DEPORTES › MENOTTI HOY

“No quiero minimizar la dictadura pero no saquemos las cosas de contexto”

 Por Adrián De Benedictis

–Cuando arrancó su ciclo en el ‘74, ¿imaginaba que quedaría en la historia?
–No pienso en eso ni me quiero hacer el bueno. Para mí estar en la Selección, tener la posibilidad de tener los mejores jugadores, de dirigir un Mundial, era lo que me hacía más feliz. Me acuerdo de un partido contra Uruguay en la cancha de Vélez, en que la gente sacó pañuelos blancos, parecía España. De eso sí me acuerdo, del “ole” en ese partido. Les ganamos en el Centenario después de 25 años; de esas cosas sí me acuerdo.
–¿El título era una obsesión o creyó que era posible con el correr de los partidos?
–Cada partido era la muerte, sobre todo en la primera ronda. Ya cuando sortearon el fixture me agarré la cabeza. Cuando salió Francia me quería morir, me cagué todo porque quedar afuera en la primera ronda era más terrible que ahora. Los primeros minutos del Mundial fueron durísimos. Pero lo que vivíamos con la gente fue increíble: no podíamos cruzar la General Paz con el micro; una vez tuvimos que bajar nosotros a pedirles que nos dejaran pasar, que llegábamos tarde a jugar. Así todos los partidos. Mi orgullo es que estábamos representando a todos esos tipos.
–Aclaremos un mito: se buscó la derrota contra Italia para ir a jugar a Rosario...
–Están locos. El peso de la derrota se siente más cuando te tenés que ir. No querés, te vas vencido.
–¿El pico futbolístico de ese equipo se dio en la final?
–Jugamos muy bien contra Polonia. Ahí empezamos a asegurar las convicciones porque ese día el equipo se transformó. Desde mi óptica era un equipo invencible, no podía perder. Era un plantel muy técnico, riquísimo, muy especial y muy difícil de ganarle. La prueba fue que cuando terminó el Mundial salimos de gira e hicimos un desastre. Le dimos un baile a Holanda, a Italia, a Austria, a Escocia, a Irlanda, a todos.
–¿Kempes era el Distéfano del equipo?
–En el gol de la final él hace el saque del arco... Distéfano me dijo –antes del Mundial– que después de lo que él había hecho en España, venía Kempes. Y acá pareciera que Kempes no hubiese jugado, cuando fue un fenómeno para estar en una pared al lado de Diego y de Sívori. Fue una cosa seria de verdad, y no le dieron ni bola. El gol que hace en la final, y el que hace contra Polonia, fueron dos goles para pasarlos toda la vida.
–¿Cuál fue el momento de más tensión?
–Contra Brasil. No sé por qué pero había una bronca bárbara. Era una lucha medio ideológica, y en vez de jugar fuimos a meter, a luchar.
–¿Y contra Perú?
–Yo contra Perú me jugaba la vida. Ellos venían cansados, y nosotros estábamos con todo. Me tenía un confianza enorme. Me río cuando dicen que estaba arreglado, porque el tiro en el palo también lo arreglamos...
–¿Sintió algo especial porque el rival de la final fuera Holanda?
–Yo sufrí mucho viendo a Argentina en el ‘74. El sueño de mi vida era jugar con ellos la final. No quería a otro rival. Ellos eran la revolución en Europa, con jugadores extraordinarios.
–¿Pensó en algún momento del Mundial que necesitaba a Maradona?
–Kempes fue capaz de opacar cualquier otra cosa. Yo estaba seguro de que Maradona no tenía que estar; en mis planes, lo preparábamos para el Mundial ‘79. Si Argentina quedaba afuera con Maradona, yo hubiera sido un boludo que llevé un pibe de 16 años...
–Lo curioso es que todavía se reclame que tendría que haber estado...
–Eso parte de un sector del periodismo, y porque yo era el entrenador. Diego era un fenómeno con 16 años. Y yo tenía en ese sector a Kempes, Villa y Larrosa, porque tenían oficio y físicamente estaban dotados. No quiero dar nombres, pero por ahí me equivoqué, no en no llevar a Maradona, sino en reemplazarlo por otro.
–¿Por Alonso? –Eso lo dicen ustedes.
–Pero es la primera vez que lo reconoce.
–Bueno... no sé, en los medios, puede ser. Siempre lo pensé, pero quizá puede influir todo lo que vi después. Yo odio tanto la vanidad que hasta me parece vanidoso un tipo que grita mucho los goles –mirá si será boludo...–; me molesta un tipo que grita un gol de penal. Y a un tipo que me baila una cumbia después de hacer un gol me dan ganas de romperle los dientes.
–¿Por qué bajó tanto su rendimiento Valencia?
–El realzó su compromiso con el otro mundo, el del pueblo, el de Córdoba, del whisky y el cigarrillo. El era capaz de tirar un penal afuera para no ganar por penales... Pero tampoco es así el juego. Si en Valencia hubiera hecho lo que hizo en Talleres en la cancha de River, hoy estaría al lado de Sívori.
–¿Usted logra disociar lo que fue el Mundial ‘78 de lo que se vivía políticamente en el país?
–Esto es como cuando alguien me preguntó por qué iba a un programa de Neustadt, y yo le recordé que él –el que me preguntaba– trabajaba en Clarín. Y ahí no hay mucha diferencia... Yo lo tengo muy claro: para mí, la política es otra cosa. La revolución no la hacen ni los futbolistas ni los músicos ni los actores, lo digo en el sentido de revolución como cambio. Eso se hace de otra manera. A mí también me hubiese gustado ser campeón del mundo en Cuba, pero tampoco me gusta ganar en una democracia donde la gente se caga de hambre, y los que la pasan bien son los que tienen guita. Yo entre la democracia de ese país y la dictadura de Fidel Castro, me quedo con la dictadura de Fidel.
