenthal.
Intérpretes: Salma Hayek, Alfred Molina, Geoffrey Rush, Ashley Judd, Antonio Banderas, Edward Norton, Mia Maestro, Valeria Golino, Patricia Reyes Spíndola.
Estreno de hoy en los cines Village Recoleta, Hoyts Abasto, Cinemark Palermo, Cinemark Puerto Madero, Patio Bullrich, Gaumont y otros.

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El film de Julie Taymor presenta un seleccionado de estrellas, rodeando el protagónico de Hayek.
 
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