ESPECTáCULOS › “ECOMODA”, LA SECUELA DE “BETTY, LA FEA”, POR TELEFE

La fealdad no se negocia

La segunda parte de la telenovela acentúa el tono de comedia, pero ratifica el planteo de una sociedad que sigue regida por la estética.

 Por Julián Gorodischer

Si alguno piensa que ésta es la vuelta atrás en la revolución que cambió la novela latinoamericana, saldrá defraudado. Otra vez, en Ecomoda, la secuela de Yo soy Betty, la fea (Telefé, de lunes a viernes a las 18), llega esa trama sobre lindos ricos y feos pobres que renovó las maneras de pensar la polarizada sociedad colombiana: un rígido sistema de castas. Aunque Betty (Ana María Orozco) regrese en clave de comedia, aunque ya no tenga encima los anteojos de nerd y las trenzas grasosas, ni los aparatos, Fernando Gaitán, ese mago, no traiciona las leyes de su “mundito”: un universo regido por la estética en el que todo empieza y termina en el look. Ser lindo o ser feo: par de opuestos que, en Ecomoda, rige el empleo y el despido, la prosperidad o la quiebra, y también el desamor. La cruzada de Betty, por eso, nunca fue personal: no fue el suyo un sueño individual de Cenicienta en busca de romanticismo. La chica antisistema que ideó Gaitán se jugó la reivindicación de todo el cuartel, una cuestión de clase: su redención debía hacer caer un régimen. No lo logró.
Ni el tono aligerado, ni el paso de comedia cambian el foco: la de Betty, también en Ecomoda, es una pequeña tragedia que se mantiene a pesar del cambio de look. Se la ve renovada, en su papel de presidente de la empresa, de piel tersa y sin granos, estilizada, pero su hija marca la inmovilidad de clases: ¡es feísima! En el último capítulo de Yo soy Betty... se vio la expresión de horror de padres y abuelos al ver en la cuna a un bebé de Rosemary a la latina. Gaitán rompió, otra vez, el tabú: llamó a un casting de chicos horribles, y quedó esta cabezona, hasta ¡ojerosa! aun antes de cumplir el año, nada que ver con los querubines de bucles y mejillas rosas. La beba es bien autóctona, morocha, corpulenta y anuncia lo que se viene: una vida dentro de la casta, replanteo por el lado de la estética de la sobredeterminación de clase: excluida del libre albedrío por venir de donde viene.
Gaitán es un revolucionario: su comedia podrá recorrer ciertos tópicos de la bobería (la solterona triste, la casada celosa) pero no abandona los tonos oscuros: ¡no hay salida! Y si no vean a Betty, completamente transformada, pulcra y arreglada, bien vestida a tono con el canon de la empresa de moda que dirige, pero llamada “Monstruo” por su maridito. La casta no se abandona ni en la intimidad; es recordada por el mote que trasciende al fashion adquirido. Hay en ese “¡Monstruo!” que le dedica Don Armando un dramatismo perturbador: nunca se explica, ni genera revuelo o resistencia; se naturaliza como un recordatorio, un pequeño desliz que actualiza la procedencia. Betty hasta se excita, revolcada en la cama junto al marido, sólo sacada del trance por el llanto de otra fea, su hija.
Antes de Betty, ninguna heroína de telenovela había llegado a la tapa del The Washington Post. “Betty se ha convertido en un símbolo que valoriza a la mujer común –escribió el periodista Scott Wilson, en una portada histórica de febrero de 2001– en un país donde la conquista del concurso nacional de belleza se contaba entre los logros más altos de la expresión femenina.” ¿Es una traición de Gaitán –como dijo una solicitada colombiana– que ahora se la vea como una modelo? Poderosa en su cargo gerencial, casada y con hija, Betty está rodeada de señales que le anuncian una vuelta atrás, como al ganador de lotería: la inminente llegada de una linda más linda que ella, el retorno del verdugo (Mario Calderón) o el despido masivo de sus amigas. Y además está la ayudita de su marido para no olvidar: ¡Monstruo!, pero no una vez sino muchas, con pronunciación enfática y haciendo memoria emotiva. El guionista es fiel: Betty sigue en su sino trágico; sabe que será engañada, se paraliza ante la foto de otra mujer, se declara impotente ante la decisión del inversor que echará al cuartel de feas. La gorda, la vieja, la negra y la tartamudasobreviven como un séquito, síntesis de esta pequeña tragedia: el triste paso de la infiltrada.

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Ahora, a Betty se la ve linda, pulcra, y tiene un cargo gerencial.
 
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