ESPECTáCULOS › ENTREVISTA CON EVA YERBABUENA, LA NUEVA REINA
DEL FLAMENCO QUE SE PRESENTA EN EL TEATRO AVENIDA

“Para mí, el flamenco es una forma de ser libre”

La bailaora granadina está por segunda vez en Buenos Aires. Viene a presentar Eva, espectáculo de su propia compañía.

Por Analia Melgar

Eva Yerbabuena no es una sino dos: la de jeans y anteojos fuera del escenario y la que aparece frente a la platea y las luces. Entre la primera y la segunda ocurre una metamorfosis violenta. Caminando entre los turistas que se hospedan en el hotel Castelar, la Yerbabuena se confunde fácilmente con cualquiera de ellos. Y sin embargo, ella es la misma que emociona a públicos de todo el mundo con su flamenco, con sus sentimientos brotando a borbotones cuando suenan las guitarras y el cajón. No es esbelta, ni glamorosa, ni intrigante. Pequeña, con los ojos hundidos en un pocillo de café, combate el stress que le acarrean los viajes en avión y asume su karma: “Me da pánico el avión; mientras vuelo me repito a mí misma: ‘¡Este es mi castigo, éste es mi castigo!’. Es mi castigo para poder pisar ese templo de la libertad que es el escenario”.
En Buenos Aires, su santuario tendrá lugar en el Teatro Avenida este fin de semana. Allí presentará un espectáculo apto para principiantes y para conocedores profundos de la magia de esta danza ancestral. Como una reminiscencia bíblica, el título, Eva, anuncia un retorno a los orígenes. Estrenado en la Bienal de Sevilla en 1998, es el primer trabajo de la Yerbabuena como directora de su propia compañía. No encierra ningún argumento: es una sucesión de cuadros; cantes a capella y palos (es decir, ritmos) muy antiguos, como la trilla, la toná, el martinete, tangos, soleá o seguirilla. Hay un número de percusión y también una granaína, algo bastante atípico ya que se trata de un palo arrítmico y muy libre. La última producción de Yerbabuena, A cuatro voces, en homenaje a los poetas García Lorca, Vicente Aleixandre, Miguel Hernández y Blas de Otero, necesita todavía de ajustes para mostrarse en la Argentina. No faltará ocasión, seguramente. El año pasado vino con el espectáculo 5 Mujeres 5, a sala llena.
Con ella, veinte personas aterrizaron en Buenos Aires, entre bailaores, cantaores, guitarristas, percusionistas y un saxofonista que aporta un toque distintivo al show. Dentro de la compañía, el iluminador Raúl Perotti es cordobés y oficia de guía turístico para este grupo de españoles que no dejan de sorprenderse por las similitudes con la madre patria. La Yerbabuena se ríe: “Es como si no hubiera salido a ningún lado, me siento como en mi propia casa: el habla, las calles, todo parece Madrid”. Pero la esperan nuevos viajes. Terminadas las presentaciones en el Avenida, a la Yerbabuena la aguardan en la Opera de Lyon, en Moscú, Londres, Nueva York... Eso sí, siempre pasando por su casa de Sevilla. Allí vive junto a su hija Carmen Manuela, de 9 años, y junto a su marido Paco Jarana, guitarrista y creador de la música de todos los espectáculos de la bailaora.
Aquí, sólo un adelanto de lo que es capaz de dar sobre las tablas la que no estrena sus vestidos hasta el día de la función para reservar la ilusión, la que baila aunque se le suelten los cordones, se le rompa un volante, se le enreden los pies o pierda las horquillas en el desenfreno de la soleá.
–¿Hace falta haber nacido en Andalucía para bailar flamenco?
–Mi casa está dentro de una cuna que es Andalucía, pero lo de cante flamenco, baile, toque de guitarras, a mí me llegaba muy remotamente, a oídas, era algo lejano. No es una cosa que yo haya vivido o mamado desde el día que nací. Empecé recién a los 11 años y no fue por una decisión realmente mía. La decisión de querer dedicarme a bailar flamenco fue posterior. En principio, por cumplir el deseo de una hermana de mi madre que murió a sus 29 años y veía algo especial en mí.
–¿Cómo es Granada, y en particular Ogijares, el pequeño pueblo donde creció?
–Granada es casi el primer sol que vi, mi primer roce de viento. Es una ciudad de sueños, por sus habitantes, sus formas, su clima, los artistas que ha dado... una tierra muy lorquiana. Y Ogijares es un pueblecito encantador, muy íntimo, con las típicas casas pintadas con cal blanca, gente muy sencilla, muy humilde. Todos los recuerdos de mi infancia, desde los primeros pasitos hasta el colegio, los tengo allí. Recuerdo, de muy niña, ir con mis abuelos a la recogida de las aceitunas. Ahora vivo en Sevilla, por trabajo, pero yo no puedo estar mucho tiempo sin ir a Granada. Cuando pasa un mes, y me aparecen los nervios, ya Paco me dice: “Necesitas ir a Granada, para calmarte” (se ríe).
