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Todo crimen, esgrimen detectives profesionales y funcionarios policiales, espera su develamiento. Esta regla, sobre la que reposa una de las columnas vertebrales del género policial, en Rosaura a las diez –novela escrita por Marcos Denevi (1926-1998), adaptada y dirigida teatralmente por Hernán Peña– se desliza hacia el terreno de una problemática existencial y psicológica, ante la certeza de que “no hay cadáver”. Rosaura nunca existió, es producto de la ficción compensadora de un individuo insignificante, pero imaginativo, que urde esa mentira, acaso para sentirse un ser trascendente. “Me interesó el juego con la lengua que hace Denevi. Cada personaje relata el asesinato de una manera diferente, incluso divergente. Es un juego de una gran riqueza expresiva y comunicativa que me habilitó, siempre respetando la esencia de la novela, a infundirle mayor intensidad a algunas metáforas, como la del gallinero. Basta con que una gallina empiece a picotear, para que todas se peleen por la comida. Si bien no busqué vincular esta imagen con lo que sucede en nuestras sociedades contemporáneas, los habitantes de la pensión terminan transformados en gallinas”, señala Peña, que ganó recientemente el premio Estrella de Mar como mejor director. La obra, interpretada por el grupo rosarino La Comedia de hacer Arte, se presenta por última vez hoy a las 23.30, con entrada a la gorra, en la Alianza Francesa de Mar del Plata (La Rioja 2065).
Aunque fue estrenada en Rosario en 1999, Rosaura a las diez pasó tímidamente por el Centro Cultural Adán Buenosayres, en una única función que se realizó el 5 de diciembre pasado. Ahora, gracias al Estrella de Mar que obtuvo Peña en su debut como director (compitió en este rubro con Manuel González Gil y Eduardo Gondell) y a las otras dos nominaciones (mejor obra dramática y mejor escenografía), La Comedia de hacer Arte pronto realizará una temporada en Buenos Aires, de mayo a julio, y continuará ofreciendo la obra a todos los colegios secundarios adonde sea posible trasladar apenas los seis baúles que conforman la escenografía. “Llevar el teatro a las escuelas le da sentido al trabajo”, dice Peña en la entrevista con Página/12. La multiplicación del sentido del oficio se expande más allá de las aulas: Peña, además, dirige un grupo de teatro comunitario, Boedo Antiguo, integrado por 35 personas entre los 7 y los 70 años. En abril regresará al escenario del teatro Regio como miembro del elenco de Romeo y Julieta, pieza dirigida por Alicia Zanca. Hijo del actor Horacio Peña, Hernán aprendió con cada uno de los maestros que contribuyeron en su formación y entrenamiento: Ariel Bufano, Horacio Roca, Rubén Szuchmacher, Raúl Serrano y Eugenio Barba, fundador del Odin Teatret de Dinamarca.
–¿Trató de aplicar algunas de las experiencias del teatro antropológico, al estilo de Barba, en Rosaura a las diez?
–No. Cuando estudié con Barba comprendí que el teatro antropológico es una forma de mirar al actor para descubrir cómo trabaja su cuerpo en escena. Conocí los teatros de distintas latitudes, a maestros japoneses, chinos, franceses y latinoamericanos, que me enseñaron a desentrañar muchos aspectos del oficio. Entre éstos, rescato una mirada en permanente tensión sobre lo que es o no efectivo sobre el escenario. El teatro tiene que tener canto, baile y música porque es una actividad sinestésica que apunta a los sentidos, que moviliza desde lo sensorial. En esta obra trabajamos mucho lo expresivo y el uso de la voz.
–¿Por qué decidió adaptar y dirigir una novela en vez de trabajar con una obra de teatro?
–Porque este relato de Denevi me permitía trasladar con mayor agilidad y dinamismo ese gran juego lingüístico que propone el autor a una nueva dramaturgia. Una pieza teatral es más difícil de reelaborar, porque es una estructura más cerrada, mientras que la novela es más versátil y sugestiva.