ESPECTáCULOS › ENTREVISTA A VICENTICO, DE LOS FABULOSOS CADILLACS A UNA DEFINIDA CARRERA COMO SOLISTA

“El revival de los años ochenta me deprime un poco”

Mientras sigue presentando en vivo su primer disco sin la banda, el cantante vuelve sobre la idea de que no es “portavoz” de ningún sector político. En esta entrevista habla de los modos de composición, sus sentimientos encontrados sobre los años del menemismo y el boom de nostalgia por el pasado reciente argentino, impulsado por la televisión.

 Por Pablo Plotkin

Rara estrella pop, Vicentico. Es todo timidez y autosuficiencia, solemnidad e ironía. Se viste con ropa vieja y sucia, engorda, se deja crecer la barba rala y –quizás a su pesar– construye una forma de glamour seco y exclusivo, tan tanguero y beatnik como su manera de cantar. Al tipo no le gusta hablar de lo que hace o –mejor dicho– no le gusta ver publicado aquello de lo que habla. “No es que a mí no me guste hacer notas”, aclara a media voz, resoplando nicotina y sueño atrasado. “Venía para acá pensando ‘uy, ahora tengo que hacer una nota. ¿Cómo hago para no irme de boca, no exponerme...?’ Y a la vez sé que si no hago la nota me van a decir ‘che, boludo, tenemos que vender las entradas para La Trastienda...’ Todo una momia.”
–¿El precio de la fama?
–No me diga eso porque me deprimo más.
–Bueno, no es tan terrible.
–No, para nada, no es terrible... De hecho estamos acá charlando y está todo bien. Es más, por mí... Pero yo me enrosco después con eso. No me es fácil... Siento que le quita un poco de liviandad a lo que hago, lo hace un poco más denso eso de estar explicando... Me parece que nada de esto es verdad, en un punto es todo un palabrerío.
Gabriel Fernández Capello dice lo que piensa, pero evita el discurso. En su caso, el lugar común de “que las canciones hablen por mí” cobra un sentido auténtico, porque sus respuestas son contradictorias, intermitentes y confusas, como las de casi toda persona que no se siente portavoz de nada ni de nadie. Sus canciones, en cambio, encuentran una extraña (frágil) forma de contundencia. “En principio me sirven a mí, a mi vida, es lo que necesito hacer, de verdad”, dice Vicentico, que tocará este sábado y el domingo en La Trastienda. “Es la manera en la que voy a atravesar mi vida, haciendo esto, después me voy a morir y ya está. Voy a pasarla lo mejor que pueda, hacer lo que tengo que hacer... Me da felicidad hacerlo, qué sé yo. Me copa salir de gira, tocar, es lo que me pone contento. Por momentos me lo tomo más en serio y ahí es cuando empiezo a sufrir. Pero trato de que eso no me coma el bocho.”
Con Los Fabulosos Cadillacs en punto muerto, Vicentico se hizo solista y llamó a las cosas por su nombre: Vicentico es el título de un disco que, a diferencia de lo que muchos suponían, es más callejero que cabaretero, más percusivo que orquestal. El autor asegura no entender cómo alguien podía “esperar” algo de su disco (“no sé lo que significa crooner”, dice sobre ese término que se suponía terminaría de definirlo: un intérprete dramático y burdelero, en la línea de canciones que él firmó para Los Cadillacs como “Arbol”, “C. J.” y “Saco azul”). “Más allá de que para mí hay un montón de canciones tipo ‘C. J.’ en el disco, de verdad nunca me planteé nada en ningún momento”, asegura. “Y se nota, porque no es un disco que tenga una estética para uno u otro lado. Hay gente que necesita eso, que los discos apunten a algo. Los Cadillacs en algún momento fueron muy así, pero justo yo... hago canciones. Eso es lo que me propuse en este disco. Al que le gusta, buenísimo. Y si no, no importa, no me voy a estar volviendo loco.”
Para lograr un disco “fácil de escuchar, pero hecho seriamente”, Vicentico se alió a dos personas decisivas en esta historia: el productor Afo “Escalera a la Fama” Verde (Caballeros de la Quema, Bandana, Diego Torres) y Daniel Buira, ex baterista de Los Piojos y actual conductor del colectivo percusivo La Chilinga. “Al igual que con todos los músicos, me parecía importante encontrar una onda en común, por eso lo llamé a Dani”, cuenta el cantante. “Después sí, nos pusimos a trabajar sobre lo auténtico, lo acústico, que está muy laburado en el disco. A mí me gusta escuchar percusión, tocarla, me parece muy entretenido, muy –por decir una palabra cursi– liberador. Qué sé yo, me gusta fumar y tocar la percusión. Es lo que hicimos durante nueve meses en el disco. Y Dani es un artista. Lo que nos une es la manera artística que tiene de encarar la percusión y la batería. Eso es algo en común con todos los músicos que grabaron en el disco.”
