ESPECTáCULOS › JACOBO LANGSNER PRESENTA “PATERNOSTER” EN LA CASONA DEL TEATRO

Un dramaturgo del Río de la Plata

El autor de Esperando la carroza y varios guiones para cine y TV repuso una pieza de 1972, una historia mínima que se convierte en metáfora sobre el fascismo, “que engaña al mostrar cierto paternalismo: se vale de un lenguaje que convierte a los opositores en enemigos”.

 Por Hilda Cabrera

“En mi época no había dónde estudiar para especializarse como guionista de cine ni televisión, tampoco talleres de teatro. De modo que uno leía según su capacidad y escribía a la manera de. Copiaba a los que creía mejores”, cuenta el dramaturgo Jacobo Langsner, nacido en Rumania pero establecido en Uruguay desde los tres años, llevado allí por sus padres emigrados. Siendo veinteañero llegó a Buenos Aires convocado por el director Román Vignoly Barreto, quien en una ocasión preguntó si había un nuevo guionista en Uruguay. Lo señalaron a él, influido entonces por el neorrealismo: “Armé un guión con un título totalmente realista, La camisa de nylon, y se lo mandé por correo pero con la dirección incompleta. Pasaron siete meses hasta que lo recibió”.
Esa peripecia que recuerda Langsner es retrato de una actividad que el autor desarrolló a uno y otro lado del Plata atando a veces casualidades que, pasado un tiempo, se convirtieron en hechos concretos que le proporcionaron notoriedad. Un ejemplo es Paternoster, obra teatral escrita en 1972 en la que una historia mínima se convierte en metáfora sobre el fascismo. Una pieza que se presenta los domingos a las 20 en La Casona del Teatro (Av. Corrientes 1975), según una puesta de Mario Caraceni e interpretaciones de Martín Peratta, Georgina Rey y Marcelino Bonilla. Se trata de un texto con trayectoria que instaló fuertemente a su autor a uno y otro lado del río estando él ausente. Vivió en Madrid entre 1975 y 1982, un poco escapando del gobierno de Isabelita y del “rodrigazo” de 1975, que “de la noche a la mañana dejó a muchos en la pobreza”. Paternoster fue estrenada en 1977 en Montevideo y un año más tarde en Buenos Aires, dirigida por Agustín Alezzo. La recepción en Uruguay fue “alucinante”, memora Langsner. El periódico El Día publicó una foto suya en una página central destacando a la obra.
En cuanto a La camisa de nylon, con la que esperaba se le abrieran caminos en el cine argentino, “no pasó nada”. Pero él ya estaba aquí gracias al pasaje enviado por el director. Aquel primer arribo fue en 1956, “cuando el cine argentino estaba en crisis, pero igual me quedé”. Desde siempre se considera “mitad argentino y mitad uruguayo; no tengo nada de rumano”, dice. Por eso, al partir a España fue tocado por la nostalgia. Autor de unas cuarenta obras de teatro (como Otros paraísos, protagonizada por Cristina Banegas y Norman Briski y dirigida por Lorenzo Quinteros, y Una margarita llamada Mercedes, convertida en guión del film Besos en la frente, de Carlos Galletini, con China Zorrilla y Leo Sbaraglia) y de numerosos libretos para cine y TV (los del célebre ciclo Atreverse, entre muchos otros), Langsner recuerda la preocupación que mostraba Vignoly Barreto por darle trabajo: “Me pidió que le escribiera una obra para Lautaro Murúa, y ahí empecé a trabajar seguido”. Dueño de una escritura que se dispara hacia el humor negro y que saca a la luz algunos absurdos e hipocresías, no olvida aquellas primeras influencias del teatro poético del también novelista Jean Giraudoux (autor de la famosa La loca de Chaillot, estrenada en Francia por Maurice Jouvet), ni la de algunos autores italianos y sobre todo estadounidenses, como Eugene O’Neill y Arthur Miller.
–¿Qué diferencia hoy al fascismo que retrata en Paternoster?
–En lo central, nada. Como en la obra, aparece siempre “para hacer el bien”. Engaña al mostrar cierto paternalismo. Se vale de un lenguaje convincente, del “yo te cuido”, que convierte a los opositores en enemigos. Con esto disimula hechos tremendos que dejan mucha gente herida.
–¿A qué se debe que Esperando la carroza sea su texto más recordado?
–No podría explicarlo. A mí me sigue impresionando. Estrené esta obra en Montevideo, donde se la trató muy mal. El público y la crítica estaban acostumbrados el teatro clásico, a Shakespeare y Molière, a las obras que presentaba la Comedia Nacional. A mí nunca me pareció bien ese desprendimiento de la propia realidad. Se veían algunas obras de Pirandello, pero no más. Antes de Esperando la carroza había escrito un musical cuyo tema eran los italianos de La Boca, basándome en una idea de Diego Baracchini. Convocamos a Jairo, Susana Rinaldi y otra gente muy importante, pero nos desanimaron diciéndonos que no tendríamos público.
–No le sucedió lo mismo con la versión para el cine...
–Alejandro Doria se entusiasmó. Eso me ayudó mucho. La película se estrenó en 1985, y yo pude reencontrarme con gente amiga y trabajar para la televisión. Con Doria escribí también un guión para otra película, Sofía, que se estrenó en la Semana Santa de 1987, cuando se produjo el alzamiento militar de los carapintada que terminó con la conocida frase de Alfonsín “La casa está en orden”. En el estreno hubo sólo diez personas. Bajó de cartel enseguida. Actuaban Dora Baret, Alejandro Milrud, Graciela Dufau, Héctor Alterio, Lito Cruz.... Es una historia tomada de la vida real: un adolescente que busca sexo encuentra a una mujer cuya pareja fue un desaparecido por la dictadura militar. El muchacho se enamora y la ayuda de verdad hasta que se la lleva la policía. En la película no se habla casi de esto, sino de la relación de la mujer con el joven.
–¿De qué manera ingresa la realidad en su escritura?
–Pareciera que la realidad influye en mis guiones para el cine, pero no tanto en los libretos para teatro. Una obra transcurre en pocos escenarios: uno está limitado pero al mismo tiempo puede elaborar metáforas. El cine, en cambio, permite hacer malabares.
–¿Habrá más Esperando la carroza?
–Entregué la segunda parte a un director, pero hay miedo de competir con la primera.
–¿Por el prejuicio de “segundas partes nunca fueron buenas”?
–No precisamente, sino por la extraordinaria repercusión de la primera. Pasó también con Darse cuenta (de 1984), con Luis Brandoni y China Zorrilla, quien aportó la idea sobre el guión. Hay que reconocer que los intérpretes estuvieron muy bien (Antonio Gasalla, Zorrilla, Luis Brandoni, Julio De Grazia, Bettiana Blum, Enrique Pinti, Cecilia Rossetto...). El título de la segunda es Se acabó la fiesta, por la fiesta menemista, y la tercera –porque hay una más que no tiene título– describe a una clase media pobrísima y tiene como protagonista a una joven prostituida por unos políticos para su beneficio.

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