ESPECTáCULOS › ENTREVISTA AL ESCRITOR PERUANO MARIO VARGAS LLOSA, QUE PRESENTA AQUI “EL PARAISO EN LA OTRA ESQUINA”

“No tengo ninguna duda: la literatura es un arma”

Considerado uno de los más lógicos candidatos al Premio Nobel entre los escritores de la lengua castellana en actividad, el autor discurre en esta nota sobre la vigencia de la idea de que un artista debe comprometerse con la realidad y sobre por qué cree que la literatura ayuda a cambiar el mundo.

 Por Verónica Abdala

Mario Vargas Llosa cree que hay paraísos en la tierra, y que es un deber luchar por encontrarlos. “No podemos resignarnos a la chatura, estamos obligados a pelear”, dice con convicción, y sin ponerse colorado. Acaba de dedicar un libro a la revolucionaria Flora Tristán, incansable luchadora por los derechos de la mujer, y a su nieto, el pintor francés Paul Gauguin, que a su modo renovó el arte europeo inyectándolo de una intensidad que sus contemporáneos parecían haber olvidado en el camino. La revolucionaria y el reformista son los protagonistas de El paraíso en la otra esquina, la novela que lo trajo a la Argentina. “Ella tuvo el sueño idealista de alcanzar la sociedad perfecta, la igualdad de derechos entre trabajadores y patrones y entre hombres y mujeres”, define en una entrevista con Página/12. “El abrió los ojos de los artistas europeos del siglo XIX y los inundó de colores e imágenes de lejanas culturas.” Puesto a optar entre uno de ellos, confiesa, le sería imposible elegir. “Conviví con ambos los últimos tres años, privilegiar a uno sobre otro sería una traición.”
La idea de recrear en la ficción la vida de Flora Tristán –porque ésta es una novela, cabe aclarar, no un libro de historia– lo acompaña desde los años en los que cursó la universidad, en su Perú natal. El acercamiento a Gauguin fue posterior, pero el impacto fue igualmente fuerte. Tras haberse decidido a encarar el desafío, el trabajo de campo y documentación lo llevaron a recorrer paisajes tan diferentes como los de Tahití, Copenhague, París, Burdeos, las Islas Marquesas, Madrid, Polinesia, contrastantes a sus ojos y a los de su hija Morgana Vargas Llosa (Barcelona, 1974, fotógrafa), que lo acompañó en los viajes y reunió esas imágenes en el libro Imágenes del paraíso, que simultáneamente a la publicación novela de su padre, editó esta semana Alfaguara.
–Usted confesó en estos días que, más que preferir a uno u otro personaje, se siente fascinado por la complementariedad que existe entre ambos. Pero, ¿cuáles son las diferencias esenciales entre la lógica y la ética que rigen al arte, por un lado, y a la política por otro?
–Son bien diferentes. En el terreno del arte uno puede aspirar a lo imposible sin que eso traiga perjuicios. Las obras maestras expresan precisamente esa ambición de alcanzar lo imposible, la perfección, el absoluto. Mientras que en política aspirar a imposibles es más que arriesgado, y en general esa lógica fue la que acarreó las grandes catástrofes que conoció la humanidad. En política, eso que a muchos artistas e intelectuales desmoraliza, que es el progreso progresivo, a través de consensos, buscando ciertos equilibrios, es lo ideal. Supongo que es eso lo que ha llevado a tantos artistas a lo largo de la historia a despreciar la democracia, ya que detrás de este sistema, lo que ven, es “la mediocridad” de las concesiones, de la renuncia al absoluto, a los planes máximos, a un plan supremo... Sin los cuales el ser humano tampoco puede vivir. Aunque es bueno que queden acotadas al terreno del arte. Yo no creo que en el terreno social y político haya obras maestras, porque no hay absolutos.
–La lógica del arte, si bien no es aplicable a la política en su opinión, ¿lo es en relación con los destinos individuales?
–Sí, seguro. Las personas pueden hacer de sus vidas lo que quieran. Hay personas que nos deslumbran porque han conseguido hacer de su vida una obra maestra. Aunque como dije, no creo que sea posible en términos colectivos. Entre otras razones porque la idea de perfección, de felicidad, varía muchísimo de persona a persona. Es totalmente subjetiva, y de ninguna forma se puede imponer como modelo único a una sociedad. Esas son las diferencias básicas entre la política y el arte, creo yo.
