DEPORTES › EL TRIUNFO DE LA SELECCION, ENTRE
LA FIESTA POPULAR Y LA INSTRUMENTACION POLITICA

Balance a un cuarto de siglo del Mundial ‘78

Hace exactamente 25 años, el domingo 25 de junio de 1978, la selección argentina de fútbol obtenía por primera vez el título de campeón del mundo en el remodelado Monumental. El equipo de Menotti llegaba a la cima en el Mundial organizado por la Dictadura. En las tribunas, la multitud celebraba; en el palco oficial, los asesinos también.

A las 17.35 del frío domingo 25 de junio de 1978 el tablero electrónico del remodelado estadio de River mostró la palabra ¡Campeones!, porque Argentina, el equipo de Menotti, acababa de ganarle 3-1 a Holanda en la final del Mundial, desatando en el país el desahogo de una población sometida a las más oprobiosas presiones políticas y sociales. La causa de los desaparecidos durante la dictadura que había comenzado en 1976, la lucha a nivel internacional por la defensa de los derechos humanos y la presión ejercida a nivel político y social por el logro de un triunfo deportivo hicieron que el grito del triunfo actuara como válvula de escape para millones de argentinos.
Esa noche, no solamente en Buenos Aires sino también en muchas ciudades del interior, la gente se lanzó masivamente a las calles para festejar el triunfo en el Mundial sin el indispensable requisito, hasta ese momento, de salir “con documentos por si te paran el ejército o la policía”, como era costumbre en los severos operativos de control de la dictadura. Era tiempo de terror, de especulación y “plata dulce”, pero también de triunfos deportivos: Monzón, Galíndez, Reutemann y Vilas.
El festejo futbolero fue demorado porque, arrancada la competencia, luego de los triunfos ante Hungría y Francia vino la derrota ante Italia, y se alzaron las críticas y las dudas, aunque el pueblo rosarino se mostró eufórico al recibir al equipo que debió cambiar de sede. Llegaron entonces el triunfo clave ante Polonia, el empate ante Brasil y la necesidad de una goleada ante Perú, que se logró, aunque tiempo después, ya en democracia, muchos la calificarían de sospechosa.
Pero llegó la final y, más allá de cualquier duda, el equipo argentino, con Mario Kempes como figura excluyente, dio esa fría tarde de junio una muestra de fútbol brillante ante un equipo que, más allá de la ausencia de Cruyff, cuatro años antes había deslumbrado con su fútbol total en el Mundial de Alemania.
Argentina, por primera vez en su historia, era campeón del mundo. A pocas cuadras del Monu-mental la ESMA resumía la otra cara del Mundial. Festejaron los dictadores y festejó casi todo el país.

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Mario Kempes, la figura excluyente, celebra el segundo gol, el que abrió el camino a la victoria.
 
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