–¿Cómo es el cuerpo de una bailarina de flamenco?
–El toreador Juan Belmonte decía que para poder bailar se tiene uno que olvidar de que tiene cuerpo. Lo decía respecto del torear, pero se aplica al baile flamenco. Cuando bailas haces cosas que ni siquiera tú te das cuenta. Cuando tomas conciencia de lo que has hecho, te preguntas “¿cómo he sido capaz de esto?”. Debes olvidar que tienes un cuerpo para hacer las cosas que todos los bailarines hacemos: el sobreesfuerzo, el estar física y psíquicamente las 24 horas del día dedicados a la profesión.
–¿Cuánto hay de improvisación y cuánto de marcación en sus coreografías?
–Se intenta buscar un equilibrio. Lo mágico que tiene el flamenco es la espontaneidad, la inspiración. Si bien hay coreografías donde todo tiene su principio y su fin, cuando manda el cante, te dejas llevar por ese juego de la improvisación. Eso es más difícil de hacer, y es absurdo decir otra cosa, cuando hay más de un componente dentro de las coreografías; entonces todo está mucho más medido para guardar una línea común. Pero cuando estás tú sola, lo que sucede en una función nunca es igual en otra.
–Entonces, ¿cómo se hace para bailar flamenco un día de ánimo triste?
–Eso es algo que nunca sale como tú crees. Quizás el día que más triste estés, ése sea el día que mejor salga. Y cuando tú crees “hoy tengo ganas, estoy bien”, ese día, en el escenario te dices “¿ay, cuándo acaba esto?”.
–¿Cómo se logra evitar la repetición en el flamenco?
–Yo siempre digo que no hay nada nuevo que inventar: todo está hecho. La mayor innovación es ser personal.
–¿De qué manera nacen sus espectáculos?
–A través de conversaciones. Imagínate, Paco, aparte de ser el creador de la música de los espectáculos, es mi compañero, y compartimos todo el día juntos. Siempre estamos hablando: “Yo pienso esto, yo lo haría de tal forma... pues no, yo lo haría de tal otra...”.
–¿Qué es el flamenco?
–El flamenco, aparte de ser una cultura, una forma de ser uno mismo, de exponer y compartir los deseos, los pensamientos y las vivencias, para mí, es la forma de ser libre. Es una música muy natural, muy terrenal y además es muy visceral, es un arte que viene desde el estómago. Conmueve hasta al más frío.
–¿A qué público se dirigen sus obras?
–Nunca pienso en un público especializado. Imagino que posiblemente venga gente que nunca haya conocido el flamenco o que no le guste. Entonces, lo que espero es que salga pensando todo lo contrario, que le guste el flamenco, que siga viniendo más veces (se ríe).
–¿Qué respuesta tuvieron los espectadores de Argentina el año pasado?
–Hombre, artistas muy conocidos que han venido a la Argentina comentaban que era una plaza difícil de torear. Pero el año pasado hemos salido victoriosos de ella. De hecho, estamos aquí otra vez. Es un público que se siente, muy espontáneo. Me han gritado cosas bellas como “No te mueras nunca”.
–¿Qué opina de la explosión del flamenco en Argentina y el mundo?
–Es algo increíble que pasa universalmente. A mí me encanta que eso sea así. Hombre, se dice que el flamenco es un arte de minorías y yo estoy loca porque sea un arte de grandes masas. Eso sí, con gran respeto. Porque un mínimo de conocimiento, saber una coreografía, un cante o un toque no alcanzan para ser profesional. Hay que ir despacito y con muchísimo cuidado. Es una carrera que nunca acabas de aprender. Sí, tienes una responsabilidad cuando recibes el reconocimiento de tus compañeros.
–De los bailarines de su generación, ¿qué opina de Sara Baras?
–Es una compañera mía a la que respeto muchísimo. Ella hace su trabajo como lo siente y cree que debe hacerlo.
–¿Sigue teniendo maestros? ¿Está dando clases?
–Sigo teniendo maestros, sigo bebiendo de lo más ortodoxo, sigo aprendiendo de toda la gente que tengo alrededor. Pero sólo doy clases muy de tarde en tarde, cuando tengo tiempo. Procuro enseñar a la gente que no se acostumbre a copiar: ése es uno de los mayores errores. Cuando empiezas, siempre tienes una musa, a quien adoras: te vistes como ella, quieres hacerlo todo como ella. Pero hay un momento en tu carrera en que tú tienes que decidirte a hacer un camino sola, lo que no es fácil.
–¿Cuáles son los mejores elogios que ha recibido?
–Yo no quiero olvidarme de mis principios: quién soy, qué quiero y de dónde vengo. Es grato cuando tú escuchas a la gente decir que eres una bailaora que no olvida nunca las raíces, que sigues siendo ortodoxa pero que hay algo nuevo en ti, algo fresco.

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Eva Yerbabuena baila desde los 11 años, pero al flamenco llegó más tarde.
 
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