–¿Pero no lo perturbaba lo que sucedía?
–A mí me duele mi país. Yo me inicié en el Partido Comunista, y en la época del peronismo mataban a los dirigentes. Yo las persecuciones, la picana y todo eso lo conozco por amigos míos, dirigentes ferroviarios que vivieron así todo el tiempo. Pero cuando entro a una cancha de fútbol pienso en lo que siento ahí, no lo asocio de ninguna manera. Me produce el mismo asco la cara de estos tipos (los milicos) como la de otros que fueron elegidos. El daño que hacen es igual, tanto en la muerte como en la desculturalización. La mentira que vivimos en los últimos diez años, en los noventa, sí que es grave. No hay que perder la memoria de la dictadura, pero no nos hagamos los boludos: lo de Menem también era jodido. Esto es discutir los fusilamientos de Cuba como hechos aislados; entonces, no pongamos a la dictadura como único ejemplo. La metodología fue mucho más cruel, pero esto pasa en la Argentina hace 50 o 60 años.
–Es que mucha gente no sabía que cerca de la cancha de River estaba la ESMA.
–Seguro. La gente tampoco sabe las cosas que han pasado a los que les pasaron. Yo tengo amigos que no saben las cosas que me tocaron vivir a mí. En Rosario abrían la puerta de tu casa y te mataban de dos tiros. Me parece que muchos se paran ante esto con una actitud de demócratas, y se hicieron los boludos en cosas que fueron terribles, como las que pasaron en su gremio. Eso es lo que me da bronca, como cuando sale Araujo a hablar de la dictadura, y se olvida de que él escribía en el diario de Massera. Yo conozco bien lo que pasaba, y no quiero minimizar la dictadura, lo que no quiero es que saquemos las cosas de contexto. Mejor ayudemos a pensar por qué pasan estas cosas.
–Si bien él nunca terminó de aclararlo, ¿la decisión de Carrascosa no lo hizo reflexionar?
–Primero, él no se va; a Carrascosa lo desafecto yo. En enero en Mar del Plata me dijo que no quería estar en el Mundial. Me dijo que estaba cansado, que los dirigentes, que la concentración y qué sé yo. Si tenía que elegir prefería no estar. No es que vino y me dijo: “Yo me voy del Mundial porque está la dictadura”. Nada que ver, en absoluto. No tenía una razón. Estaba podrido de jugar al fútbol, de concentrar, de salir de gira. Si lo llamaban de River, tampoco iba. Es insólito, pero es así. Entonces le dije que no. Y Ardiles me dijo lo mismo, porque creía que lo puteaban siempre a él, que no podía hacer un gol debajo del arco. Le contesté que el único idiota que pensó que era un crack era yo. El dijo que me iban a echar por culpa de él. Entonces le aclaré que ése era mi problema, pero que si era un cagón que se fuera. Y le dije que eso mismo iba a decir. Y Luque era otro igual.
–Igualmente, el contexto no hace que se pueda festejar un título como corresponde.
–Eso es algo que a mí no me pasa. Yo me olvidé del Mundial, ya pasó, no me emociona para nada ahora el festejo. La verdad, sólo me acuerdo de cosas puntuales. Si me dicen que hace 20 años que murió Troilo no se me mueve un pelo, pero si lo tengo enfrente es otra cosa. Yo no fui a la tumba de mi vieja desde que se murió. Pero me parece bien que la gente se reúna para festejar.
–¿Cuál cree que es el balance?
–Nosotros, en el fútbol argentino, intentamos hacer una revolución. Logramos hacer diferencia en la prensa, diferenciamos entre una prensa y otra, en cada paso que dimos. Me acuerdo cuando Pizarotti los echó a César y a Mónica de la concentración. Tuvimos un sector muy favorable, y otros mamarrachos que tachaban a los jugadores en las revistas.
–Y en la cancha ¿dónde hicieron la diferencia?
–Nosotros respetamos una idea que sigue siendo válida si contás con los jugadores. Nosotros pusimos a Ortiz, Bertoni y Luque arriba, y los volantes eran Ardiles y Kempes. Había un solo volante de marca. Apostamos a eso y nos salió bien.
–¿Cuál sería la cosa que podría cambiar de aquel proceso?
–Haría exactamente todo lo que hice, armando la Selección en el interior del país, y haciendo todo lo mismo. Lo del interior fue increíble. Cuando terminó el Mundial dijeron que no habíamos dejado nada, y con el director de Clarín le dejamos en la AFA un cheque por un millón de dólares; y ninguno de los equipos vino gratis. Para hacer lo de Ezeiza gastaron 200 mil dólares y lo hicieron 10 años después. De eso nadie dijo nada. Esa plata se la podrían haber repartido los jugadores. Cuando inauguraron lo de Ezeiza no invitaron a ninguno del ‘78. El problema de esta Selección fue que tuvo un entrenador que nunca estuvo cerca de los poderes. Si yo hubiera laburado para Torneos y Competencias cuando terminó el Mundial, por ahí hubiera sido la mejor selección del mundo.

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