–¿Es la búsqueda de la perfección en soledad lo que también acerca a menudo a los artistas con la marginación, y en numerosos casos hasta con la locura?
–Seguramente. Los artistas han estado siempre en contra de lo establecido, y eso es lo mejor que tienen el arte y la literatura en la Edad Moderna. En el pasado, los artistas celebraban lo existente, y se identificaban con la vida que llevaban. Pero en la Edad Moderna la actitud crítica frente a las ideas dominantes, las instituciones, la moral establecida, es moneda corriente. Esa sigue siendo la actualidad en la que vivimos: el ingrediente crítico es muy fuerte, ya sea éste político, estético o moral...
–¿Existencial...?
–O existencial, ¿por qué no? En el sentido más amplio de la palabra.
–En “Carta a un novelista”, usted vincula precisamente la vocación del escritor con una rebeldía natural, con cierta disconformidad indisociable de la voluntad de inventar ficciones...
–Estoy convencido de que si estuviéramos satisfechos de este mundo, si tuviéramos un mínimo acuerdo con ese mundo, no escribiríamos. ¿Qué es sino lo que nos lleva a intentar crea otros mundos paralelos? Creo que en esa vocación hay, consciente o inconscientemente, una actitud de rebeldía, de rechazo a lo existente, y la búsqueda de una realidad alternativa. La literatura y el arte son una forma de expresar un descontento con la vida y con el mundo, tal como son...
–¿Se rebelan contra la mediocridad de la existencia, de algún modo, contra la chatura de las vidas comunes y corrientes?
–Sin ninguna duda, puede expresarse así. Las belleza, la afirmación de la belleza es rechazo explícito de lo que es rutina, fealdad. ¡Uno quisiera vivir la vida con la intensidad que se vive en la gran literatura! O en el arte, en donde incluso lo feo es bello, porque adquiere una connotación estética que de alguna forma nos exalta. En fin, justamente porque la vida no es eso es que hemos creado la literatura y el arte: para enriquecerla.
–En el trasfondo de cualquier gran obra literaria, o artística, hay además un sentido. El absurdo por el absurdo, podría decirse, no tiene cabida...
–Así es. La literatura también nos da ese orden. La vida es estar inmerso en un caos, que muchas veces avanza desordenadamente, sin una dirección precisa... En la literatura todo eso encuentra claridad, coherencia, orden. Las religiones, las ideologías también buscan dotar a la existencia de ese sentido, de ese ordenamiento último. Otros sentimos que después de todo, detrás de todo eso que desconocemos, sólo haya cierto absurdo, cierta ausencia de razones. No lo sé...
–¿El hecho de haber combinado en la novela a un personaje, Gauguin, procedente del arte, y a otro perteneciente al mundo de la política, Flora Tristán, puede leerse como el reflejo de la combinatoria a la que usted mismo dedicó su vida? Usted también convivió durante estos años con la literatura y la política, si se toma en cuenta que fue candidato a la presidencia del Perú en 1990.
–Desde luego: yo pertenezco a una generación para la que resultaba inconcebible disociar cualquier actividad creativa de la política. Eso hoy ha cambiado mucho, los escritores divorcian la literatura de la política por la que además sienten un gran desprecio. Pero cuando yo era joven, eso ni se nos ocurría. Yo adherí a una idea sobre la literatura, que estaba muy extendida en todo el mundo y provenía básicamente de Francia, que postulaba que uno a través de ella podía participar de la vida cívica, de la política. Sentíamos que la literatura podía ser un arma para combatir la injusticia, la corrupción, para despertar la sensibilidad y la conciencia de las sociedades.
–Perdone, pero ¿no ve esta etapa como excesivamente ingenua?
–Seguramente lo éramos, no sé. A mí la idea esencial que está detrás del compromiso me sigue pareciendo válida, de todos modos. No creo en la literatura de la evasión y el entretenimiento. Siento un profundo rechazo por esos libros que no cuentan nada importante. Aunque no sea de una manera inmediata y directa como la generación de escritores a la que pertenezco, yo sigo pensando que la literatura tiene una gran influencia sobre nuestra realidad, individual y colectiva.
–¿Cuál es el mecanismo exacto por el que las ficciones terminan dotando de ciertos sentidos a la realidad externa?
