ESPECTáCULOS › LUCRECIA MARTEL TERMINO “LA NIÑA SANTA”, SU SEGUNDO LARGO

“Siento que tengo que superarme”

La cineasta salteña señala que en el film sucesor de “La ciénaga” se impuso cuestionar las ideas tradicionales de justicia y moral.

La cineasta salteña Lucrecia Martel sigue su camino sin perder nunca su bajo perfil, una suerte de timidez que la preserva de las luces del ambiente cinematográfico. Bajo esos rasgos de sencillez intelectual, Martel deja ver la profundidad de su mirada artística, que traslada al cine de un modo muy particular. Su primer largometraje, La ciénaga, ganó premios y cosechó críticas elogiosas, que catapultaron a su directora a un lugar de privilegio dentro de esa entelequia llamada “nuevo cine nacional”. Ahora la cineasta acaba de terminar La niña santa, su nuevo film, que tiene una atmósfera “fantástica y misteriosa”, aunque tratada nuevamente con un humor sutil. “Es una película sobre el desamparo divino, que provoca la caída de un sistema moral legitimado por un supuesto más allá que no existe”, dice la directora salteña.
Mercedes Morán, Carlos Belloso, Alejandro Urdapilleta y las niñas debutantes María Alche y Julieta Zylberberg protagonizaron La niña santa, cuyo estreno local está previsto para mayo y podría ser seleccionada para competir en el Festival de Cannes. Poco después de terminar la posproducción del film, Martel explicó que se propuso tratar “el derrumbe de un sistema moral que se legitima por la idea de la existencia de alguien que hace justicia en el más allá. Y como ese más allá no existe, esos sistemas desnudan una especie de absurdo insostenible”. El tema central de La niña santa es el arrobamiento místico de Amalia, una joven que cree haber sido llamada por Dios para salvar a un médico, hacia el cual siente una atracción que es un poco física y un poco espiritual. “Amalia conoce al doctor cuando él la acosa sexualmente. A partir de esa experiencia, la niña inventa un plan para salvar su alma, pero lo que logra es que todo empeore y los conduzca a un desastre”, adelantó Martel, que afirmó que se trata de una película “con mucho suspenso, humor y atmósfera fantástica. La película pone en juego la idea de la salvación, un tema clave en el mundo católico”, agregó la cineasta, quien cuestionó además las ideas de justicia y moral surgidas de los sistemas de valores tradicionales, señalando “su imposibilidad para discernir una cosa espiritual de una cosa totalmente física”.
El rodaje de La niña santa se extendió durante tres meses de 2003 en el Hotel Termas de la provincia de Salta, un lugar aislado y ubicado cerca de la frontera con Tucumán, con una vegetación y una fauna muy particulares, que a fines del siglo XIX fue uno de los principales centros de retiro de la oligarquía argentina. “El aislamiento y la atmósfera que hay en ese lugar, que tiene algo entre hotel y hospital, generaron un clima particular durante el rodaje”, recordó la directora, que visitaba el hotel cuando era niña y todavía guarda en la memoria la imagen de “insectos que no existen en otro lugar del planeta, como unas mariposas de la sierra que son medio carnívoras”. Martel dijo que fue esa mezcla entre hospital y hotel lo que más le atrajo del lugar, porque le permitía “mantener cierta ambigüedad en torno al cuerpo, la salud y el bienestar espiritual. Es como un análisis del funcionamiento del cuerpo, donde lo moral forma parte de un sistema fisiológico y no es algo ajeno al hombre”, destacó. En el film, ese hotel sirve como sede para una convención de médicos, entre los cuales se encuentra el doctor Jano (Belloso), quien además de mantener una relación ambigua con Amalia (la joven interpretada por Alche) se vincula con su madre (Morán), la dueña del establecimiento, quien también siente una atracción extraña hacia él.
Aunque faltan algunos meses para el estreno local de La niña santa, Martel ya está pensando en su tercera película. Ya está trabajando en el guión de La mujer sin cabeza, un largometraje sobre los trastornos de memoria de una mujer que atropella a un perro. “Estoy escribiendo otra película en la que siento que debo superarme y traspasar ciertos límites propios. Tendré que dar un paso en un terreno más cinematográfico, que tiene que ver con la puesta de cámara. Lo que quiero lograr en mis películas es trasmitir una especie de enrarecimiento sumamente invisible. Es un estado de sospecha permanente, una situación en la que no se sabe nunca en qué plano de la realidad o la fantasía estamos, o cuándo pasamos de uno hacia el otro”, dijo Martel, aludiendo al proceso evolutivo de su carrera como cineasta: “La diferencia entre esas dos obras, en cuanto al proceso de factura de una película, es que en La ciénaga había un montón de incertidumbres que yo tenía respecto de mí misma en el rol de directora, y ahora ya se disiparon o estoy convencida de que no tienen solución”.

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