ESPECTáCULOS

Un paseo por el universo teatral del payaso que la TV puso de moda

Padres enloquecidos y groupies de dos a cinco años confluyen en “El circo de Piñón Fijo”, que suma, suma y suma funciones.

 Por Julián Gorodischer

De noche se llama Carla Rodríguez y trabaja en Pornodrama (en un teatro del Abasto), pero no se desnuda. El que lo hace es el tipo, porque ella prefiere seducir insinuando. Pero de día es Chuna y pinta las caritas en la puerta del Gran Rex, antes de El circo de Piñón Fijo, del que ya se han vendido la friolera de cien funciones. Se le acercan de a diez o de a quince niños y le piden siempre lo mismo: la mueca roja y las lagrimitas. Esta es la extinción de la nariz redonda a cambio de una idea fija: parecerse al payaso de moda. Y a Chuna se le vienen encima las vocecitas chillonas: Como Piñón..., en demanda permanente de un calcado que repita la mueca que acabó con los diseños clásicos. Ya no cotizan el delineado de la boca en punta, la nariz chanfleada pompona, las pecas y lunares tipo Marilyn para payasitas.
Lo de Chuna es el acto maquinal del trabajo en serie, pero a veces se sorprende: los bebés se le quedan quietos. Eso sí, por contrapartida al extraño placer del lactante, no se olvida del ataque de la madre enloquecida obligando a su hijo lisiado a pintarse “como Piñón”. “Y dale, pintate, para qué vinimos, pintate, pintate...”, ante el llanto del rebelde de la cara limpia y la expresión congelada de Chuna, que ahora define su complicidad con una palabra: ¡horror! La payasa de al lado, Florcita, es más creativa, en su alternancia de flores, bicis y saxos pintados en las caras. Se define como artista y propone un catálogo para cada uno y hasta imagina ligeras correspondencias temáticas según el teatro de la calle Corrientes: una vaquita de San Antonio para Panam, un planeta para El principito. Más allá, Rulo se queja, con su nariz roja que lo distancia de Piñón. “Vienen los productores –dice– y te avisan que si te parecés a Piñón Fijo te echan. Acá el más parecido siempre pierde.” La libre competencia es reprimida y lo que llega es la orden del regulador: “Te sacamos a patadas, ¿entendiste?, acá se viene con nariz roja y sin gorrito”. El gorro amarillo en cono, el enterito holgado que disimula cualquier protuberancia o bulto se reservan al Gran Payaso, que justamente ahora está comenzando el show.
Lo que pasa adentro, en la sala, es una experiencia religiosa. Niños de entre dos y seis baten sus palos inflables con el fervor de un fanático, mientras sus dirigentes (rubias con dos colitas, en los pasillos) alientan a continuar con la oración. Los fieles pasaron sus cortas vidas frente al televisor y no están acostumbrados a las presencias “en vivo”, por lo que las tres pantallas gigantes reemplazan la carnadura. Ahora se lo ve al payaso televisado, en recibimiento cordial. Lo que sigue es el recital, con picos de participación y desgano: el tema “Basta de mamadera” motiva una escena símil recital de rock, con los groupies apoyando el estribillo: “Desde hoy en esta casa, la mamadera ya no va más”, como desaforados, saltando en los asientos ante el horror de la jefa de seguridad. Pero “Dejá el chupete”, con desplazamiento del punto de vista a la norma adulta, no encuentra eco cuando insiste con eso de que “Nene, haceme caso, no seas rebelde”.
Más tarde se ve al payaso en la pantalla gigante, más joven y en el inicio del sueño a la criolla. Era pelilargo y trabajaba en la placita de algún pueblo y no se imaginaba lo que vendría: el rápido pasaje a estrella de la tele, el ascenso a la “guerra de vedettes” que sostiene por estos días contra Antonio Gasalla por propiedad del nombre Piñón. En tiempos de animadoras voluptuosas, el payaso contrapone el cuerpo perdido adentro del enterito embolsado, el disfraz permanente que tranquiliza: es un payaso, no es un hombre, no hay peligro de manoseo. Pero ¿quien será en realidad Piñón Fijo? ¿Acaso el último disfraz que esconde al prófugo Yabrán? (como bromeó la revista Barcelona). ¿O el hombre cuidadoso que elude todo el tiempo cualquier contacto con el menor? Nunca se saca la careta, gesto misterioso que motiva más preguntas en los chicos: ¿Tampoco cuando va al baño?, ¿y cuándo duerme? En el show, el personaje de Cabrito se enoja con los curiosos y con cómo les preocupa ahora a los periodistas conocerle la cara a Piñón: “¿No hay otro tema?”, inquiere. El payaso acude a una excusa rendidora: “Al niño no se le mata la ilusión”.

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El payaso cordobés es el centro de un fenómeno imparable.
Jamás se le ve la cara porque “Al niño no se le mata la ilusión”.
 
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