–Las imágenes, las ideas de la literatura dan una mayor conciencia a las personas del mundo en el que viven y las problemáticas en las que están inmersas, y por eso una sociedad profundamente impregnada de buena literatura es mucho más difícil de manipular por los poderes que existen, por los poderes abusivos y mentirosos. La literatura nos defiende de ese tipo de engaños y mentiras, y por eso es tan poderosa. No tengo ninguna duda: la literatura es un arma. Un arma que puede empuñarse en defensa de los valores, los derechos humanos, la libertad, la justicia. Esa idea me parece que sigue siendo válida.
–Muchos jóvenes de hoy, a diferencia de sus contemporáneos, sienten un gran escepticismo sobre todo en relación con la política, y los políticos. ¿Usted cree que ese sentimiento es justificable en alguna medida?
–No lo justifico, pero puedo comprenderlo. Muchas veces el compromiso político no se tradujo en lo que se esperaba. Incluso muchos artistas se han equivocado en las opciones que defendieron: Aragón, Eluard, Neruda escribiéndole poemas a Stalin. Que los mejores poetas de esa generación pudieran ser absolutamente ciegos a lo que representaba una dictadura me lleva a entender a los jóvenes que descreen de todo cuando se les menciona el compromiso político de los escritores y artistas, por ejemplo. No me parece mal que preserven cierta independencia, pero de ahí a que desprecien la política en sí me parece una locura. Es muy peligroso que los intelectuales y los jóvenes no crean en la política, porque estarán dejándola en manos, justamente, sólo de los políticos. Eso tampoco sería bueno, ¿verdad? Lo fundamental para que una democracia esté viva es la participación, sobre todo de los profesionales de la palabra, de quienes trabajan para que la comunicación sea auténtica. El resultado, de otro modo, puede ser catastrófico: no sólo para la política sino sobre todo para la cultura. Una cultura desprovista de preocupaciones de tipo cívico y social termina siendo una cultura perecedera.
–¿Usted cree que la literatura contemporánea refleja actualmente esa distancia? ¿La historia recordará esta era como desprovista de escritores jugados por opciones políticas?
–Pues sí, yo creo que eso ya es el presente, más que el futuro. En el mundo de lengua española hay muy buenos escritores de la nueva generación, pero tienen tal aprehensión por la política, la ven con tanto desdén, que a veces me aterrorizo. No entiendo de qué modo suponen que van a cambiar las cosas. La literatura no puede tener la misma función que la televisión: permitirnos la evasión, el puro entretenimiento. Nunca ha sido así, y sinceramente me asusta que pueda empezar a serlo a partir de ahora.
–Su visión es francamente pesimista, en este sentido.
–No crea. Me defino como un “camussiano” (por Albert Camus): uno puede ser pesimista en la metafísica, porque no podemos cambiar lo que somos. Pero en el campo de la historia no podemos serlo porque siempre las cosas pueden mejorar. Si digo que no me seduce la actual generación de escritores jóvenes en lengua hispana, no estoy diciendo que las cosas no puedan cambiar, simplemente marco mis diferencias con este presente, para contribuir a que, en el mejor de los casos, se transforme. La historia es nuestra: no está escrita ni determinada. Es un producto humano: todo loque ocurre en este sentido, tanto en política como en literatura o arte, ha sido producto de unas decisiones y unas abstenciones. No de la suerte, de la divinidad, de la magia, ni de nada.
–Será que a los latinoamericanos les gusta particularmente el realismo mágico...
–Bueno, pero en política las cosas no se resuelven así. Lo peor del mundo es resignarse. Saber resistir es el gran arte de la política. El realismo es un valor.
–Gabriel García Márquez no va a perdonarle esa declaración...
–Ja, pues es así. Es un gran valor. Cuando los ingleses dicen que un político es un pragmático, saben que es el mejor elogio que se puede hacer. Los latinoamericanos creemos en cambio que decir eso es un insulto: se lo relaciona con la falsedad, con la mediocridad.

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Vargas Llosa dice que alguien que dedicarse a la literatura es un gesto que parte de la inconformidad.
 
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