ESPECTáCULOS › “EL QUINTETO DE LA MUERTE”, DE JOEL Y ETHAN COEN

Un problema para Barton Fink

 Por Luciano Monteagudo

Hacia 1955, se conoció en todo el mundo una comedia titulada El quinteto de la muerte (The Ladykillers, en el original), dirigida por Alexander Mackendrick, que con el tiempo llegaría a convertirse en un auténtico clásico del cine británico y en el film-testamento de los estudios Ealing, la mítica productora inglesa dedicada al cine de comedia, que con ese título se despidió en la cima de su arte, antes de ser absorbida por la BBC. En Ealing, el gran Alec Guinness contribuyó al éxito de otros títulos que también se perpetuarían en el tiempo –como El hombre del traje blanco (1951), también de Mackendrick–, pero pocos le aseguraron tanto la posteridad como aquel Ladykillers, en donde Sir Alec interpretaba al Professor Marcus, el cerebro (por llamarlo de alguna manera) de una banda de desconocidos de siempre que, haciéndose pasar por un conjunto de música amateur en busca de una sala de ensayo para practicar sus quintetos de Boccherini, le alquilan un cuarto de pensión lindero con un banco a una amable viejecilla británica, a la que creen muy fácil de eliminar.
Sólo la falta de ideas que desde hace tiempo aqueja a los ejecutivos de Hollywood podría haber determinado imaginar una remake de una comedia tan lograda, que consiguió sortear casi indemne la cruel prueba del tiempo y que, además, sirvió de trampolín a la fama para un comediante que por aquel entonces empezaba a darse a conocer como Peter Sellers.
Que hayan sido los hermanos Joel y Ethan Coen los ejecutores de la vampirización de aquel clásico parece en todo caso más grave, pero viene a confirmar la pendiente creativa por la que se están deslizando peligrosamente los autores de Fargo y Barton Fink desde unos años a esta parte. Hasta El amor cuesta caro, una comedia de las denominadas de re-matrimonio, hecha por encargo a comienzos de la temporada pasada, con George Clooney y Catherine Zeta-Jones, es un film mucho más logrado que esta pálida trasposición de aquella pequeña gema británica.
El hueso del asunto sigue siendo un poco el mismo, con cambios superficiales, que tienen que ver con la mudanza de la Londres original a un pueblo perdido de la ribera del Mississippi. Hasta allí llega ahora el profesor G. H. Dorr (Tom Hanks), un verboso académico con intenciones mucho menos nobles que las que proclama. Lo recibe la devota señora Munson (Irma P.Hall), una vieja dama negra muy digna, creyente y metereta, que previsiblemente les hará al profesor Dorr y su pandilla mucho más complicado el anhelado robo a un casino cercano.
Todo en el nuevo film de los Coen es lento, reiterativo, con chistes a veces demasiado televisivos y actuaciones excesivamente farsescas. Se puede disfrutar, por ejemplo, del primer soliloquio de Hanks, recitando a Edgar Allan Poe a la manera de Vincent Price, pero para cuando ya lo hace por tercera vez tiene bastante menos gracia. En esos casos, es preferible abandonarse a la excelente banda de sonido compilada por Carter Burwell, que contiene magníficos momentos de música gospel. Lo que lleva a pensar que el disco es seguramente muy superior a la película.

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