ESPECTáCULOS › SANTIAGO VAZQUEZ PRESENTA “RAAMON”

El error como un arte

En su primer disco solista, el líder de Puente Celeste buscó una serie de “nuevos cauces” en los que la manipulación del sonido tuvo que ver con los instrumentos antes que con la grabación digital.

 Por Roque Casciero

Hay músicos que hacen lo correcto. Una vez que encuentran un sonido, una voz, una temática, y que logran algún éxito –prestigio, dinero o ambos– gracias a ese rumbo, apenas si se apartan del camino lo necesario como para asegurar, sin ponerse colorados, que sus nuevos trabajos son muy distintos a los anteriores, que corrieron riesgos, que no durmieron en los laureles. Santiago Vázquez, en cambio, podría ser catalogado como un músico incorrecto, porque se la pasa buscando nuevos cauces de expresión en cierto “estado de inconciencia” sobre lo que está de moda o incluso sobre lo que se espera de él. Basta con reproducir lo que el baterista y percusionista, líder de Puente Celeste y del Colectivo Eterofónico, escribió en el librillo de su primer CD solista, Raamón, en el que canta y toca casi todos los instrumentos: “El concepto fue imitar a la música que se ha derivado de la utilización de computadoras y secuenciadores, pero prescindiendo de ellos –el hombre imitando a la máquina– y enfocar luego en el error, la imperfección, el fracaso del intento, la humanidad irreductible e inocultable”. En ese fracaso asumido como virtud se encuentra el sabor especial del álbum, que será presentado todos los viernes de junio a la medianoche en Vaca Profana, Lavalle 3693. En los shows, como en el disco, podrá escucharse cómo Vázquez se mete con el reggae, el dub, el tecno y el rock: nunca del modo correcto, por supuesto.
–¿Por qué decidió imitar a las máquinas?
–Hoy en día uno puede tomar la autopista, poner quinta y llegar en segundos, no sé, al platillo con filtro. Por ahí en Raamón los platillos que se escuchan como con un filtro electrónico en realidad fueron grabados con un micrófono de contacto en el pie del trípode, entonces distorsiona por la vibración. Es como ir al mismo lugar, pero por la colectora: más lento, imperfecto, pero te hace conocer lugares que no ves por autopista. Ese fue un poco el concepto del disco, porque no traté de descubrir nada: las músicas son bastante simples, con pocos acordes, pero traté de buscar una forma personal de llegar a ese lugar. Fue muchísimo laburo para conseguir algo muy parecido a lo que se consigue apretando unos botones, pero ese matiz distinto es lo que me gusta. Y apuesto a que la gente también escucha esas sutilezas sin necesidad de ser músicos.
–¿Buscar caminos diferentes forma parte de la composición?
–A los músicos populares se nos piensa como gente que está en la nebulosa y de repente le aparece un tema. A veces es así y hay gente que hace cosas geniales. Mi caso es distinto. Una vez leí que a Stravinsky le preguntaban, con cierta malicia, si no tenía límites cuando componía, si cualquier cosa estaba bien. El contestó que si no se pusiera límites muy estrictos no podría trabajar. En cada obra uno elige límites distintos que ayudan a enfocar en cierta cuestión. Es como elegir el cauce por el que uno quiere ir: si uno no tiene ese cauce, se derrama. Dónde poner los límites no es parte de la composición, pero sí del proceso creativo que va a llevar a un lugar y no a otro. A mí me divierte ubicar cauces, no sólo seguirlos con la música, que sería dejarme llevar por el sonido. Por ejemplo, hacer un disco en el que no pueda haber más de cuatro notas. Es un cauce estrecho, pero si logro sacarle todo el jugo posible va a dar algo que no podría haber sido logrado de otra manera. Aunque no creo que con esos límites esté lo suficientemente bueno (risas).
–El título del disco juega con el nombre Ramón y también con Amon Ra, el dios del sol para los egipcios.
–Mi primer nombre es Ramón, un nombre que me suena bien de tierra, de tradición. Cuando era chico no me gustaba, ahora me encanta. Mi amigo Alejandro Franov me propuso que lo usara, no sé si como nombre del disco o para que lo usara como nombre. Y a mí me gustó para titular el disco, porque surgió en un período en el que no estuve colocado en un lugar espiritual sino más de lucha con cosas humanas, embadurnado en el barro.
–¿Por eso dedica el disco “a la absurda y siempre caduca actualidad”?
–Claro, porque quería que, estéticamente, se encuentre en el punto medio entre el fashion y la villa miseria. Acá hay un desfile de modelos y a una cuadra está pasando otra cosa. Y también quería mostrar la villa que hay en el desfile, en la pretensión del ser humano de ser hermoso, perfecto, una máquina. La humanidad y la tristeza que hay en querer eso es más para el psicólogo que para el desfile. Por otro lado, quería que se viera la parte hermosa de una vida enfrentada a las dificultades. Encontrar el punto donde lo lindo no es tan lindo –porque el intento de ser hermoso es un poco patético– y donde lo feo, el error, tiene gracia. Este disco es como una serie de cosas incorrectas, de granos mostrados con lupa. Hay temas que van hacia la música que asocio con el Primer Mundo: la electrónica, la disco, la vida me sonríe, todos bailamos y tenemos coche. Pero los que viven eso por ahí también están un poco quemados. Para mí, el título Raamón sintetiza la tierra y los dioses, el borde entre lo sagrado y lo profano, lo aceptable y lo inaceptable. Es lo que buscaba con el disco, por eso puse temas que casi no me gustan.
–¿Cómo es eso?
–Es que al estar en ese límite son parte esencial. No traté de que el disco fuera lindo ni feo, sino de jugar con los dos extremos de una forma bastante tensa. Pretendía que no cayera en “che, qué lindo que es el disco” porque, justamente, está todo demasiado mezclado como para saber si es lindo o es feo.

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Vázquez presenta Raamón todos los jueves de junio en la Vaca Profana.
 
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