–¿Aprendió cosas de Flavio Cianciarullo (bajista y compositor de Los Cadillacs) para escribir canciones?
–Supongo que me habrá influido. Tal vez me haya influido como para hacer lo opuesto, también. Siempre fuimos muy diferentes en el modo de componer, y eso me parece que es lo que estaba muy bueno de Los Cadillacs: los dos compositores más fuertes del grupo éramos opuestos, y eso hacía que lo que hacíamos fuera re-ecléctico. Yo aprendí de todos. Flavio es un compositor increíble. Lo he visto componer durante dieciocho años y tiene un modo de componer que para mí siempre fue imposible de hacer.
–Como performer, ¿sigue siendo el mismo?
–Hay ciertas cosas del tiempo de Los Cadillacs que yo puedo usar sobre el escenario, pero la verdad es que ahora... soy yo. Si bien me gusta pensar que la banda con la que toco es efectivamente eso, una banda, donde cada músico tiene un lugar importante en lo que toca (porque me gusta escucharlos), la verdad es que ahora tengo todo el tiempo del mundo para hacer lo que quiero. No es que antes no tuviera tiempo, pero era una banda y tenía que respetar los tiempos de la banda. Ahora todas las canciones son mías, y dirijo la cosa hacia donde yo quiero.
–En los ochenta Los Cadillacs era un grupo distinto al de la última época. ¿Cómo asimila este revival de ciertos conceptos estéticos de los ochenta acaso impulsado por la televisión?
–Hay momentos de los ochenta que me re-copan. Y tengo como una cosa medio ochentosa en cuanto a cómo me gusta que suenen las canciones, a nivel producción. Me parece muy entretenido para un músico juguetear con los efectos, o hacer cosas muy simples... The Police, ese tipo de bandas, me gustan mucho en cuanto a cómo producían. Pero a mí, el revival de los años ochenta me deprime un poco. Me parece ridículo jugar al Galaga o a esos videojuegos viejos. Prefiero los de ahora. Me gusta la modernidad, también. Los Cadillacs ya éramos retro en los ochenta: nos gustaban los sesenta, pero se basaba más en ciertas bandas, no en una idea de época dorada.
–Al comienzo de la democracia, militaba en el MAS de Luis Zamora. ¿Cómo le cae esta especie de nueva “primavera” política?
–La parte más pensante de mí se pone contenta. Daría la impresión de que es al revés, pero cuando razono digo “ah, está bien esto”. Ahora bien, hay otra parte de mí que no pega con eso, que rebota completamente. Me parece que los diputados que ahora votan en contra de la Corte son los mismos que antes votaban a favor. Es todo lo mismo sólo que... Entonces sospecho. Y hay algo que tiene que ver con el muñeco que es nuestro presidente ahora, que lo veo como... Son todos como muñecos: Menem también era un cabezón que, a la vista profunda, se veía como un muñeco. Y no estoy criticando su cuerpo, sino que me parecía un tipo raro. Y con Kirchner también me pasa: lo veo como un tipo raro. Capaz que está buenísimo, qué sé yo, todavía no me doy cuenta. Por otra parte, el modo que tiene la política cada vez lo comprendo menos, cada vez me siento más afuera de ese modo de ver las cosas: los diputados, la democracia, me empieza a parecer raro, empiezo a no entender qué estamos haciendo. Creo que todo tendría que ser más fácil. Igual me pone un poco contento cuando veo que el tipo va a Entre Ríos y resuelve el conflicto docente. “Ah, es pilas el tipo”, pensaba yo. Eso es algo.
–¿Esas decepciones lo hicieron dejar de militar?
–No tuve una decepción por los demás, tuve una decepción por mí mismo. Lo único que yo sé de verdad es que la responsabilidad de las cosas las tengo yo sobre lo que hago y dejo de hacer. De verdad no creo que Menem sea el culpable, ni Kirchner, ni que en el momento en que dejé de militar fuera porque había visto algo raro. Yo mismo asumí que uno a veces hace ese tipo de cosas creyendo que va a ayudar a alguien, cuando en verdad está tratando de lavar alguna cosa interna. Yo tengo una responsabilidad muy grande por lo que hizo Menem, y creo que todos la tenemos. Deberíamos hacernos cargo al mango de eso. El será un hijo de puta, pero nosotros acá lo hemos dejado y esto va a seguir siendo así mientras no nos hagamos cargo. Dejé de militar porque me di cuenta de que a mí no me servía de nada y que yo no iba a servir para nada a nadie. De la única manera que yo sirvo es trabajando dentro de lo mío, la música, si es que yo sirvo para algo.

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