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“El precio del silencio”, un policial fuera de norma

Para su primera experiencia como director de cine, Fito Páez elige una ambiciosa respiración narrativa y un tema particularmente difícil, el de las consecuencias de la dictadura militar. Por su parte, la inglesa Tilda Swinton protagoniza un “film noir” diferente, inspirado en un viejo clásico del género, mientras Anthony Hopkins juega a ser “Titus”.

 Por Martín Pérez

Al promediar el metraje de El precio del silencio, se escucha un revelador diálogo entre chantajeador y chantajeado. O, más precisamente, chantajeada. Cuando el primero le informa a su víctima que han atrapado a alguien por el crimen que los ha convertido a ambos en lo que son –chantajeador y chantajeada–, o sea, ella se olvida de ambos. “Pero si él no lo hizo”, comienza a decir una y otra vez, hasta que el hombre se enoja y grita la frase que parece fuera de lugar en ese contexto. “A quién le importa si lo hizo o no”, dice, y de esa manera queda bien claro que El precio del silencio está lejos de ser un policial clásico. E incluso se podría decir que tal vez ni siquiera sea un policial. Porque en el film de McGehee y Siegel el asunto no es quién hizo qué, sino qué vamos a hacer con esto. Y que ese “vamos” terminará incluyendo, de la manera más imprevista pero también la más natural del mundo (cinematográfica, al menos), no sólo a la chantajeada sino también a su chantajeador.
Adaptación más o menos libre de una novela de suspenso de los años cuarenta titulada The Blank Wall –y adaptada en su momento por Max Ophüls para su film The Reckless Moment (1949)–, para intentar describir la historia de El precio del silencio es necesario comenzar por su protagonista, la escocesa Tilda Swinton. Conocida por su protagónico en Orlando, Swinton es aquí Margaret Hall, la mujer de un oficial de la marina, dedicada casi por completo a su familia. Una familia que por lo general no incluye a su marido, ausente en servicio. Margaret vive su vida en una casa a la orilla de un lago, pero su presencia inaugura el film lejos de su hábitat natural, mostrándola capaz de presentarse frente a un “amigo” de su hijo adolescente, exigiéndole que deje de encontrarse con él. Y también dibujando en su rostro una sorda desesperación, que a partir de entonces irá creciendo con la misma necesidad de control durante el resto del film. Y Swinton dará clase al respecto.
Si hay algo que esa primera escena del film también dejará claro con respecto a Elizabeth es que es capaz de todo por su(s) hijo(s). Y si hay algo que queda claro con respecto al film de McGehee y Siegel durante la presentación de su conflicto –y aún más cuando su historia vaya desenvolviéndose– es que éste no es un policial como cualquier otro. Es decir: se presenta como cualquier otro –al fin y al cabo hay un cadáver, alguien que lo oculta y alguien que lo chantajeará por ello–, pero eso es apenas lo que está a la vista. Melodrama vestido de policial, El precio... es un film en el que lo criminal se hace cotidiano –es fascinante ir descubriendo cómo Margaret incluye las obligaciones del chantajeado en su día a día de madre a cargo de tres hijos y un suegro–, y en el que los puntos de vista cambian una y otra vez. Y sin prisas. Se imponen, simplemente.
Cargado de sorpresas, el film de McGehee y Siegel sin embargo está lejos de esos policiales a los que se ha aficionado el último Holly-wood, llenos de revelaciones sorpresivas que intentan ser ingeniosas pero que terminan oliendo a tomada de pelo, a “para-esto-presté-tanta-atención”. Porque la sorpresa aquí está en el crecimiento de los personajes mucho más allá de sus necesidades dentro del suspenso, en el trasvasamiento de códigos de género –del melodrama al policial, y viceversa– y en la forma en que esos mecanismos se imponen en el relato. Algo que sucede gracias al trabajo de Swinton, y de su antagonista masculino, Goran Visnjic, antes de este rol conocido apenas por su aparición en la serie “ER”. Ambos construyen dentro del film una relación digna de un Almodóvar-noir, que crece lentamente a través de una trama que se va llenando de la tensión que generan sus personajes y sus urgencias, antes que los mecanismos de la trama.

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Goran Visnjic y Tilda Swinton, en medio de la tensión del chantajeador y el chantajeado.
 
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