ESPECTáCULOS

De cómo se acabó la leche de la vaca verde misionera

A 35 años del suceso que marcó un momento inédito de politización y decisión de tomar la calle, la película ofrece imágenes ya conocidas, pero también inéditas. La vaca verde, en tanto, investiga el auge y caída de la explotación de la yerba mate.

Por H. B.

“Nuestros abuelos vinieron de Europa, a comienzos de siglo, escapándole a la miseria y con la esperanza de encontrar aquí un futuro mejor. Ahora, nosotros, que como ellos nos dedicamos a cultivar la yerba mate, nos estamos muriendo de hambre. ¿Qué vamos a hacer, el recorrido contrario al que hicieron ellos, yéndonos a Europa para ver si podemos escaparle a la miseria?” Rubio, de rasgos europeos y vestimenta de paisano, tal vez el muchacho que habla desde lo alto de un tractor –con un marcado, inconfundible y paradójico acento de la zona– ignore hasta qué punto la amarga ironía de su pregunta representa el destino de una generación y una época enteras. Un destino si se quiere reversible, ya que al cabo de tres generaciones termina dando suma cero, con los nietos de aquellos inmigrantes corriendo –aquí o en Europa– la misma coneja que sus abuelos habían perseguido casi un siglo atrás.
Filmada en digital por el mismo equipo que el año pasado había estrenado La noche de las cámaras despiertas, La vaca verde narra el empobrecimiento de los cosecheros de la yerba mate, aquí y ahora en Misiones. A lo largo de su recorrido, la película producida por el grupo Teykirisi y escrita y dirigida por Javier Díaz, alude también, de modo sesgado, a otro destino bien argentino: la democrática pauperización de los hijos de europeos y los descendientes de criollos, que no admite distinciones étnicas. Allí están los chicos rubísimos y los otros de tez marrón, jugueteando por igual entre patos y gallinas, mientras los padres testimonian sus penurias a cámara. Es verdad que los blancos son colonos, propietarios de pequeñas plantaciones, y los morochos son peones dedicados a cultivar las hojas de yerba, de sol a sol y a brazo limpio. Lo que en la zona se conoce como tareferos, un brasileñismo derivado de tarefa, “tarea” o “trabajo”.
Pero lo cierto es que unos y otros se igualan en su cuesta abajo, impulsada por la caída de los precios de la yerba mate, que en pocos años pasó a pagarse cuatro veces menos y en plazos de hasta ocho meses. Todo, producto de la desregulación típica por las políticas neoliberales de los ’90, motorizada por los molineros (grandes propietarios del rubro) y respaldada por el súbito y muy conveniente cierre de la cooperativa que representaba a los pequeños propietarios. Según varios testimoniantes de La vaca verde, este cierre fue instrumentado por el ex gobernador Ramón Puerta, molinero él mismo y objeto, en el cierre de la película, de una suerte de chamamé de protesta que entonan maestros, piqueteros y otros representantes de lo que alguna vez fue la clase media argentina, en plena plaza central de Oberá.
El testimonio a cámara de algunos de esos maestros, que dan cuenta de la imposibilidad de enseñarles algo a chicos que llegan a la escuela al borde del desmayo por desnutrición, constituye uno de los momentos más dramáticos del documental. Con una fotografía que saca provecho de la luminosidad de la zona y un manifiesto (en ocasiones excesivo) interés por captar detalles de la vida cotidiana de estos cosecheros, La vaca verde tiene el mérito –no tan frecuente en los documentales que se estrenan semana a semana– de asignarle a la imagen tanto valor como a la palabra.
En el debe hay que anotar, sin embargo, una creciente y monocorde morosidad del relato, al que no le hubiera venido nada mal algo más de ritmo y algo menos de metraje.

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Los cosecheros de la yerba mate ya casi no tienen trabajo.
 
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